Читать книгу La muchacha que amaba Europa - Joan Quintana i Cases - Страница 9

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Todas aquellas dudas se agolpaban en su mente y no la dejaban dormir. Le preocupaba que el intento de encontrar una manera de salir del país le condujera a una situación peligrosa. Se notaba aturdida y sin saber cómo actuar. Ella, que siempre se había sentido segura de sí misma y con las ideas muy claras, se identificaba ahora con un náufrago a la deriva de los acontecimientos. Se durmió de madrugada, después de oír al almuédano cantar el Fajr, la primera oración al despuntar el día.

A la mañana siguiente se despertó tarde para su costumbre. Su abuela le había preparado un poco de desayuno, unas pastas y té muy dulce con hierbabuena.

— ¿Qué tal ayer por la noche? ¿Adónde fuisteis?

—Lo pasamos muy bien. Gracias, mamá. Nos divertimos mucho. No fuimos a ningún sitio en concreto, dimos unas vueltas y acabamos en la plaza —mintió.

—Ilhem, ahora que has acabado tus estudios, ¿qué vas a hacer, buscar trabajo, un marido? ¿O quieres continuar estudiando y sacarte un Máster? —preguntó en un tono socarrón. La conocía bien y sabía que no quería saber nada de maridos. Al menos, por el momento.

—No lo sé mamá. Trabajo tal vez sí, pero de marido ni hablar. Voy a pensar unos días y cuando me decida, hablaremos. De momento voy a salir a que me dé un poco el aire.

Se vistió y salió a la calle cuando el sol ya estaba alto y hacía calor. El hijab y la chilaba le molestaban pero eran mejor éstos que llevar vestidos de corte occidental. Más con su aspecto, así llamaba mucho menos la atención. Entró en un salón de té, donde varios hombres se giraron al advertir que entraba una mujer sola. Sin embargo, pronto se olvidaron de ella, vestida con la ropa tradicional no se diferenciaba de cualquier buena musulmana. Tras pedir un zumo de naranja natural, no pudo evitar pensar de nuevo en la noche anterior, en lo que habían hablado y en lo que no habían dicho.

Pensó sobre todo en cómo repercutiría en sus planes la solución de Hasan, que aún no sabía cuál era, pero pensaba que no sería algo fácil. Lo poco hablado en la disco no le auguraba ninguna simplicidad. Le daba vueltas y más vueltas en su cabeza, sin llegar a aclararse. Por ello decidió que debía hablar con él de nuevo y dejar las cosas claras cuanto antes, al menos saber lo mínimo para poder decidir algo. Pagó la consumición y salió en busca de una cabina. No quería llamarlo desde su domicilio, así podía charlar con intimidad. Tras un par de tonos, oyó su voz.

—Hasan, ¿eres tú? Soy Ilhem, ayer por la noche estuvimos en el Marrakech. ¿Te acuerdas?

— ¿Cómo no voy a acordarme con lo bien que nos lo pasamos? ¿Qué tal? ¿Cómo estás?

Pensó por un instante que tal vez se había precipitado al llamarlo a la mañana siguiente, pero ya estaba hecho, carraspeó un poco y dijo:

—Muy bien, gracias. Me gustaría que nos viéramos. Quisiera hablar contigo. Reconozco que disfrutamos de la velada, pero, en fin, no hablamos de nada importante.

—Bien —le contestó sin titubear—. ¿Esta tarde te va bien?

—Perfecto. ¿Dónde? —preguntó sorprendida por la rapidez de la respuesta.

— ¿Conoces el salón de té Dar Mimounn? Se encuentra en el zoco. Es un poco difícil de encontrar si no sabes dónde está.

—Sí, no es problema. He estado con amigas varias veces.

—Bien, entonces a las cuatro, ¿de acuerdo?

—Estupendo. Hasta las cuatro entonces.

Estaba nerviosa por toda la conversación, pero no podía imaginarse lo que acabaría siendo aquella reunión. Fue directamente a casa y le dijo a su abuela que por la tarde saldría de nuevo a pasear para aclararse las ideas.

A las cuatro menos diez se encontraba en la puerta del salón de té, esperándole, al no encontrarlo dentro del local. Lo vio llegar con sus gafas de sol, ropa informal y deportivas. Advirtió que todo era de marca y que le daba un aire interesante que no había notado cuando le conoció.

Empezaron hablando de cosas intrascendentes. Ilhem no se decidía aún por empezar a tocar el tema que más le interesaba. Sin embargo, Hasan siempre llevaba la conversación hacia el mismo tema, su familia, aunque sin darle importancia al asunto. Pero, a medida que la conversación fue trascurriendo, esta insistencia hacia sus padres alertó a Ilhem.

—Oye, ¿y por qué te interesan tanto mis padres? Hemos venido aquí para hablar de otro tema, no sobre mi familia —dijo algo molesta.

—No te exaltes, es sólo para conocernos mejor. Sólo sabes de mí que soy taxista y yo, que has acabado la carrera. Pero, en realidad no sabemos nada el uno del otro.

La repuesta no le acabó de convencer y se mantuvo vigilante.

— ¿Y los tuyos, por qué no me hablas de tus padres?

—No quiero aburrirte, son de lo más corrientes —respondió con una evasiva.

— ¿Pero viven aquí, en otra ciudad, o en el extranjero? —insistió Ilhem.

—Viven en París, ¿ya estás satisfecha?

— ¿Y a ti no te gustaría vivir en París? La reunión familiar lo facilita.

—Puedo ir siempre que quiera, lo sé, pero mi trabajo está aquí.

Se lo quedó mirando pensando en que ser taxista en Marraquech no era un trabajo de demasiada responsabilidad. Además, también podría hacerlo en París. No obstante, se abstuvo de añadir nada más al respecto, no quería oír más mentiras. Después de un silencio un poco incómodo, inquirió de sopetón.

—Bien, dime, ¿qué tengo que hacer para irme de aquí?

Hasan se sobresaltó al oír una pregunta tan directa. En realidad, no pensaba en que ella volviera a tocar el tema de la discoteca tan pronto.

— ¡Ah! ¿Pero estás decidida a irte?

— ¿Para qué crees que hemos quedado aquí? ¿Para jugar a las cartas? Necesito saber de qué se trata, si no, no puedo pensar en cómo resolverlo.

—Claro, pero no te precipites. Antes debemos conocernos mejor. No puedo hablar de mis contactos con la primera que conozco.

Empezaron a hablar sobre ellos mismos, pero poco podía contar de su familia. Aparte de su abuela, al resto no la conocía. Por no saber, no sabía ni dónde estaban sus padres ni si vivían juntos o separados. Creía que estaban en el extranjero. ¿Por qué, si no, no se veían? Que ella supiera no tenía hermanos, ni hermanas, ni tíos, ni otros parientes, nadie en absoluto.

—Y… ¿no te extraña que en un país tan gregario como el nuestro, en que las familias siempre viven juntas y se ayudan unas a otras, tú no tengas a nadie más? ¿Me engañas, o es que no quieres que sepa nada de ti? —al final Hasan había vuelto a la conversación que buscaba en un principio.

Ilhem pensó en las dudas que siempre la habían acompañado. ¿Por qué estaban solas, ella y su abuela? En todos los años de su vida de adulta, una de sus redundantes obsesiones era el hecho de no saber nada de sus padres. La realidad era que su abuela nunca le había respondido con claridad sus constantes preguntas sobre la falta de contacto con sus progenitores Y el dinero que recibían.

¿Cuál era el motivo de la falta de respuestas a sus demandas? ¿Qué ocultaba la aparente falta de interés de su abuela en las cuestiones relativas a su familia? ¿Había algún extraño motivo para ocultar su origen? Todos estos interrogantes se amontonaban en su mente desde hacía mucho tiempo.

Era verdad que hasta el momento había tenido suficiente con su abuela, pero ahora, después del interrogatorio de Hasan, ya que es lo que le parecía la conversación, estaba decidida a hablar con su abuela. Le costara lo que costara, sabría la verdad sobre lo que parecía un oculto segmento de su existencia.

—No, es verdad. No sé nada de mi familia. Cada vez que quiero hablar de mis padres, mi madre, bueno, en realidad es mi abuela aunque la llame “mamá”, me responde con evasivas.

— ¿No tienes más familiares?

—No, mi abuela es quien me ha criado y me cuida.

— ¿Y el dinero, de dónde lo obtenéis?

—No lo sé. Dice que lo envía mi padre, pero no sé desde dónde, cuándo ni cuánto. Vivimos bien. Que yo sepa, no tenemos problemas económicos.

— ¿Y no te gustaría saber más de todo esto? —preguntó Hasan extrañado.

Tantas preguntas sin respuesta la empezaron a incomodar. En realidad, no sabía nada, no sólo de su familia, sino tampoco de ella misma. Su carta de identidad le decía todo lo necesario, ¿pero, era cierto? De repente le sobrevino, cual explosión, la idea de que tal vez toda su vida fuera una farsa. Sintió un escalofrío y quiso apartar todas estas cuestiones de su cabeza.

— ¿Por qué te intereso tanto? ¿Qué tengo yo de especial? Creía que ambos teníamos que conocernos mejor. ¿Por qué no hablamos un poco de ti? Solamente me interpelas a mí. ¿Para ti no hay preguntas? Quiero saber cosas de ti, quid pro quo.

—Vaya, veo que eres muy culta o ¿es que me quieres impresionar con tu latín?

—Bueno, mucha gente sabe lo que significa. No soy la única, tú también lo sabes. ¿Qué te parece, lo practicamos o no?

Hasan pareció tomarse un tiempo para reflexionar, pero al final accedió.

—Pregunta, pues.

— ¿Vives solo o con alguien?

—Vivo solo, pero algunas veces tengo visitas —dijo con un tono picaresco en la voz.

Ella hizo como si no lo hubiera percibido.

—Ahora, yo. ¿Cómo es que nunca te has preocupado por saber más de tu familia?

Ilhem se molestó por la escueta respuesta y por su rapidez en retomar el tema que ella quería evitar.

— ¿Y Vives en Marraquech haciendo de taxista?

—Sí, vivo aquí y trabajo como taxista —respondió con una sonrisa—. Cuando sepas algo de tu familia lo podemos cotejar con lo que creo puedo saber yo.

— ¿Y qué crees que puedes saber tú de mis padres? —preguntó sorprendida.

—Tú infórmate. Pregunta a tu abuela por ellos y cuando sepas algo, algo de verdad, me llamas y hablamos.

—Pero ¿qué? —balbuceó Ilhem—. ¿Qué diablos tienen que ver mis padres con esto? ¿Por qué no acabamos de hablar? ¿Por qué no me has dicho nada de ti?

Pero Hasan ya se había levantado para pagar la consumición e irse, no sin despedirse con la mano.

—Recuerda, ¡cuando sepas algo me llamas! —y desapareció dejándola boquiabierta.

Ilhem se quedó allí plantada, sola. Fue para hablar de cómo salir de Marruecos pero Hasan sólo estaba interesado en su familia. ¿Por qué? ¿Quiénes eran sus padres? ¿Qué tenían de especial para que un taxista se interesara tanto por ellos? ¿Quién era él? ¿Era algo más que taxista?

La curiosidad por sus padres nunca había sido tan acuciante como ahora. ¿Qué podían estar haciendo para enviarles tanto dinero? Salió a la carrera de Dar Mimounn, cogió un taxi y se fue directa a casa para hablar con su abuela, estaba decidida a interrogarla hasta saber toda la verdad. Y esta vez no pararía hasta despejar sus dudas.

Pero llegó demasiado enojada para hablar con ella, así que fue a su habitación a ordenar sus dudas y no salió hasta media hora después, dispuesta a averiguar todo lo que necesitaba saber sobre su familia. Fue tranquilamente a la cocina y se sentó al lado de su abuela, que se encontraba remendando unos trapos.

—Mamá, necesito saberlo todo —le dijo gravemente.

— ¿De qué estás hablando? —la miró con expresión de sorpresa.

—De mis padres.

— No hay nada que saber, Ilhem. Cuando vengan tus padres te lo explicarán todo.

Ilhem percibió un deje inquieto en la frase.

—Mamá, te quiero mucho, eres toda mi vida, pero por una vez deseo que me respondas con sinceridad y franqueza. Tengo veintitrés años, una licenciatura, hablo cuatro lenguas, y creo que no soy tonta, ¿no? O sea que, haz el favor de dejar de jugar conmigo y respóndeme con la verdad, sin más engaños. ¿Dónde están mis padres? ¿Qué hacen? ¿Tienen problemas y por eso no pueden regresar? ¿Por qué no vienen a buscarme? … El dinero con el que vivimos, ¿de dónde sale?

Soltó las preguntas seguidas, sin respirar y para no dar tiempo a la mujer a pensar unas respuestas coherentes pero inventadas.

—No sé…, no puedo…, no creo… —balbuceó su abuela sin mucha convicción.

—Quiero que me des respuestas de una vez. No más evasivas y responde, por favor, a mis demandas.

La mujer vio que estaba absolutamente dispuesta a saber la verdad y comprendió que esta vez no habría escapatoria. Sin embargo, ya tenía preparadas las respuestas, siempre había sabido que tarde o temprano tendría que responder a su curiosidad.

—Ilhem, en el momento en que te responda nada volverá a ser igual. Pero, por favor, escucha con atención y después tú misma decide. Ven, siéntate a mi lado y perdóname de antemano por lo que te voy a contar.

Empezó a hablar con voz monótona, como si recitara un guion aprendido muchos años antes y repetido una y otra vez, para no ser olvidado.

—Hace bastante tiempo tuvieron lugar unos sucesos que han pasado a la historia como los Años de plomo6, en los que la gente ligada a la oposición política de Hasan II, estudiantes, militares, políticos y activistas, desaparecían o eran encontrados torturados y asesinados. Antes de que tú nacieras, en el año 1965 desapareció en París un exiliado muy querido por la población, que quería que la independencia trajera prosperidad y paz, que se aprovechara para sacar al país de la miseria, de la corrupción, del clientelismo fáctico i se adoptara una constitución que limitara los poderes del rey. Se llamaba Mehdi Ben Barka7 y aún no se sabe qué pasó con él.

Ilhem reconoció ese nombre. Había leído, en algún periódico francés de la universidad, la historia más o menos novelada de su desaparición y posterior supuesto asesinato por los servicios secretos marroquíes y franceses, sin llegar a saber nunca exactamente qué pasó. Secreto de Estado, se dijo. ¡Y eso que sucedió en Francia!

Iba a interrumpirla, pero ella no la dejó hablar con un gesto.

—Dos años antes de lo de Ben Barka, secuestraron y asesinaron al matrimonio formado por Mohammed Lahrizi8, su esposa suiza Erika, y también a la hija de ambos, de tres años.

Ilhem escuchaba sin atreverse a abrir boca y se preguntaba mentalmente qué tenía que ver ella con todo aquello.

—Se sabía que toda aquella gente pertenecía a la UNFP9, que Hasan II declaró ilegal por una supuesta conspiración para asesinarlo. Por ello, ordenó torturar y matar a todos los integrantes del partido, después de una pantomima de juicio.

La abuela paró un momento, suspiró y continuó con la historia:

—Tus padres, Ilhem, pertenecían al UNFP. Eran amigos de Ben Barka y, cuando éste se exilió en París, les dijo que lo siguieran. Pero ellos prefirieron permanecer aquí y afrontar los riesgos de una disidencia muy peligrosa.

Casi no respiraba escuchando todo lo que le estaba contando. Empezó a darse cuenta de lo que podía significar para ella y tuvo que morderse la lengua.

— Tuvieron que esconderse durante un tiempo, hasta que naciste tú.

La mujer tenía los ojos llenos de lágrimas, pero no podía dejar de hablar, necesitaba sacarse el peso de más de veinte años de obligado silencio.

—Fueron buscados por los servicios secretos, que los acusaban de alta traición. Por eso venían poco a verte. Como consejero del rey Mohamed V en el exilio y hombre de su máxima confianza, tu padre abrió una cuenta en un banco suizo en la que se depositó una gran cantidad de dinero por si el monarca tuviera que volver a exiliarse. En aquella época no se podía saber cómo podrían evolucionar los acontecimientos. Al morir Mohamed V, tu padre dispuso que mensualmente se nos transfiriera una determinada cantidad de dinero. Sin embargo, era tanta la cuantía, que los intereses crecieron hasta exceder el envío mensual. Actualmente, no sé exactamente cuánto hay. Pero me parece que es una suma considerable, suficiente para vivir unos cuantos años más. A partir de ahora, serás tú la que deba administrarlo.

Ilhem no pudo aguantar más y preguntó dónde estaban sus padres.

— Dímelo, mamá, ¿están muertos? Por Dios, mamá, ¿dónde están ahora mis padres?

La mujer empezó a llorar desconsoladamente, con la cara entre las manos y sacudiendo las espaldas a cada sollozo. Se daba cuenta de que la pregunta no tenía una buena respuesta y se preparó para lo peor.

La muchacha que amaba Europa

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