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VIII

AFRAA

A partir de la confesión, la complicidad entre Ilhem y Afraa aumentó a medida que pasaban tiempo juntas. En ella, Ilhem descubrió a una mujer desconocida, con una aptitud de análisis extraordinaria. Se quedó absolutamente admirada de su carácter férreo y terco, así como de su capacidad de trabajo y abnegación, superior a cualquier otra persona que hubiera conocido. ¿Cómo no lo había advertido antes?

Era una mujer avanzada en el tiempo, con una cultura que continuamente escondió detrás de una imagen de pueblerina tonta. Nadie la encontró nunca con un libro en las manos, más bien parecía que fuera analfabeta. Pero a partir del momento en que, por la noche, se quedaba a solas en su habitación, leía hasta la madrugada. Tenía escondida dentro de un armario una pequeña biblioteca con libros en varios idiomas. Los compró donde pudo y cuando pudo, siempre a escondidas, en los mercadillos, bazares y librerías de ocasión.

Tiempo después de contarle la historia de sus padres, le relató también su vida, despacio, sin ira, sin pesadumbre ni disgusto, sin odio. Ni siquiera sentía rencor por quién se lo había quitado absolutamente todo. Todo, hasta el mínimo detalle que recordaba perfectamente a pesar de los años transcurridos y las vicisitudes por las que tuvo que pasar.

Cuando nació, su vida no auguraba un gran futuro. Apenas sería tratada como algo más que una bestia de carga en el campo y una paridora de hijos, con un marido que seguramente la hubiese malquerido y pegado hasta su más que segura prematura muerte. Ése era el destino de prácticamente todas las mujeres nacidas en las aldeas del Rif profundo, a quienes nadie da el mínimo valor. Precisamente por eso, se cuidó mucho de educar a Ilhem en sus valores actuales.

Hablaba amazig, la lengua materna empleada en su niñez y juventud en el Rif; marroquí, por el país al cual pertenecía; español, por el colegio al que fue en Villa San Jurjo, actual Alhucemas; y francés, enseñado por sus padres y por el tiempo pasado en la Universidad de Casablanca. En resumen, Afraa era una mujer fuerte, con cultura y que no se amilanaba ante ningún obstáculo, como demostró durante los años que vivieron juntas.

Los rifeños nunca se consideraron marroquíes. Poseen su propia lengua, una cultura especial y un espíritu fiero y libre. Considerados por todos los monarcas alauíes como ciudadanos de segunda, nunca se han preocupado de industrializar ni modernizar la zona, más bien al contrario, los han ido arrinconando. En el año 1923, Abd El-Krim11 creó la República del Rif, que duró tres años, hasta su derrota ante las fuerzas conjuntas de España y Francia. Ello les comportó que los rifeños tuvieran, tengan y tendrán problemas con el resto del reino marroquí que se remontan al mismo origen de la independencia.

—¿Sabes, Ilhem? Yo no hubiera tenido ningún futuro en el Rif, una de las regiones más olvidadas y pobres de Marruecos, castigada además por la guerra con España, si no hubiese sido por mis padres. Se conocieron en la Universidad de Granada, estudiaban farmacia cuando se enamoraron. Mis abuelos no veían con buen agrado aquel romance, pues les hubiese gustado un matrimonio concertado, tal como era costumbre. Pero se casaron al acabar los estudios y volvieron al Rif, que en aquella época aún era protectorado español. Montaron un pequeño laboratorio farmacéutico en un pueblecito, en el que se empeñaron económicamente hasta las cejas, pero les fue bien. En pocos años eran conocidos en todo el Rif, con sus medicamentos y fórmulas magistrales que solucionaban problemas típicos de aquellas zonas paupérrimas. Malnutrición, infecciones y la alta mortalidad infantil estaban a la orden del día, entonces, y con sus conocimientos ayudaron dentro de sus posibilidades a solventarlos.

Calló un momento, como para recordar algo que, en realidad, estaba fijado a fuego en su memoria.

—Una o dos veces al mes, mis padres se desplazaban a Villa San Surjo, la capital, a comprar medicamentos, principios activos y otros componentes, a una farmacia que los importaba desde España. Además, acostumbraban a viajar a España una vez al año para informarse de las últimas novedades en farmacopea y utensilios de laboratorio. Incluso creo recordar que también hicieron algún viaje a Casablanca, para ponerse al día de las novedades francesas.

La mujer calló un rato, bebió un poco de agua y continuó:

—Nacieron tres hijas y mi madre empezó a temer que no podría dar un heredero a su marido. Pero el cuarto fue un niño, mi hermano Mohammed, y después nací yo. Recuerdo bien mi infancia en la farmacia, los juegos con mis hermanas y las clases que nos daba mi madre que, por cierto, sabía mucho más que el maestro de la madraza del pueblo, donde sólo se enseñaba el Corán. Mis padres no querían que la religión se entrometiera en nuestra vida, pero no hubieran podido hacerlo sin su estatus social. Ser farmacéutico, constituía un rango. En aquel tiempo, de todas maneras, vivir en las kabilas no estaba marcado por la religión como ahora, se vivía de una manera más libre.

Paró un momento para serenarse y beber otro poco, la narración le había dejado la garganta seca.

—Recuerdo vagamente a mis padres, de forma desdibujada por el tiempo, en el laboratorio de la farmacia, mezclando ingredientes y desmenuzándolos en el almirez. Y yo siempre a su lado mientras mis hermanas jugaban en el patio trasero. Me gustaba el olor a formol y a las hierbas que adquirían, me informaba de cómo se hacía esto y lo otro… Mis padres siempre me enseñaron cómo realizar fórmulas simples para curar problemas cotidianos. Antes de los diez años, preparaba ya los medicamentos más elementales. Me cautivaba mezclarlos en el mortero viendo cómo se iban convirtiendo en una pasta o un polvo que después permitían curar heridas o sencillas enfermedades. Salía con ellos a recolectar hierbas y componentes minerales. ¡Me enseñaron tantas cosas que aún hoy recuerdo! Las pocas veces que estuviste enferma, por si no lo recuerdas, te curé con remedios aprendidos de mis padres. Hubiera sido una buena farmacéutica, si no se hubieran producido los terribles hechos que acabaron con todo.

Tragó un poco de saliva, y continuó:

—A los diez años me internaron con mis hermanas en el colegio español de Villa San Jurjo, donde aprendí lo que me sirvió después para ir a la Universidad de Casablanca. Mis padres tenían coche, ¡un lujo en aquellos tiempos!, y venían a vernos los domingos. Algunas veces, íbamos a pasar el fin de semana a casa. Pero entonces todo cambió. España y Francia se retiraron de Marruecos, llegó el rey Mohamed V y, con él, la independencia y unificación de todo el país12.

Afraa respiró pausadamente, como preparándose para poder contar lo que representó el fin de su existencia hasta entonces. Sus ojos se humedecieron por el recuerdo de los sucesos de aquellos años y unas lágrimas asomaron sin ser reprimidas, para deslizarse por sus mejillas.—En vez de casarme y tener hijos, acabé el bachillerato y me fui a Casablanca a estudiar una carrera. Pretendía estudiar Farmacia y continuar con el negocio de mis padres. Pero los acontecimientos se precipitaron. La unificación del Rif produjo el sentimiento de estar viviendo otra colonización, aunque esta vez marroquí. El modelo español se transformó para convertirse en el francés, suponiendo una enorme colisión política, cultural y económica. Las revueltas y protestas se producían cada vez más frecuentemente. Se cerró la frontera con Argelia evitando la emigración rifeña. En la administración marroquí había una total ausencia de representantes autóctonos. El paro, la miseria, y el caos económico se adueñó de la zona y se culpó de todo a los políticos corruptos de Rabat. Sin embargo, mis padres no veían con buenos ojos todas aquellas manifestaciones, intuían que nada bueno podría suceder con el ambiente de violencia existente y se prepararon para una época de transformaciones.

Su emoción aumentó exponencialmente al cruento relato.

—Pasé el verano del año 1958 en casa, pero el entorno empezaba a ser asfixiante. El descontento, las proclamas y las apariciones de banderas españolas provocaron la denuncia del Gobernador, que trataba de traidores a los rifeños por preferir España a Marruecos. Se pidió la vuelta de Abd El-Krim13 y la restitución de la República del Rif. Las demandas se volvían violentas y decidimos que iría a Casablanca, antes del comienzo de curso, e intentar obtener una beca, no fuera que la situación provocara que tal vez no pudiera pagar mis estudios. En aquellos años había muy pocos teléfonos y las cartas llegaban con más de una semana de retraso, algunas ni se recibían. Por rumores que corrían por la universidad, me enteré de que el ejército de Mohamed V, al mando del príncipe, el actual Hasán II, desembarcó en Al-Hoceima y Tánger. Fue la guerra. La aviación descargó bombas de fragmentación, napalm y fósforo blanco sobre todas las zonas donde se creía estaban los rebeldes. ¡Mi casa y toda mi familia desaparecieron en aquel instante! Me quedé sola de la noche a la mañana. Y sin dinero, todo fue arrasado e incautado. No hubo opción a indemnización, al contrario, tuve que esconderme para evitar represalias. Aunque aguanté un tiempo más, tuve que abandonar la universidad, con el importe de la beca no podía permitirme vivir en Casablanca.Intentó sin mucho éxito mantenerse serena, pero el duro relato parecía desbordarla. Ilhem se levantó y la abrazó con ternura, intentando secarle las abundantes lágrimas que silenciosamente le caían por las mejillas.

—Fue entonces cuando conocí a tu futura madre, una preciosa joven argelina que residía en Rabat y que quería estudiar en la universidad. Congeniamos al instante y tu madre se ofreció a ayudarme. Prometida a un político notable, me dio cobijo y protección. Puso a mi disposición su pequeño apartamento en Casablanca, en el que vivimos juntas un tiempo. En aquel tiempo nadie sabía allí de mí, la independencia arrasó con toda la documentación de la organización francesa y se tuvo que establecer una nueva. Aproveché para cambiar mi nombre y pasé a ser una pariente lejana que vivía bajo su techo. Mi vida se ligó en cuerpo y alma a la de aquella mujer, que tanto hizo por mí. Se casó con su prometido y viajaron a Francia para iniciar contactos políticos con la oposición y la UNFP. A partir de ahí empezaron todos los problemas que te he contado.

Los recuerdos de la vida de su abuela le dolían como si fueran propios.

11. Político y militar rifeño que encabezó la resistencia contra España y Francia en la guerra del Rif. Fue presidente de la autoproclamada República del Rif.

12. Conocido como el “padre de la independencia”, Mohamed V logró conciliar las fuerzas divididas del nacionalismo marroquí y formó una unidad alrededor del trono, en el que estaría desde 1957 hasta 1961.

13. Abd El-Krim fue un político y líder militar rifeño que encabezó la resistencia contra la administración colonial española y francesa durante la denominada Guerra del Rif.

La muchacha que amaba Europa

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