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IX

Afraa torció el gesto al escuchar que podría tener la ayuda de alguien.

—¿La ayuda de alguien? ¿De quién? —le espetó—. Cuidado con lo que cuentas, tú no tienes ni idea con quién te puedes encontrar. No se puede jugar impunemente contra esta gente. Es el Estado, ¿lo entiendes?, con todo su omnipotente poder. No eres más que una miserable hormiga frente un elefante.

Ilhem creía que aún podía haber justicia y ley, pero las palabras de su abuela y la historia de la aniquilación del Rif, una extensa zona del país, le hicieron recapacitar de lo muy equivocada que estaba. Sólo existía una razón de estado: el poder. Y éste se debía mantener por encima de cualquier concepto: humanidad, justicia, ley… No existía ninguna otra ley para el poder que la de perpetuarse en él mismo. Y en esta especialidad, la dinastía Alauita parecía ser el ejemplo perfecto.

—Mamá —carraspeó—, te engañé la otra noche cuando te dije que había salido con unas amigas. Sí, no pongas mala cara. Ya sabes que yo nunca miento pero creí que era mejor para ti no saberlo. Salí sola y fui a bailar un rato. Conoces mis ganas por salir de aquí y pensé que tal vez, en un ambiente más libre como la discoteca de un hotel, encontraría algún tipo de solución.

Su abuela vio claramente cuál era el tipo de solución que buscaba.

—Pero, Ilhem, ¡no ves que a esos sitios sólo van chicas a prostituirse y ganar cuatro dírhams para sobrevivir! Por cada chica que tiene la suerte de salir con un europeo, hay cien que quedan estigmatizadas el resto de su vida. No hubieras debido hacerlo.

—Ahora lo comprendo, mamá —le dijo—. Pero es que estoy tan obsesionada con irme, que cualquier solución me parecería buena. El caso es que conocí a un taxista joven que me acompañó a la discoteca y estuvo conmigo toda la noche bailando y hablando. Al día siguiente, cuando nos volvimos a ver, se pasó toda la conversación intentando saber todo lo posible sobre mis padres.

—O sea, que no me mentiste sólo una vez, sino dos. ¿Cuándo le volviste a ver?

—No te mentí mamá, sólo que no te dije dónde iba. Al día siguiente, cuando te dije que salía a que me diera el aire, le llamé y quedamos en vernos en Dar-Mimounn aquella tarde. El caso es —continuó dónde lo había dejado antes de que su abuela la interrumpiera— que este taxista se llama Hasan, al menos eso dijo, y me comentó que conoce una manera de salir de aquí, pero que es muy peligrosa. Me habló de la yihad. Aunque aseguró no ser terrorista, ni mucho menos, debido a su trabajo tenía muchos contactos y quizás alguno podría ayudarme. Sin embargo, me llamó la atención su gran interés por mis padres. De hecho, se despidió diciéndome que cuando supiera más de ellos, le llamara. No sé qué pensar. Pero yo quiero irme de este país que cada vez me gusta menos, y me gustaría hacerlo sin tener que pasar por la emigración clandestina.

Afraa escuchaba cada vez más preocupada. Veía en la determinación de la chica una voluntad irrefrenable que la podría arrastrar a tener que afrontar toda clase de peligros. Y ello no le gustaba en absoluto. Quedó en silencio unos instantes, hasta que dijo en tono grave:

—Escúchame bien, Ilhem, estás jugando con fuego. No sabes quién es ese tal Hasan. Si te insistió tanto en saber de tus padres, es por algún motivo. Seguro que de taxista tiene poco, sino por qué tanto interés en ellos, ¿qué le importan los padres de alguien que acaba de conocer? Deberías enterarte de su verdadero nombre y averiguar todo lo posible sobre él. Tendrías que intentar mentirle para averiguar si sabe más cosas de las que dice. Hay que saber dónde pisamos, el terreno puede ser muy resbaladizo y peligroso.

Le gustó que hablara en plural, quería decir que se había involucrado. Y ahora que ya sabía quién era realmente, el tenerla a su favor podría ayudarle mucho. Se alegró de haberle contado la verdad.

—Hablaré con él e indagaré a base de mentiras y medias verdades. Le comentaré que tuvieron no sé qué problema y se fueron al extranjero. Y que de momento no pueden venir. Y a ver por dónde sale él.

—Bien, me parece correcto. Pero vigila mucho y si no lo ves claro, retírate —apostilló.

Aparcaron la conversación durante algunos días. Ilhem los pasó entretenida buscando una beca para estudiar un máster, sus notas eran muy buenas y estaba segura de que lo conseguiría. Aunque, en realidad, su cabeza no estaba por la labor y rumiaba constantemente sobre Hasan y su salida del país. Paralelamente, había mandado varios currículums a empresas extranjeras.

Una de las compañías textiles de la zona franca de Tánger, la alemana “Textilgesellschaft von Süddeutschland”, con una sucursal para el montaje y costura de sus prendas, le llamó para una entrevista. E Ilhem ni se lo pensó. Preparó una pequeña maleta con varias prendas, traje chaqueta incluido, que le daba un toque serio de responsabilidad, y cogió el tren con destino a Tánger.

Sin embargo, tras un viaje de varias horas y un transbordo en Casablanca, llegó a la ciudad cansada y con el traje arrugado. En los lavabos de la estación, se arregló como pudo y fue directa a la entrevista.

La recibió la Directora de Recursos Humanos en un despacho sobrio pero elegante. La entrevista se efectuó en francés. No obstante, estaban interesados en gente que hablara también español y, sobre todo, alemán. Ilhem hablaba y leía sin problemas este último idioma, aunque le faltaba práctica al escribirlo. Sin embargo, nunca aprendió español. Eligió aprender inglés porque pensaba que tenía más futuro como business lenguage.

Se citaron al día siguiente para reunirse con el director de la sucursal y tener una entrevista con la psicóloga. Salió contenta de la empresa pero un poco desanimada por el hecho de que la quisieran para trabajar en el mismo Tánger, ya se había montado mentalmente la idea de que la precisaban para ser trasladada a Alemania.

Fue directamente a un hotel en la Avenida du Mohamed V y tomó una habitación. Mientras se duchaba pensó en la entrevista del día siguiente y que solo este hecho ya era de por sí importante, de momento había pasado el primer filtro. Como tenía la tarde libre, decidió hacer algo de turismo por Tánger. Subió por la avenida y, delante del imponente Hotel Rembrandt, giró hacia la Avenida Pasteur. Se paró en el mirador de Sour de Maagazine, conocido como la pared de los perezosos, para admirar la espléndida vista del Estrecho de Gibraltar y las montañas de España. Estuvo un rato allí, quieta, maravillada de ver por primera vez ante sus ojos su amada Europa. Le parecía que nadando podría llegar hasta ella, pero sabía muy bien que por buena nadadora que se considerara le sería imposible atravesar a nado aquel ancho brazo de mar. Las terribles corrientes, los grandes buques y los cambios bruscos de tiempo le harían imposible la travesía.

A su mente vino la primera mujer que cruzó el estrecho, Mercedes Gleitze14, en 1928. Y para ello precisó de vigilancia constante, barca de apoyo y permiso de ambos países, cosa que a ella ni se le ocurriría hacer. Siguió andando hasta llegar a la plaza de Francia, donde se paró delante del Consulado Francés para admirar sus jardines y su palacio-residencia.

Bajó por la calle de la Libertad y entró en el Hotel Al-Minzah. Se sentó en un sillón del bar junto a una mesa y esperó al camarero, mientras intentaba calmar un poco los nervios por la osadía de entrar sola en un sitio de semejante lujo. Pidió un zumo natural de naranja y se quedó absorta escuchando la música que provenía del piano situado en el centro de la sala.

Sin embargo, al ir al lavabo le pareció notar que alguien la miraba con insistencia. Al girar la cabeza disimuladamente, le pareció ver a Hasan escondido en un rincón oscuro del bar. Pero lo desechó por imposible, ¿cómo iba estar también él en Tánger? ¿La habría seguido?, pero ¿cómo podría saber que tenía esta entrevista de trabajo? Parecía todo muy extraño, así que se levantó y fue directamente al rincón.

Hasan estaba sentado en un sillón escondido en la penumbra, tomando un whisky con hielo. Cuando la vio delante de él, pareció un poco turbado pero reaccionó con rapidez.

— ¡Ilhem, qué sorpresa! ¿Qué haces tú aquí? Qué alegría verte.

—¿Y tú? Lo mismo te podría preguntar —respondió ella con otra pregunta, se sentó sin esperar invitación y llamó al camarero para que le trajera otro zumo de naranja.

—He traído un cliente, tengo varios usuarios de taxi, ejecutivos extranjeros que quieren que se les lleve a cualquier sitio y así no tienen que preocuparse por alquilar un coche y conducir ellos mismos. La conducción en Marruecos no es muy ortodoxa, que digamos, y es peligrosa si no eres de aquí.

—Ya. ¿Y te hospedas en el Al-Minzah o es casualidad habernos encontrado aquí? Empiezo a creer que me has seguido —le soltó de sopetón para ver su reacción.

Su conversación se desarrollaba en francés, como debía ser la de la clase media en un ambiente público.

—¿Yo? ¿Por qué tendría que seguirte si no podía saber que estabas aquí? Me alegro que nos hayamos encontrado.

Se levantó y le dio un beso en la mejilla como si fuera lo más natural.

—Dime, ¿qué haces tú también aquí?

—He tenido una entrevista de trabajo en la zona franca y mañana tengo un psicotécnico. Volveré a casa por la tarde y ¿tú, cuándo vuelves?

—No sé, estoy pendiente del cliente pero es posible que también sea mañana. Por cierto, estoy libre esta noche, ¿quieres que cenemos juntos?

La pregunta la descolocó, no se esperaba encontrar tanta familiaridad en el comportamiento de Hasan y pensó que veía espías por todos lados. Pero quedó alerta, era demasiada casualidad que se encontraran en Tánger a pesar de que él lo viera como lo más normal del mundo. De normal no tenía nada, se dijo.

—De acuerdo. Pero cada uno se paga lo suyo, si no, no hay trato. No conozco nada de Tánger. Di tú el restaurante.

—¿En qué hotel estás? Podemos ir por allí para no coger el coche.

—Estoy en el Tanjah Flandría, ¿lo conoces?

—Lo conozco, sí, como lo conoce todo Tánger. Es el hotel que tiene la discoteca con más chicas de ésas que te interesaban —respondió Hasan—. ¿Por qué has ido a este hotel? ¿Acaso lo sabías?

Ilhem se sonrojo al oír sus palabras. Por un momento sintió vergüenza al recordar cómo se conocieron.

—No tenía ni idea. El hotel es céntrico y está bien de precio.

—Entonces iremos a la Casa de España, se come bien y se puede beber vino.

— ¿Pero te dejan entrar si no eres español? —pregunto ella.

—No te preocupes, a nosotros sí nos dejaran entrar. Conozco al portero, no hay problema.

Estuvieron hablando hasta casi las siete y al salir fueron paseando hasta el hotel. Hasan estaba en el hotel Rembrandt, en la misma calle pero más cerca de la Casa de España. Se despidieron y quedaron a las ocho y media en la recepción del hotel de Hasan para ir a cenar.

Subió a su habitación, se duchó, maquilló y se puso ropa informal, no quería ir demasiado arreglada a cenar con Hasan, pero quería causar una buena impresión. Le quedaba un rato para la cena y aprovechó para llamar a su abuela y explicarle la entrevista, pero inesperadamente decidió no comentarle nada del encuentro con Hasan.

Ya había anochecido cuando subió andando hasta el hotel Rembrandt. Entró en el hall y esperó a que Hasan bajara de la habitación. Pero cuál fue su sorpresa cuando lo vio entrar por la puerta principal.

— ¿No has ido a tu habitación? —le preguntó un poco extrañada.

—Sí, pero los hombres acabamos mucho antes que las mujeres y he ido a la Casa de España para reservar una mesa. Está justo aquí al lado.

Salieron y caminaron los cien metros que separaban al hotel del restaurante. Tras saludar al portero, subieron al piso donde se encontraba el comedor y se sentaron a la barra del bar.

—¿Quieres una cerveza? —le preguntó él.

Ilhem asintió con la cabeza.

—Dos Wastainer, Saïd, por favor.

Ilhem percibió la educación de Hasan. En Marruecos no era normal pedir las cosas por favor y menos aún a un camarero marroquí.

— ¿Dónde has crecido, aquí o en París, con tus padres?

Hasan se sorprendió por su pregunta y tardó unos segundos en responder.

—En París, ¿por qué?

—Por tu educación, pides las cosas por favor y no es normal aquí.

Hasan pensó que era muy observadora y que tendría que vigilar mucho todo lo que dijera. No habían acabado de tomar el aperitivo que les habían servido cuando el camarero les dijo que tenían la mesa preparada. Miraron sin prisa la carta y pidieron una ensalada para dos, calamares a la romana, pescado a la plancha, una botella de agua y otra de vino.

—Eres muy observadora, ¿eh? Te fijas en todo. Tengo la costumbre de pedir las cosas por favor, creo que es lo correcto, ¿no?

—Sí, pero aquí nadie lo pide así. No es normal. En Marruecos la educación brilla por su ausencia. Lo mismo que el feminismo y el respeto a la mujer. ¿Por qué crees que me quiero ir de este país?

La cena fue alternando momentos de silencio con conversación. Hasan le había advertido de que no hablara de política ni criticara nada del gobierno. Allí iban muchos policías de paisano a tomar alcohol.

— Por cierto, ¿en qué empresa tienes la entrevista mañana? —le preguntó.

—En una empresa textil alemana, hablo un alemán regular pero les he gustado, creo. Acabaron la comida, y tras hacer un poco de sobremesa se levantaron, pagaron la cuenta y se fueron.

—Es un buen sitio para comer; se come bien y tienen calidad, los precios no son baratos pero en general es recomendable, sólo hay que abstenerse de hablar mal del gobierno y mucho menos del Rey. Aunque esto es mejor no hacerlo en ningún sitio público.

—Es muy temprano —dijo Hasan al llegar a su hotel—, si quieres podemos ir un rato a la discoteca de tu hotel, así podrás ver la competencia que tendrías si quisieras seguir con tu plan.

—Vale, pero hasta las once y media como máximo. ¿De acuerdo? —dijo ella.

La distancia hasta el hotel Tanjah Flandría era de unos escasos cincuenta metros. Pero su discoteca tenía una entrada posterior en la calle Ibn Roch para no tener que pasar por el hotel. Como en todas las discotecas del país, un policía custodiaba la puerta y les impidió la entrada por no llevar consigo la reserva de la habitación. Decidieron entonces entrar por la puerta del hotel, situada al final del vestíbulo.

Se sentaron en una mesa al fondo de la gran sala, cerca de un grupo de chicas que estaban bailando.

Pidió un refresco, ya había bebido demasiado y quería estar muy despejada a la mañana siguiente para la entrevista. Hasan pidió un Cardhu 12 con hielo y se arrellanó en la butaca.

Como había dicho, el ambiente era mínimo, unos camioneros españoles estaban sentados bebiendo y mirando a las chicas que estaban juntas en el rincón. No entendía el español en absoluto, pero Hasan le dijo que hablaban de transportes y camiones.

—Aunque es muy temprano, pues aquí no empieza el ambiente hasta la madrugada, hay algunas chicas esperando si pueden sacar algo esta noche, algún extranjero que les pague la habitación y que les dé un poco de dinero para mañana. Los marroquíes pagan una miseria por pasar la noche con una mujer, se creen con el privilegio de tenerla gratis. Ellas tienen que pagarse la pensión, la comida, la ropa, otras necesidades y la protección. Oficialmente no hay proxenetas, como tampoco prostitución, pero en realidad tienen a toda la policía ejerciendo de chulos. O pagan con dinero o pagan con su cuerpo, pero no se escapan de pagar. Hay que pagar para poder estar aquí.

Ilhem se ruborizó por la manera de hablar de Hasan, pero estaba segura de que le hablaba con sinceridad. Quedó muy seria pensando en lo que le había contado, le parecía repugnante que todos los policías se aprovecharan de aquellas pobres chicas, le parecía obsceno, al fin y al cabo, el país no daba muchas oportunidades a las mujeres para poder trabajar honradamente y ganarse su subsistencia; sueldos de miseria, condiciones denigrantes y abusos de todo tipo estaban a la orden del día. Tampoco los hombres podían ganarse bien el sustento, los salarios eran un poco mejor para ellos, pero no dejaban de ser una mezquindad con relación al coste de la vida. Se enfadó consigo misma por haber pensado en semejante posibilidad, pero es que no tenía ni idea de lo que ello podía representar.

En ese mismo momento comprendió por lo que tenían que pasar las mujeres, los agravios y la denigración que padecían, y se quiso revelar contra ello, se dijo que eso no le pasaría a ella. La otra vez, en Marraquech, no le había parecido tan desagradable, claro que entonces se había divertido y no sabía nada de lo que le acababa de contar Hasan.

Escucharon un poco de música y alguna chica salió a bailar a la pista para ver si alguien se fijaba en ella. A Ilhem no le gustó aquel espectáculo.

—Me voy a dormir. Mañana tengo trabajo y quiero estar en forma. Quédate tú si quieres. Hasta pronto, Hasan, buenas noches.

Se levantó y, sin esperar respuesta, se fue a la barra para pedir que pusieran la bebida en la cuenta de la habitación e inmediatamente salió disparada hacia el interior del hotel. Estaba enfadada por todo lo que le había dicho sobre las chicas y el hecho de que ella hubiera pensado hacer lo mismo aún la enfadaba más, le parecía más ruin. Pero entonces, ¿qué tenía que hacer para ir a Europa?

Se despertó temprano, se duchó, arregló y se puso el vestido de la noche anterior, que le favorecía. No quería ir seria como el primer día. Pidió un taxi para que la llevara al puerto y al llegar a la barrera de la zona franca, tuvo que identificarse y comunicar adónde iba. El policía la dejó pasar sin problema al conocer el nombre de la sociedad. El coche la llevó hasta la puerta, que abrió la misma chica del día anterior.

—Después de la entrevista con la psicóloga la atenderá el director general. Tendrá que esperar un poco, aún no ha llegado. ¿Quiere un café?

—No, gracias, acabo de tomar uno. Al cabo de media hora entró la psicóloga. Se sentó y estuvieron hablando durante más de una hora. Hizo los test clásicos, empezando por el de Rorschach y acabando por el de Lusher, junto con los de hábitos, personalidad y psicotécnicos. Mientras esperaba de nuevo para la entrevistarla del director general, pensó en qué utilidad podían tener aquellos test que ya había visto y hecho en la universidad, los conocía todos y los había estudiado, así que dar la respuesta que más interesaba para conseguir el puesto le parecía muy fácil, sabía la respuesta antes de que le formularan la pregunta. Pensó que, simplemente, era una prueba retórica más para la admisión al trabajo.

Ahora la psicóloga seguramente estaría hablando con el director, hablándole de su personalidad y de la idoneidad o no para el puesto, pero estaba tranquila, sabía que el único escollo que encontraría podría ser la escritura en alemán. Albergaba estas elucubraciones cuando entró el director.

—Guten Morgen, Frau Ilhem. Ich bin Dieter Genscher —le dijo directamente en alemán.

—Buenos días, Herr Genscher, encantada de conocerlo —contestó en un alemán bastante correcto. Estuvieron hablando en este idioma durante toda la entrevista. Al director, le impresionó el carácter de aquella chica. En un primer momento le pareció frágil pero, a medida que hablaba con ella, admiró su fortaleza mental y determinación. Parecía que sabía muy bien lo que quería, era educada y la intuía inteligente y dispuesta a salir airosa de cualquier reto. Su apariencia tan europea, su cabellera medio rubia y sus ojos claros con aquel matiz azulado le daban un aspecto por el que podía pasar perfectamente por alemana. Tal vez el único contra, si es que a priori se le veía alguno, era el idioma, dominaba el francés, pero su alemán no era perfecto. Y aunque tenía que efectuar varias entrevistas más, Ilhem parecía ser la aspirante perfecta. En opinión de la psicóloga, el resultado de su entrevista y test eran demasiado perfectos, o era una chica excepcional o la había engañado sin saber exactamente cómo, pero no dejaba de ser una mente extraordinaria.

Se despidieron y quedaron en que ya le dirían algo en unas semanas.

Al salir a la calle, el sol la deslumbró, sus rayos penetraban en la superficie algo oleosa del agua del puerto pesquero, produciendo reflejos de matices dorados y plateados. Las pequeñas ondulaciones producidas por una suave brisa, daban al mar un aspecto hipnótico a la vista. Estuvo un rato admirando el espectáculo hasta el momento en que se rompió el hechizo al percatarse de la cantidad de basura, deshechos y peces putrefactos que flotaban concentrados en un rincón de la dársena.

—Hola, Ilhem. Nos volvemos a encontrar.

Se giró rápidamente para saber quién le había hablado y vio la cara sonriente de Hasan que la miraba con complacencia.

—¿Me sigues otra vez? —preguntó molesta—. No me querrás hacer creer que estás aquí de casualidad.

—Pues sí y no. He dejado el cliente en la estación marítima y después he preguntado en el Yatch Club por una empresa alemana textil y me han indicado ésta. Quería volverte a ver, ayer saliste a la carrera de la discoteca y me dejaste con la palabra en la boca. Te llevaría a Rabat pero aún tengo un trabajo que hacer en Tánger.

Se dieron dos besos y quedaron en llamarse, se subió a su coche y desapareció por la puerta principal en dirección a la ciudad.

Ilhem avanzó hacía la parada de taxis que había en el puerto, cogió uno y le pidió que la llevara a la estación. Compró un billete a Marraquech en primera clase, quería viajar tranquila. Mientras esperaba su tren, llamó desde el teléfono del restaurante a su abuela para pedirle que la esperara con un taxi en la estación, sería tarde y no le gustaba volver sola a su casa a aquellas horas.

—¿Cómo ha ido la entrevista? —le preguntó

—Muy bien, mamá. Hablamos cuando llegue, pero ha sido inmejorable, estoy muy contenta, algo me dice que el trabajo es mío.

—No cantes victoria antes de hora, Ilhem, el desengaño es muy amargo.

—De acuerdo, pero me ha parecido que ha salido estupendamente. Hasta la noche. A la hora exacta el tren arrancó. Se acomodó en el mullido asiento de primera clase y se dispuso a dormir un poco, se sentía estresada por todo lo acontecido. El encuentro con Hasan la intranquilizaba, algo en su interior le decía que no era lo que quería aparentar.

14. Con su hazaña, la inglesa Mercedes Gleitze convirtió el paso entre el Mediterráneo y el Atlántico entre los siete principales retos de la natación mundial.

La muchacha que amaba Europa

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