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PORNOGRAFÍA Y DISCURSO CAPITALISTA. ¿LA SUBVERSIÓN AÚN?

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PALOMA BLANCO DÍAZ

El psicoanálisis es una clínica de la subjetividad, es decir, no hay psicoanálisis sin el trabajo sobre el síntoma. Por ello decimos que nuestra política es la del síntoma, y lo que nos orienta es este real de la dificultad intrínseca del goce con sus correlatos de placer y sufrimiento.

Partimos de estas acotaciones para poner de relieve, en primer lugar, que el psicoanálisis no es una ideología sino un discurso efecto de una lectura en la escucha orientada por lo real que atraviesa la subjetividad de los seres hablantes. Este real es lalengua, más allá y más acá del lenguaje, del significado, del sentido, de la comunicación. Efectivamente, y tal como afirman pensadores como Judith Butler,12 el significante es performativo, genera significados y contribuye, por cierto, a deconstruir el binarismo sexual porque deconstruye la naturalización de la diferencia sexual. Pero no es esto todo lo que muestra la enseñanza de Lacan; además del Lacan estructuralista, y sin invalidarlo, su última enseñanza demuestra que la palabra genera e introduce goce en el cuerpo, lo vivifica y mortifica. Incluir el goce en la sexualidad rompe, sin remedio ni cura, con la posibilidad de normativizar la sexualidad. No hay norma que resista al goce, de hecho, como Freud demostró, la norma acaba vehiculizándolo. La pulsión está hecha de palabras que trazan itinerarios de goce en el cuerpo, escrituras bizarras, raras, sin retórica ni narrativa. Marcas, letras mudas sin significado, grafías sin otra tipografía que una letra que toma cuerpo, cuerpo de letra.

Desde el psicoanálisis no consideramos la normalidad como un referente de lo correcto, lo oportuno, lo saludable, lo moral, «lo que corresponde», lo que es conveniente. Tratamos la normalidad simplemente como lo que atañe al sentido común, y no le damos a este más valor que el de ser el sentido de la mayoría; es decir, el sentido neurótico. Este sentido de la mayoría no nos sirve para acotar y nombrar lo que a los psicoanalistas nos interesa y nos incumbe, el deseo que es nuestra causa y que sostenemos en nuestro acto. Se trata de la diferencia absoluta, lo que cada uno de nosotros traemos al mundo con nuestro nacimiento, que no estaba antes y que no volverá cuando no estemos. Hay un sentido común, un ideal de para todos, porque los seres hablantes no tenemos un articulador automático entre satisfacción y bienestar, como ocurre en el reino animal, a través del instinto que orienta en el cuidado de sí o de la especie. Lo que para ellos es instinto natural, para nosotros es pulsión que empuja a una satisfacción que va más allá del bienestar, a la que no le importa el cuidado de sí o de la vida. Cuerpos atravesados por lalengua que nos conduce ineludiblemente al incurable de esa vida desordenada, ese malvivir que es la existencia humana. Por eso inventamos normas que parten siempre de una ausencia irreductible y, por ello mismo, la norma es siempre insuficiente para lo singular de cada vida y hay que seguir inventando.

Esa singularidad no tiene precio porque está por fuera del sentido, y es lo que le da el valor a esta vida parlante, sexuada y mortal. Diríamos incluso que la vinculación de estas tres condiciones tiene una estructura borromea; cada una de ellas descompleta a las otras dos a la vez que no se sostiene sin ellas. En el centro, un agujero que nunca se colma y en torno al cual la pulsión traza sus itinerarios.

En este trabajo nos ocupamos de la segunda condición. Queremos interrogar, siempre desde la perspectiva clínica mencionada al comienzo, la articulación contemporánea entre sexualidad, goce, erotismo y pornografía, porque no son lo mismo. Son términos que pueden solaparse pero no se recubren por más que el capitalismo tardío que habitamos, en interés del mercado, muestre un furibundo empuje en reducir y equiparar la sexualidad al sexo, el erotismo a la pornografía, para soslayar la pregunta por el amor, el deseo y la falta y su vinculación con la erótica. Esta tendencia la entendemos como otra declinación de la determinación del discurso capitalista para producir subjetividades y expropiar al sujeto la posibilidad de hacer la experiencia de su singularidad. Tal vez podemos apreciar todavía más esta profunda discordancia entre el uso performativo de la pornografía por parte del amo contemporáneo y la singularidad de la condición sexuada de los seres hablantes si recordamos sucintamente la teoría del deseo en Sigmund Freud:13 él nos habla del anhelo paradójico, la nostalgia por la pérdida de un objeto que nunca existió. Se trataría de una primera experiencia de satisfacción mítica y primigenia en la que lo que quedó libidinizado es la huella de aquella experiencia, siendo entonces toda satisfacción alucinatoria. El deseo persigue la huella de un fantasma, la pérdida de lo que nunca se tuvo; el deseo es extraño, errático, insensato, no tiene que ver con el ideal, el bienestar, tampoco con el capricho. Es más bien una causa tan rara como única, que no proporciona la satisfacción que esperamos pero sin lo que la vida no puede sostenerse.

El término «pornografía» reúne dos significantes, porno y grafía. Se trata de un cultismo creado en el siglo XIX, de etimología griega, referido a libros de alto contenido sexual, y que se extiende posteriormente, además de a la escritura, a la imagen, prevaleciendo actualmente esta última. Procede de porne, prostituta, y grapho, escritura. A su vez, porne proviene del verbo griego pornemi que significa «vender».

Resaltamos que nos encontramos ante un significante en el que comparece un modo de abordaje de la feminidad mediante su transformación en mercancía y un intento de escritura de esta operación. Asimismo, no debemos dejar pasar por alto que es un término que aparece en el siglo de la revolución industrial y los antecedentes, no del capitalismo en sí, sino de lo que dará lugar al capitalismo contemporáneo que transitamos en la actualidad. Consideramos que la pornografía es, desde esta perspectiva, un modo de tratamiento de esa dimensión enigmática del sexo que no se cancela, porque el inconsciente se funda en una elucubración de saber (no-saber) que pretende dar una medida común, un sentido común al goce. Para los dos sexos una sola significación, la fálica: (Φ) que no debemos confundir con el órgano pene y que nombra un goce parcial, contable y localizable. Para cualquier otro goce, incluido el femenino, un vacío de símbolo y significado. No hay traducción, lost in traslation. En el lado derecho, el que correspondería a la significación del goce nítidamente femenino, un vacío de símbolo y sentido; es lo que conocemos como S (A).

Desde la perspectiva del psicoanálisis la sexualidad humana no está regida por el determinismo biológico sino por la elección inconsciente que hace cada sujeto de su posición deseante como hombre o como mujer. Se trata de una elección no determinada ni por la anatomía ni tan siquiera por la elección del objeto erótico, sino por un modo de satisfacción, de deseo y goce, tal como acabamos de mencionar. Jacques Lacan14 formaliza estas posiciones electivas lógicamente a través del siguiente cuadro de las fórmulas de la sexuación que vamos a desarrollar muy brevemente.


En el lado izquierdo, masculino de las fórmulas, la excepción se constituye a partir del todo; así pues, el todo siempre puede ser descompletado ya que la excepción está tanto fuera como dentro. La excepción es el principio fundador del universal; por ello, el universal humano está siempre algo mellado. En el lado derecho de las fórmulas, el femenino, el Otro está tachado por su alteridad irreductible que lo hace inconsistente. La barra en el Otro es per-se. El Otro es abierto y no se puede clausurar desde su interior. El significante de la falta del Otro es suplementario y viene del exterior, como punto de capitón que crea el paréntesis y dota al Otro de un continente. Decir el Otro que no existe es aludir a la precariedad de este cierre.

Lacan puso el objeto a, finito y contable, del lado masculino porque nombra la pulsión, el descompletamiento del Otro, su inconsistencia en la lógica edípica del Uno-todo. El goce no-todo, más allá del falo, no queda sometido a esta lógica edípica y lo que lo hace bastante imposible de ser pensable es que no haya excepción y, por tanto, tampoco todo. A partir del libro 20 del Seminario, la lógica de la significación, el paratodos y el objeto a pertenecen al mismo campo. La vía del objeto a conduce al tope de un falso ser, tope que veta el acceso a lo más propio, al goce rebelde al sentido, que no se deja significar ni negativizar. Para el psicoanálisis solo hay ser fantasmático, afirmamos «yo soy» desde el fantasma, pero el ser únicamente es un supuesto al objeto a. Lo real y el goce quedan situados más allá de la significación, del semblante, más allá del objeto a; es el ámbito del no-todo y de la singular soledad de sí misma de cada mujer que se sitúa del lado femenino. No todas lo hacen, o no todo el tiempo, o no todo su goce. La cuestión se complejiza también si consideramos que algunos hombres no son del todo ajenos a esto.

La madre y la puta han sido nombres, y lo son, del innombrable femenino por cuanto una u otra pueden tener de funcionabilidad, contabilidad, utilidad... Se trata de designaciones de aquello que se puede nombrar de la feminidad y hacer entrar en la serie de intercambios significantes, a lo cual no es por supuesto ajeno el hecho de tomar de este modo su lugar objetal en el fantasma. El término pornografía acoge en su núcleo esa imposibilidad estructural del lenguaje para describir por completo la sexualidad humana porque no puede escribir del todo el goce.

El ultracapitalismo contemporáneo sabe que la subjetividad es el nuevo botín para el neoliberalismo, el filón es la producción de subjetividades. Hay un progresivo anudamiento de biopolítica y psicotecnia para colonizar el eje estructural y ontológico de la constitución subjetiva. En términos foucaltianos y tal como podemos rastrear en su Historia de la sexualidad15 podríamos afirmar que la sexualidad es un gran campo para el ejercicio de la biopolítica. El discurso capitalista captura las fantasías, el fantasma y los hace mercancía. Este es el núcleo duro, el real en juego en la pornografía.

El porno tiene hoy la posibilidad —que el ultracapitalismo promueve— de erigirse en el paradigma de la sexualidad contemporánea. Desde esta perspectiva nos resulta especialmente interesante pensar el valor performativo de la pornografía transformada en una útil herramienta de mercado al servicio del capital. Es muy interesante, por ejemplo, problematizar la aparente gratuidad del porno en muchas de sus presentaciones, porque el hecho mismo de ser espectador ya produce dividendos sin que el usuario deba pagar por su consumo. El espectador es un engranaje en el funcionamiento de la maquinaria como ocurre en el visionado publicitario durante la proyección de una película o durante la audición de un álbum de música en Spotify, por ejemplo.

La industria armamentística, la farmacéutica y la pornografía en Internet son hoy las más potentes del mercado, y las dos últimas tienen la ventaja sobre la primera de ser un mercado sin límites, además de llevar las marcas de un empuje al goce como forma de consumo propia de esta época. El porno por Internet es, además, de acceso fácil, barato y permite evitar el encuentro con otro cuerpo. Ahora que la actividad sexual no se dirige a la reproducción, incluso ahora que la reproducción queda muchas veces desconectada de la actividad sexual y se convierte en una mercancía que genera enormes beneficios económicos, hay ciertamente una nueva economía de los cuerpos mediática, estética, sexual... de un gran valor para la mercadotecnia, una potentísima economía productiva.

La no relación sexual se manifiesta, de modo privilegiado, cuando el goce de cada cual comparece en el encuentro de los cuerpos, cuando un cuerpo hace gozar a otro y, sin embargo, ese goce no va a hacer ninguna proporción, ninguna equivalencia, ninguna correspondencia. Tu cuerpo goza con el mío, el mío con el tuyo y ello no construye ningún nosotros. Porque dos nunca alcanzan a hacer uno, el uno en el nosotros no cesa de no escribirse. Esa escritura que no cesa de no, no cesa de dejar huellas, marcas que eventualmente se pueden hacer escritura cuando alguien lee. Lee en ellas la infinita elucubración que todas las mitologías versionan de lo inabarcable del goce para los seres que hablamos.

Esta es la mal-dición humana, que el goce no se deja atrapar por las palabras y, sin embargo, lo provocan y evocan; el goce está en sus huecos, entre ellas, entre los dichos, a veces, inter-dicto. Surge de aquí la relación paradojal entre pornografía y erotismo, como la de Aquiles y la tortuga en la carrera en la que Aquiles acaba quedando atrás. El erotismo posee un mayor alcance con relación a lo Real, por su vinculación a la palabra y a lo imposible de decir, que la pornografía en su vocación de que todo pueda comparecer.

Hay ciertas cuestiones en cuanto a la clínica de lo social respecto a la pornografía y el goce que no podemos dejar de mencionar y que merecerían un mayor desarrollo que el de los límites expositivos que el presente trabajo nos impone. Mencionaremos como muestra el fenómeno del posporno que se propone como un modo de reivindicación y cuestionamiento de la norma sexual clásica; sin embargo, al detenernos en sus propuestas no dejamos de observar diferentes versiones más o menos sofisticadas o bizarras de la fantasmática neurótica clásica, que muestran incluso muchas veces un núcleo de convencionalismo así como de conservadurismo evidente al proponerse como oferta, si no universal, sí para un determinado o determinados grupos «para compartir», en un intento de romper el carácter singular e incomparable de la sexualidad humana. La propuesta de esta aparente transgresión retorna a otra versión de la casilla de salida de una nueva norma sexual.

No queremos dejar de aludir a otro aspecto de elevada relevancia como es el hecho clínico del menor interés entre las mujeres por el porno a secas. Y es que «la feminidad», por su reactividad estructural y lógica a ser atrapada por la definición, escapa siempre de algún modo a la norma. De esta cuestión clínica, el discurso capitalista contemporáneo también ha hecho mercado. Esto queda patente, por poner solo dos ejemplos, en el auge de cierto tipo de literatura erótica dedicada especialmente a las mujeres, que conocemos bajo el epígrafe genérico de porno soft, así como la proliferación de revistas para adultas que combinan sexo con arte, belleza, moda, filosofía y corrientes orientalistas como el Oming o meditación orgásmica.

Estas reflexiones no tienen como pretensión ser un recorrido exhaustivo por las diferentes interrelaciones y consecuencias del uso de la pornografía por parte del capitalismo contemporáneo. Surgen como vocación de abrir interrogantes que, además, no permitan dar las preguntas por respondidas. Ciertamente, es muchas veces un acto de valentía en estas coordenadas históricas atreverse a querer saber un poco más sin el conformismo de darse por servido, pero es sin duda aun más atrevido empujar esa pregunta a interrogarse por las condiciones que nos conciernen como seres hablantes. Es un camino que nos llevará de una apuesta por querer saber a encontrarnos con esa falla estructural en el saber, un no-saber, que está vinculada a nuestra propia falla como sujetos. No es ajeno a ello la diferencia radical entre erotismo y pornografía y la paradoja del mucho mayor alcance del primero para poner en juego el nudo entre deseo y goce. Lacan caracterizó el discurso capitalista como aquel que rechaza la imposibilidad, la castración y el amor. Es notoria la presencia de este rechazo en la industria del porno, y tal perspectiva nos permite considerar que encontramos tal vez un cuestionamiento más radical y subversivo de la norma sexual no en la pornografía, sino en el amor como revalidación, cada vez, de una nueva invención más allá de la norma.

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