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INTRODUCCIÓN MARCOS DE ELECCIÓN
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ANTONI VICENS
Quizás hubo un tiempo en que la relación con el falo equivalía a toda la sexualidad. Al menos, el valor interpretativo de la significación fálica en el psicoanálisis parecía sostener tal suposición. Cuando Freud situó la diferencia de los sexos a partir de la lógica diferente que suponía el ser y el tener, empezó a tratar el falo no ya como simple realidad anatómica, sino como una significación específica que define una posición del sujeto en esa diferencia. Lacan describe el valor real de esta significación como aquello que organiza la cópula sexual y las formas diversas del juego que la anticipan. Su valor simbólico es el del verbo copulativo, esto es el ser sostenido por una realidad de escritura. Su valor imaginario es el «del flujo vital, en tanto pasa a la generación». Lacan lo transforma luego en una función lógica, y con ello rehace la lógica de la diferencia de sexos, liberada al máximo de la realidad anatómica. Como función, Φ permite escribir, más allá del supuesto naturalismo de la diferencia sexual, y como una forma de cuantificación formal, el todo, la excepción, el no-todo, y el uno. Gracias a esto, muchas confusiones se aclaran: la mujer no es una excepción en el campo del ser, la totalidad supone siempre la función excepcional del padre, el no-todo aparece como condición previa de la letra y de la creación. Y, finalmente, es uno a uno como elegimos nuestra relación con el ser —también con el ser sexuado.
Estas proposiciones, que parecen abstractas, son muy concretas en la clínica lacaniana, nos permiten prescindir de todo ideal de normalización y nos evitan confundir la anatomía con el destino del sexo o con la elección de género. La cura psicoanalítica se orienta por aquella insondable decisión en la que el sujeto eligió su participación en la diferencia de los sexos, sabiendo que esa elección no respondía a ninguna normalidad previa. No existe la norma sexual; o, mejor: la norma del sexo no cesa de no escribirse del todo. El Otro que dictaría una buena elección sexual no existe. A partir de esto podemos escuchar las formas diversas de elección a las que el ser hablante no puede dejar de hacer frente.
En lo que se refiere a lo más directamente fisiológico, podemos ver ampliada hoy la elección como jamás lo fue. La amplitud y la variedad de los conflictos subjetivos de toda forma de cambio de sexo llevan a ver que la elección anatómica, que es, para empezar, y como decía Freud, una cuestión de destino, ahora parece factible reescribirla. Lo cual redunda, para todos, en una mayor responsabilidad en su elección sexuada.
La introducción por parte de Lacan de la articulación fundamental del goce y el sentido, puesto aquel más allá del placer de órgano, muestra bien cómo el ser hombre no es la premisa universal a partir de la cual se define la sexualidad, sino una de sus posibilidades, quizá la más restrictiva. Se revelan así las formas de goce femenino que quedaban ocultas por el machismo generalizado. El cuerpo, más que ser la percha para el uniforme que garantizaría la universalidad de la identificación, pasa a ser lugar de inscripción de toda clase de creaciones. El sujeto puede elegir no solamente sus vestimentas y sus maquillajes, sino sus tatuajes, escarificaciones, implantes, transformaciones quirúrgicas, etc.
Una elección de cuerpo es entonces uno de los avatares por los que un ser hablante deviene sujeto: por su elección de sexo, de género, de objeto de amor, de objeto fetiche, de identificación sexuada, de vida sexual, de forma de procreación.
Jacques-Alain Miller resumía la enseñanza de Lacan en su Seminario 23. El sinthome como «aquella que sitúa como esencial la consistencia del cuerpo». Y sigue diciendo que la consistencia se apoya en una relación del ser hablante con el nudo. Eso permite la adoración del cuerpo, que nos ocupará en el próximo Congreso de la AMP. Y también reescribe el estadio del espejo.
Para ilustrar todo esto tenemos el magnífico cartel de estas jornadas, en el que vemos un marco, que podría ser de un cuadro, o de un espejo, pero con unas formas que lo desbordan. En esta obra impresionante que el escultor Pablo Reinoso ha cedido para las XIII Jornadas de la Escuela, vemos un marco exterior, perfectamente rectangular, que no consigue contener el desborde de otros tres marcos. Pero ¿son tres? No: es uno nada más, un nudo de trébol continuo, lo que Lacan denomina también «nudo de tres», que entra y sale del primer marco y que simboliza lo femenino del ser hablante en tanto puede desbordar el viejo marco del espejo sin perder nunca la consistencia. No es entonces la consistencia imaginaria del espejo, sino otra forma de hacer Uno del cuerpo, con sus bordes transformados en un nudo que no se deshace aun cuando, pasada la raya, ya no hay límites.
Así es pues la elección del sexo: no guiada por la identificación, sino por la capacidad infinitamente plástica y creativa de un nudo de goce sentido o de sentido gozado que siempre estuvo ahí, no siempre visible, pero que el talento artístico de Pablo Reinoso transformó en una escritura, bien elocuente para quien se acerque a la sexualidad sin dar palos de ciego contra la mujer ni clamando por el automatón, esto es, sin poner al poderoso fe-ti-che contra la errática ty-che, la diosa del encuentro singular.