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SHAME: APUNTES SOBRE LA SEXUACIÓN EN LA ERA DE LA ECLOSIÓN DEL CAPITALISMO

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por

IRENE DOMÍNGUEZ

«SHAME»: apuntes sobre la sexuación

Es muy posible que la aparición del psicoanálisis en el mundo pusiera por primera vez sobre el tapete la cuestión de cómo los seres hablantes devenimos seres sexuados. Si como ya lo anunció Freud nada de natural hay en la relación del ser humano con su cuerpo, la sexualidad va a constituir el campo del síntoma por excelencia, en tanto este es respuesta a la sexuación. Estamos de lleno en el campo de la invención. Más tarde Lacan, en su última enseñanza, afinará diciendo que todo acontecimiento es un acontecimiento de cuerpo.

Las transformaciones contemporáneas nos enfrentan a pensar en las nuevas formas que toman las lógicas de dichas invenciones. El psicoanalista, sensible a las aportaciones del arte, se deja enseñar por estas. Hasta cierto punto, podríamos pensar en el propio psicoanálisis como la aparición en el mundo de una invención, una nueva forma —producto de una exquisita sublimación freudiana— que devino el borde del discurso científico.

El cine, cuando es expresión artística, puede servirnos de instrumento para continuar pensando la puesta al día del psicoanálisis al servicio de su necesaria reformulación. Presento a continuación el extracto de una reseña que escribí sobre la película Shame de Steve Mc Queen con unas breves reflexiones.

Shame, más que narrar, muestra la vida de un hombre contemporáneo: treinta y tantos, trabaja, vive solo en un pisito aséptico de Nueva York, no depende de nadie y está perpetuamente enchufado a una pantalla de ordenador. No ambiciona grandes lujos, ni nada en particular. Su actividad fundamental, además de ir a trabajar de no se sabe qué, puesto que tampoco importa lo más mínimo, gira en torno al sexo. Pornografía en todos sus soportes: revistas, películas y páginas webs. Sus relaciones sexuales se alternan entre prostitutas y mujeres que encuentra y se folla en cualquier lado. No suele repetir. Todo esto intercalado por continuas masturbaciones en casa, la oficina o donde le pillen las ganas. El amor está deliberadamente excluido de su vida, igual que los otros. Lo que no quiere decir que no salga a tomar copas con amigos, sino que lo más parecido a su otro es una imagen virtual.

La monótona cotidianidad de Brandon, un hombre por lo demás perfectamente normal, adaptado y hasta educado, se ve mínimamente alterada por dos mujeres que irrumpen en su vida: una es su atolondrada hermana que acude a verlo para pedirle posada en su pisito, es decir, afecto. Accede a dejarle unas llaves y soportarla temporalmente. La otra es una compañera de trabajo con la que acude a una cita. Impecable momento de la película.

Estas dos mujeres hablan, le preguntan, quieren saber de él, de sus proyectos, de sus sueños, pero obviamente no encuentran nada. No es por nada trágico, ni traumático, ni siquiera por un particular resentimiento con la vida y menos con un pasado que parece no existir —no sabemos si porque lo ha borrado o porque siempre vive en el mismo escenario—, tampoco con su familia. Simplemente no hay nada. Generar una relación con una mujer: una estupidez, habiendo tantas. Comprometerse con algo o alguien: un absurdo. Sin las ataduras del dramatismo personal se puede ser hiperpragmático. Ningún ideal turba su sueño frío. Él es un genuino producto del capitalismo.

Pero la compañera de trabajo logra, por unos segundos, hacer despuntar en él una pequeña fisura que deja pasar algo del deseo del Otro: entonces resulta impotente. Que estando en la cama esta mujer tome su rostro para seguirle los rasgos de su fisonomía, escudriñándolo como sujeto más allá de su función fisiológica, lo deja inoperativo para el sexo. Ni la cocaína puede acudir en su auxilio. La angustia, rápidamente, será remediada sodomizando a una puta ante una cristalera transparente, emulando así a su querida pantalla del ordenador.

Esta película muestra la vuelta de rosca de las condiciones de goce contemporáneo, haciendo surgir un destello de los efectos del cambio en el orden simbólico actual. Brandon no es heterosexual, ni homosexual, porque no hay en juego ninguna elección de objeto. Ya no se trata de la famosa «degradación de la vida amorosa» de Freud, en donde el neurótico obsesivo se procuraba la separación del deseo y el amor, ni siquiera se trata de la perversión, menos de la psicosis... Sus relaciones sexuales son la puesta en acto de una masturbación que no se detiene nunca, imposible de saciar. No hay elección de objeto porque es él un puro objeto de goce. Una de las pocas frases que salen de su boca nos da la clave: «... todo por experimentar la relación entre “eso” y yo», siendo «eso» Das Ding, el agujero oscuro de la vagina materna. Por eso Brandon es todo yo. Atrapado en el más primario narcisismo, necesita continuamente tocarse, admirar su cuerpo, mostrarlo, exhibirlo, simulando las imágenes virtuales que conforman su realidad psíquica. No responder a la más mínima demanda de amor o de palabra no tiene tanto la función de barrar al Otro como de proteger su libertad absoluta de la amenaza del deseo del Otro.

La única palabra formulada por la hermana después de abrirse las venas tras haberlo llamado durante horas sin obtener ninguna respuesta es su nombre de sujeto: canalla. Y así, bajo la lluvia gris del pavimento polvoriento, su división subjetiva corriendo hacia ninguna parte muestra el rostro de alguien desesperado que no puede con la vida de ser hablante. Pero se le pasa pronto: el tiempo de llegada del próximo vagón de metro le vuelve a dar la oportunidad de volver a escapar al deseo para proseguir, interminablemente, sus circuitos autoeróticos.

La irrupción de las pantallas y de Internet en la subjetividad humana han modificado profundamente los modos de constituir la realidad psíquica. La presencia física como soporte de la constitución del Otro pareciera no ser una condición imprescindible. La discontinuidad, característica propia de lo simbólico, pareciera poder ser cancelada. El cuerpo goza, la imagen unifica un yo. La dialéctica entre sujeto y objeto se problematiza si el cuerpo tiene la opción de prescindir del lenguaje. ¿Podemos con Brandon seguir pensando en la diferencia sexual? ¿O bien esta logrará ser reducida a la condición de organismo pluricelular internauta?

Retomemos la reflexión sobre la sexuación. Brandon, pues, también elige, aun cuando fantasee escapar. Su obstinada posición de no elegir partenaire sexual —pragmáticamente justificada— es solo aparente, porque él ya tiene un partenaire: su compulsividad, asociada a Das Ding. ¿Podríamos pensar que la compulsividad es su síntoma? Dudoso. Si así fuera sería un síntoma en los límites del inconsciente, un síntoma que no es pregunta, que no lo divide, que solo es respuesta. Brandon, ciertamente habla, pero parece hablar una suerte de lenguaje informático que ningún sujeto enuncia. Sin embargo, tampoco podemos decir que es un sinthome, porque esa respuesta no es una invención, puesto que esta no alberga ningún atisbo de imposibilidad.

Paradójicamente, su posición de sujeto es completamente objetal. Su determinación en forcluir cualquier resquicio de encuentro con el Otro es radical. Quizás eso muestre un rasgo de los efectos del capitalismo sobre el sujeto contemporáneo. Brandon es un ser atrapado en la más pura norma del capitalismo: «Goza siempre, nunca te detengas, no hay límite a tu goce...». Amante incondicional del discurso científico solo le queda el retorno a la barbarie, la cancelación de cualquier aventura posible. Por eso en Brandon el camino de su sexuación, por el momento, está abortado, está completamente por recorrer. No obstante, hablamos de un personaje de ficción y sabemos que siempre, en algún momento, mientras podamos seguir enredados en los equívocos del lenguaje, la vida nos dará ocasiones para tropezar. Por eso, hasta cierto punto, lo que es fallido es el discurso capitalista, en tanto la imposibilidad no puede ser cancelada por más que soñemos con ello. Siempre fallaremos y en cada fallo tendremos la posibilidad de elegir iniciar la aventura de la búsqueda de nuestro ser sexuado. La vía del síntoma, como lo muestra el psicoanálisis, jamás podrá esquivar lo imposible pues es invención singular del encuentro con lo que no va, con la ausencia de relación sexual.

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