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Habían transcurrido dos horas, y estaba en la sala de reuniones principal de la comisaría, mirando el folleto de un acto en la iglesia del reverendo Webster titulado «Recordando nuestra historia».

Había reclutado a Abe Kaplan para que formase parte de nuestro equipo. Luego, había enviado a Remy y a Abe a la casa de los Webster para que les notificaran lo sucedido. Habíamos decidido como grupo no informar a los padres de lo de la soga al cuello de su hijo.

Remy estaba delante de mí y, aunque quería sonar profesional, su voz delataba un leve temblor.

—Después de que se lo dijéramos —explicó—, los padres se han venido abajo, P. T. Auténtica conmoción. Auténticas lágrimas.

—¿Y tenían esto en la puerta del frigorífico? —pregunté, dirigiendo la atención de Remy sobre el folleto que me había entregado.

—Sí —asintió.

La imagen central del folleto era de 1946. Mostraba a un negro ahorcado de un árbol. La charla tenía fecha de hacía dos días. La misma noche que desapareció Kendrick.

Pensé en lo imposible de semejante coincidencia; en que ese horror le ocurriera a Kendrick la misma noche que sus padres celebraban esa charla.

Entró Abe, que llevaba un traje de lino encima de una camisa negra. Lucía en la cabeza un sombrero de estilo pork pie.

Mientras Remy y Abe estaban con los Webster, yo había pegado con cinta adhesiva láminas de cartulina marrón a las ventanas de la sala de reuniones que daban al interior de la comisaría.

Abe indicó el papel con un gesto.

—¿Temes filtraciones de los nuestros?

Al otro lado de la ventana opuesta, las gotas de lluvia azotaban una hilera de cornejos rojos. La puerta estaba entreabierta unos centímetros y la empujé para cerrarla.

—Lo que temo es una tormenta de mierda —respondí—. Así que cerrad esta puerta cuando no esté aquí uno de nosotros y contad con quedaros hasta las tantas por la noche.

Abe, que era un veterano, asintió. Remy se irguió en la silla.

—Qué se sabe sobre la mami y el papi del chico —pregunté.

—El papá tiene treinta y ocho años. Es pastor —contestó Remy—. Regie es su nombre. La mamá se llama Grace y trabaja en la iglesia. Programas de voluntariado, sobre todo.

Cogí una silla y le di la vuelta. En cualquier otra situación, me hubiera encargado yo de informar a la familia, de escudriñar la cara de los padres cuando recibían la peor noticia de su vida. Pero la gravedad de que fuese negro y de este crimen me llevaron a tomar un rumbo diferente. Además, tenía suerte de contar con dos estupendos detectives negros en la brigada.

—La madre es joven —señaló Abe—. Debía de rondar los diecinueve cuando tuvo a Kendrick.

—Estaban destrozados, P. T. —insistió Remy.

—¿Qué sabemos sobre Kendrick?

—Hijo único. —Remy consultó el iPad—. Quince años. Su mejor amigo, Jayme, lo invitó a pasar la noche en su casa el sábado. Por lo visto, Kendrick fue en bici y le envió un mensaje de texto a su madre cuando llegó.

Cogí un rotulador y me puse frente a una cartulina. Iba a darle otro uso, aparte del de ofrecernos intimidad. Escribí CRONOLOGÍA en la parte superior y marqué una serie de puntos sobre una línea horizontal. Encima del punto más a la izquierda escribí: «Kendrick envía un mensaje a su madre. Durmiendo en casa de su amigo».

—¿A qué hora fue eso? —pregunté.

—A las seis menos cuarto del sábado —respondió Abe, consultando su libreta de notas—. Por lo visto, el niño que celebraba la fiesta se puso en plan capullo.

—¿Su mejor amigo? —indagué.

—Jayme McClure —dijo Remy—. La madre del chico intervino, suspendió la fiesta y envió de vuelta a casa a los dos amigos invitados. Eso fue en torno a las siete.

Remy esperó hasta que terminé de anotarlo en la cronología.

—A la mañana siguiente —continuó Remy—, los mensajes que le envía Grace Webster a Kendrick no reciben respuesta.

—El domingo por la mañana, ¿no? —confirmé.

Remy asintió.

—La madre llamó a casa de los McClure. Se enteró de que la fiesta se había suspendido...

—Kendrick no regresó a casa, y su bici BMX ha desaparecido —señaló Abe.

Tomé nota de todo.

—Habéis dicho que invitaron a dormir a dos chicos.

Remy desplazó la pantalla del iPad.

—El otro es Eric Sumpter. Vive en Falls West y estaba de vuelta en su casa el sábado por la tarde hacia las ocho menos cuarto. Sano y salvo.

—¿Eric es negro o blanco? —pregunté.

—Eric es negro, como Kendrick —contestó Abe—. El chico de los McClure que organizaba la fiesta es blanco. Entonces la madre de Kendrick empezó a deambular en coche por las calles. Es domingo por la mañana, en torno a la hora de misa, y lo está buscando. Lo llama al móvil. Hemos solicitado los listados de llamadas de Kendrick.

—Se emitió una alerta ámbar a las diez y veinte de la mañana —puntualizó Remy.

Fuera, una ráfaga de viento inclinó los cornejos hacia el sur.

—Pero en el caso de Kendrick, todo fue en vano —dije—. Si murió quemado en un incendio a las cinco y media de la mañana del domingo, Kendrick llevaba horas muerto antes de que su madre se reuniese siquiera con la patrulla.

Todos asintieron, lo que nos llevó de regreso a la cronología. En algún momento entre las siete de la tarde del sábado y las cinco y media de la mañana del domingo, Kendrick Webster, de quince años, había sido secuestrado y linchado.

—Vamos a empezar por el lugar en el que desapareció. —Me puse en pie—. ¿Quién fue la última persona que lo vio?

—Los McClure —respondió Remy.

—¿Y el otro asesinato? —indagó Abe—. ¿Creéis que nuestro nazi muerto, Virgil Rowe, está relacionado con la muerte de Kendrick?

Me quedé mirando una fotografía de Kendrick en la pared y me vino a la cabeza, en un destello, la cara de mi hijo. Jonas y yo, jugando con cochecitos en su cama.

—¿Qué? —dije.

Abe me miraba fijamente.

—El caso Rowe, P. T. ¿Crees que guarda relación con este chico?

—No lo sé —dije—. ¿Sabemos si el señor Rowe estaba afiliado a algún grupo local que fomentase el odio? —Señalé el folleto con la foto del linchamiento—. La distancia más corta entre dos puntos.

Remy dio unos golpecitos sobre una fotografía del 88 que llevaba tatuado Virgil Rowe en el bíceps.

—Bueno, vimos esto.

—Claro, pero eso es una declaración sobre la raza superior —dijo Abe—. No es un carné de afiliado local.

Abe y yo éramos del mismo parecer: el tatuaje solo quería decir que era neonazi.

—Igual lleva algún otro tatuaje en el cuerpo que nosotros no hemos visto pero la forense sí —observé.

—Se lo preguntaré a Sarah —intervino Abe—. Bueno, ¿cómo quieres abordar estos dos casos?

—Por ahora, vamos a dar por sentado que los crímenes están relacionados, pero por separado. Colgaremos todo lo de Virgil Rowe en la pared este y todo lo de Kendrick Webster en la oeste.

Le tendí a Abe una foto de una rodada en el barro.

—Esto se encontró después de que vosotros fuerais a visitar a los Webster. A menos de treinta metros del cadáver.

—¿Una moto? —quiso saber Remy.

—A juzgar por el dibujo de la rueda, es una motocicleta —precisé—. Una moto de trial. Pero el barro estaba muy húmedo para obtener una muestra exacta. Unger dijo que van chicos a la granja constantemente. Montan en moto por los campos sin plantar. Igual resulta que no es nada.

Cogí mi mochila.

—Remy y yo vamos a ir a casa de los McClure mientras tú te organizas por aquí —le dije a Abe.

Nos encontrábamos en ese momento de la investigación en que todo era posible y la esperanza estaba en su punto álgido. Pero Remy permaneció sentada, con el iPad en el regazo.

—¿Qué ocurre? —pregunté.

—Kendrick desapareció el sábado a las siete de la tarde —observó—. Pero no lo secuestraron en la propiedad de Unger.

Me volví y me quedé mirando la cronología.

—Lo llevaron allí para que muriese —continuó Remy—. Pero lo raptaron en alguna otra parte. Y hay diez horas entre lo uno y lo otro. Nos sigue faltando un escenario del crimen.

Asentí. Remy tenía razón.

—Pues vamos a buscarlo —dije—. Razón de más para empezar en casa de los McClure, donde se le vio por última vez.

Un policía del sur

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