Читать книгу Un policía del sur - John McMahon - Страница 16
12
ОглавлениеCuando salía hacia el aparcamiento, vi una luz en el despacho de la esquina de la segunda planta y volví sobre mis pasos. Subí por la escalera y encontré al jefe Dooger trabajando a deshoras.
Miles Dooger tenía cincuenta años. Era corpulento y su cara siempre estaba roja. Lucía un poblado bigote blanco que se curvaba hasta formar una amplia U del revés.
—Aquí está mi número uno —exclamó cuando aparecí por la puerta.
Miles había tenido problemas después de una operación de rodillas a los cuarenta y tantos, y caminaba con una leve cojera. Rodeó a paso lento la mesa de roble y me dio un abrazo.
—He visto que tenías la luz encendida —dije—. ¿Estás ocupado?
—No es más que todo este puñetero papeleo para obtener fondos.
Hace dos años, Miles había dejado de ser uno de los nuestros y había pasado a dedicarse a la gestión. Y en buena hora. El jefe anterior había sido un buen poli, pero un pésimo gestor de personal y maquinaria.
En mi caso, no me venía mal tener un jefe con quien había trabajado codo con codo. Un amigo en lo más alto.
Miles siempre estaba intentado traer a Mason Falls distintos negocios relacionados con la actividad policial. Su última aspiración era que se inaugurara un laboratorio criminalístico estatal, ubicado en las inmediaciones de la I-32.
—¿Te vas a casa? —preguntó.
Asentí.
—Acabo de terminar con la forense.
—Ah —exclamó Miles—, Sarah es un encanto.
No sabía adónde quería ir a parar con este comentario. En cambio, le facilité los detalles que teníamos sobre el caso de Kendrick Webster. Lo que apuntaba a que lo habían quemado vivo. Los indicios de tortura.
Miles escuchó desde el borde de la mesa. Como mentor mío, siempre había sido un inspector de los que anteponían el raciocinio. Podía describirle algo horrendo y él reaccionaba con lentitud. Con mesura.
—¿Y bien? ¿Qué imaginas que quieren papá y mamá? —preguntó con gesto contemplativo.
—Papá quiere justicia —respondí—. Mamá, venganza.
Miles se levantó.
—Bueno, una cosa es lo que quiere la familia. Y otra lo que necesita la comunidad. No tendrás previsto contarles a los padres que a su hijo lo quemaron vivo, ¿verdad?
—Todavía no.
Negué con la cabeza. También estaba lo de la soga. El linchamiento. Estábamos acumulando un arsenal de detalles que habíamos preferido no divulgar por el momento.
Miles guardó sus pertenencias en una cartera de cuero.
—Salgo contigo —dijo, y nos fuimos en dirección al ascensor.
Cuando entramos, se volvió hacia mí.
—Supongo que lo que quiero decir es que te imagines el mejor desenlace posible, y quizá, Dios mediante, lo alcancemos.
Miles era un político inescrutable.
—¿Y eso qué significa? —pregunté.
—Encuentras al hijoputa que lo hizo. —Se encogió de hombros—. Quizá lo acorralas. Hace un movimiento e intenta desenfundar el arma. Y lo abates. Ambos padres consiguen lo que querían.
Se abrió la puerta del ascensor y salimos hacia el aparcamiento.
«¿Podía ser tan sencillo como lo había descrito Miles?».
De pronto, recordé lo que me había dicho Abe acerca de que el reverendo Webster había ido a ver al jefe. El objetivo era apartarme del caso, pero el jefe no había hecho nada al respecto.
—Miles —dije—, tengo entendido que el padre vino a verte...
Miles le restó importancia con un gesto de la mano antes de que acabara la frase.
—No te preocupes por él.
Llegamos al Audi de Miles.
—Jules —dijo el jefe, refiriéndose a su esposa— me comenta que te ha enviado tres o cuatro mensajes de texto invitándote a cenar, pero nunca respondes.
—Me resulta muy difícil estar en compañía de niños —respondí—. Lo siento.
Miles lanzó la cartera dentro del sedán.
—¿Estás centrado? —se interesó.
Lo que yo interpreté como «¿Te mantienes sobrio?».
—Claro —mentí.
—Bien. —Me dio una palmada en el hombro y abrió la puerta del coche—. El trabajo es una buena distracción. Pero el sueño también. No te olvides de dormir, P. T.