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ОглавлениеRemy desvió su deportivo hacia el arcén de la ruta estatal 903 en una zona conocida como Harmony, a unos treinta kilómetros del centro de Mason Falls.
Había pasado una hora, y habíamos embolsado todas las pruebas y habíamos abandonado la casa donde había sido asesinado Virgil Rowe.
Un día antes ese paisaje era precioso. Retazos de algodón silvestre y follaje creciendo justo en el borde de la carretera. Y madreselva. Uno no ha vivido de verdad si no ha sido un chaval en el sur y se ha vertido néctar de madreselva en la boca.
Mirábamos por la ventanilla abierta de Remy. Los diez o quince acres entre la autopista y la granja cercana eran un borrón negro como resultado del incendio del fin de semana.
Remy había insistido en venir hasta aquí mientras esperábamos a que la médica forense examinara a nuestro neonazi muerto. Tenía la corazonada de que la muerte de Virgil Rowe y los recipientes de combustible podían estar relacionados con el incendio. Yo me inclinaba por apoyarla, pero al mismo tiempo era su mentor. Me pagaban por sacar faltas a las decisiones que ella tomaba.
—Tú te criaste aquí, ¿verdad? —pregunté.
—A unos tres kilómetros en esa dirección —señaló Remy.
La zona quemada mostraba una distribución extraña. Unas extensiones del terreno estaban arrasadas por completo. En otras zonas aún quedaban hierbajos verdes de tres palmos de alto con la parte superior apenas tiznada de negro.
—Bueno, dime lo que estás pensando —la insté.
Remy se mordisqueó el labio, los dos todavía estábamos dentro del vehículo.
—Bueno, es evidente que Rowe es un supremacista blanco, y la mayoría de los que viven en Harmony son negros —explicó—. Esta graja es propiedad de blancos y da empleo a gente de la zona. Igual Rowe decidió que eso no le gustaba.
Una tira de cinta amarilla marcaba el perímetro del escenario desde una valla de pino al oeste de donde nos encontrábamos, un centenar escaso de metros a lo largo de la autopista. Los tramos flojos de la cinta se mecían al viento.
—Vale —dije. Era un comienzo.
Remy bajó del Alfa Romeo y se aproximó unos pasos hacia el campo.
—¿Y si encontramos el mismo tipo de lata de butano aquí? —se planteó.
—No nos vendría mal —respondí al tiempo que me bajaba también del coche—. Pero que haya puré de patatas no quiere decir necesariamente que haya salsa de carne.
Remy señaló hacia un punto determinado.
—Porque ahí brilla algo metálico.
Titubeé, explicándole a Remy que el escenario del delito pertenecía a los otros dos inspectores de la ciudad. Kaplan y Berry. A mí no me haría ninguna gracia verlos inmiscuirse en un caso que fuese mío.
—No son más que treinta segundos, P. T. —observó Remy, que me tendió un par de guantes.
Asentí, y Remy pasó por debajo de la cinta. Husmeé el aire.
—Huele raro.
—¿Cómo de raro? —preguntó, abriendo camino.
—Como a pies.
—Cinco horas de lluvia ayer, te presento la mierda de vaca —bromeó—. Mierda de vaca, te presento cinco horas de lluvia.
Me volví en dirección al olor y me desvié hacia mi derecha.
El terreno se veía menos quemado y más cubierto de hierbas. El espeso kudzu me llegaba a la altura de las rodillas.
—Esto no es más que una lata de refresco vieja —gritó Remy.
Nos habíamos apartado alrededor de unos veinticinco metros y aminoré el paso cerca de un alto pino de la variedad taeda.
Unos tres metros más allá, descubrí lo que había olido.
Había un cuerpo medio enterrado entre un montón de ramas chamuscadas, a un par de metros de la base del pino.
Saltaba a la vista que era un niño, pero el cadáver estaba negro por el hollín del incendio. Al ir acercándome, vi que el pecho y las manos tenían un color más oscuro por efecto de las quemaduras y que la cabeza estaba deformada.
Paseé la mirada por el cadáver de la víctima y me detuve en una zona de piel sin quemar a lo largo de la pierna derecha, medio oculta bajo las ramas.
Un chico negro.
Entorné los ojos, aproximándome.
Se oía el ruido de una cosechadora a lo lejos; pero aparte de eso, reinaba un silencio de muerte.
—Joder —me lamenté.
—¿Qué pasa? —gritó Remy.
Fijé la vista en un grueso pedazo de soga de nailon que se había quemado hasta adquirir un color marrón oscuro. Estaba atada al cuello del chico.
Un chico negro.
Linchado.
Me pasé la mano por el pelo. Tragué saliva.
Escudriñé el tronco del pino taeda hasta una rama alta, a todas luces partida. Las hojas y las ramas caídas debían de haber impedido que alguien encontrara antes el cadáver.
—Dios santo —exclamó Remy. Ahora estaba plantada a mi lado con una mano sobre la boca—. Mi abuelita me hablaba de estas cosas, pero...
Mis ojos analizaron la cara del chico. El fuego le había ennegrecido la mejilla izquierda, pero en el lado derecho le faltaba la carne en torno a la boca, lo que dejaba a la vista los alambres del corrector dental.
—Debe de tener trece o catorce años —supuse.
A mi espalda, Remy empezó a tener arcadas.
Pensé en mi propio hijo. Mi dulce Jonas. Nunca le había hecho nada a nadie y me lo arrebataron.
A través de las ramas calcinadas que cubrían las piernas de la víctima, distinguí que los pantalones cortos del muchacho habían logrado sobrevivir al fuego. Me quedé mirando la franja de piel sin quemar que aparecía justo por debajo de la rodilla derecha.
—La espinilla y la rodilla —señalé—. Las tiene intactas.
Remy escupió algo que tenía en la boca.
—Qué extraño, ¿verdad?
«Más bien imposible», puntualizó Purvis.
Miré a mi alrededor. Colina arriba había hileras de pacanas que se combaban sobre el horizonte, pero la zona donde nos encontrábamos estaba sin plantar. ¿Cómo es que no había ardido más terreno? ¿Tan rápido habían llegado las brigadas antiincendios?
—¿Qué ocurre? —preguntó Remy.
—Un poli de uniforme mató a un viejo por aquí cuando yo era un novato —respondí—. La ciudad lo ocultó. Pusieron una demanda.
—Lo recuerdo —asintió Remy—. Yo iba a secundaria.
Las líneas de alta tensión zumbaban a lo lejos, susurrándole al viento en algún idioma extranjero. Había dejado de llover y bajé la vista. Las manos me temblaban.
¿Y si esto había sido obra de Virgil Rowe?
¿Había asesinado a un chico inocente?
¿Y si Rowe era el único que tenía información sobre este niño y el motivo por el que lo habían ahorcado en el incendio?
¿Y si yo había estrangulado a Rowe hasta matarlo?