Читать книгу Un policía del sur - John McMahon - Страница 13

9

Оглавление

Mientras Remy conducía hacia el domicilio de los McClure, me puso al tanto de los resultados de la lotería estatal del fin de semana, que inundaban las redes sociales. Dos personas habían ganado un bote de doscientos millones de dólares.

—¿Y se lo han repartido? —pregunté.

Remy asintió.

—Y uno era de Harmony —dijo—. ¿No es increíble? Aquí solo viven unas mil personas, probablemente.

Salimos de Mason Falls hacia una zona al este de la ciudad, apartada y sin nombre.

—¿Los dos tenían los mismos números? —pregunté.

Remy movió la cabeza.

—Sí, abuelete, los mismos números. Así va el asunto. ¿Nunca has jugado al número de tu placa?

Yo también moví la cabeza.

—No soy mucho de supersticiones.

Remy aminoró en el cruce que se desviaba hacia el campo, justo al lado de un entrante del río Tullumy.

Unas veinte personas o así, la mayoría negros, iban vestidas de un blanco espectral para el bautismo.

El hombre al que estaban sumergiendo salió del agua. Su mano tendida me señaló y sus labios formaron una sola palabra.

«Paul», dijo. Mi nombre de pila.

Me quedé mirando a Remy.

—¿Has visto eso?

Se encogió de hombros, desconcertada.

—Será su nombre al ser bautizado —dijo—. Como el de san Pablo.

Asentí, y Remy aceleró para dejar atrás al grupo.

Los terrenos a ambos lados pasaron a ser tierras de cultivo. Sobre todo melocotones, con algo de tabaco y pacanas entremezclados.

—Bueno, ¿qué sabemos acerca de los McClure? —preguntó Remy.

—No mucho —respondí—. Nadie de la familia tiene antecedentes.

Un minuto después, Remy aminoró la marcha. La casa del mejor amigo de Kendrick estaba en una pequeña parcela ubicada entre media docena de granjas grandes.

Había un sendero de ladrillos que llevaba de la carretera de grava hasta el porche delantero. Todo a su alrededor, donde podría haber un jardín, era una extensión de piedra blanca triturada. Las lluvias habían levantado las piedras y las habían removido, formando islas blancas aquí y allá. Entre unas y otras se apreciaban diminutos océanos.

Remy llamó al timbre, pero no contestó nadie. Había un gigantesco Papá Noel hinchable tendido en el porche, medio desinflado y húmedo.

—Por qué no esperamos un rato —dijo—. A ver si vuelven a casa.

—Claro.

Volví hacia el Alfa Romeo.

En la parte anterior de la propiedad crecía jazmín confederado silvestre; las flores rodeaban el buzón de madera de los McClure. Había una densa fragancia en el aire bochornoso de media tarde. A unos veinte metros por el largo sendero de acceso se encontraba aparcado un camión grúa.

Miré hacia el campo cercano.

—¿Cuánto crees que hay de aquí a la Primera Iglesia Baptista, Rem? ¿Veinticinco minutos?

La casa de Kendrick se ubicaba en un terreno al lado de la iglesia de su padre. Intenté calcular cuánto rato tardaría en ir en bicicleta hasta allí.

—En bici, probablemente más —respondió Remy—. Hay que ir hasta Falls Road. Luego, atajar por la interestatal...

El ruido suave de un motor interrumpió a Remy. Dos preadolescentes en un quad rojo bajaban por la carretera hacia el domicilio de los McClure. Doblaron antes de llegar a la propiedad y desaparecieron detrás de una hilera de pinos hacia el fondo.

Los vi reaparecer un instante después detrás de las tierras de los McClure. Iban por un dique de hormigón entre los campos, un canal de riego por el que corría agua.

—¿Y yendo por ahí? —señalé.

Saqué el móvil e introduje la dirección de los Webster. En la pantalla se formó una cuadrícula de granjas. Los cuadros verdes quedaban divididos por líneas de servidumbre y canales de riegos coloreados en gris.

—Vamos a dar un paseo —dije.

Seguimos el camino que había tomado el quad, descendiendo por una franja de hormigón que corría entre dos campos. Ese sendero terminaba y otro discurría en dirección sur hacia Harmony. Este último presentaba dos franjas de hormigón, una a cada lado de una zanja de riego abierta en forma de V.

—¿Crees que se marchó a su casa por aquí? —preguntó Remy, caminando a mi lado por el camino de hormigón.

—Kendrick tenía una cicatriz en la pierna por un accidente de skate —dije—. Montaba una bici BMX. Era joven y atlético. Tenemos que pensar como un chaval.

Remy señaló el hormigón.

—Cuando el canal está seco, se puede ir arriba y abajo por los laterales. Hacer saltos desde la parte superior.

Asentí.

—Cuando va lleno de agua como esta semana, se va por aquí arriba.

Seguimos adelante, caminando por el sendero de hormigón. La lluvia había llenado el fondo del canal a nuestro lado de agua fangosa de unos quince centímetros de profundidad.

Después de unos diez minutos, Remy se detuvo. Nos estábamos acercando a una franja que separaba dos campos. Una pequeña carretera corría en perpendicular a nosotros. El canal en forma de V pasaba por debajo y un enrejado bloqueaba el acceso, permitiendo solo el paso del agua.

—Ahí abajo hay algo —señaló Remy.

Bajé la pendiente y me metí en el agua embarrada hasta el fondo. Noté la blandura de los calcetines empapados dentro de los zapatos de vestir.

Remy se quitó sus zapatos planos y los dejó en el camino de hormigón. Los dobladillos de sus pantalones permanecieron a flote en el barro de la zanja.

—El departamento acaba de ofrecerse a pagar mi factura de la limpieza en seco.

—Tómatelo como otra carrera por el barro —sugerí.

Nos acercamos a la zona oscura donde el agua corría hacia una esclusa bajo la carretera. Había una bici BMX negra apoyada en la rejilla, medio cubierta por hierbajos.

Remy se puso los guantes y la agarró por el manillar para levantarla.

—Así que alguien lo obliga a detenerse aquí —dijo Remy—. ¿Y qué hace? ¿Lo agarra a él y tira la bici? Aun así, tienen que llevárselo en contra de su voluntad. Ha cumplido quince años. No se puede traer un coche hasta la mitad de este campo.

Miré a mi alrededor.

—¿Por qué te ibas a parar aquí ya de entrada, si fueras Kendrick? —pregunté—. Eres un chico que vuelve a casa perdiendo el culo en bicicleta. Es tarde. Ha oscurecido.

Subí la pendiente y paseé la mirada por el entorno. El paisaje se veía más plano que la cabeza de un ganso. A eso de kilómetro y medio a campo través se distinguían las afueras de Falls West, donde el otro chico que había asistido a la fiesta había regresado a casa sin incidentes.

—¿Crees que es posible que se cayera? —gritó Remy desde el interior de la zanja—. ¿O que alguien lo regañara por estar aquí? Se trata de una propiedad privada.

—Tenemos que averiguar quién es el propietario de este terreno —dije.

Fui hacia una hilera de plantas de tabaco. Las hojas ya amarilleaban, lo que quería decir que se avecinaba la cosecha. Cada cinco o seis filas, descollaba una línea de talludas pacanas.

Me dirigí a la fila más próxima.

La base del árbol más cercano estaba cubierta de cáscaras de pacana con moho, pero la tierra parecía pisoteada, como si hubieran caminado por allí hacía poco.

En un árbol grande, alguien había tallado un símbolo en el tronco, el «ojo que todo lo ve» del billete de dólar, con los rayos apuntando hacia fuera. Pasé los dedos por encima y comprobé que la incisión era reciente. La savia del árbol estaba húmeda en las zonas más profundas de los cortes.

Había un cable industrial atado en torno al tronco del mismo árbol. Era un cable liso de acero galvanizado como el que se usa para construir una tirolina. Recogí lo que debían de ser unos doce metros de cable, medio cubiertos por la tierra.

—¿A qué hora se pone el sol, Rem? —pregunté a voz en grito al tiempo que levantaba la vista hacia el cielo cada vez más oscuro.

—Hacia las cinco y media o las seis —chilló como respuesta, todavía chapoteando en el agua.

Saqué el cable de acero galvanizado del campo y lo llevé al camino de hormigón junto al canal. Luego, bajé al agua donde estaba Remy y volví a subir por el otro lado hacia el camino de hormigón opuesto.

Tensé el cable y quedó a unos noventa centímetros del suelo, extendido desde el árbol en un lado de la pequeña zanja hasta el camino en el otro lado.

Vi unas marcas de corte circulares alrededor de una pacana próxima, donde podían haber amarrado el cable.

—Si el proyecto de fiesta se suspende a las siete, ya ha oscurecido —observé—. Alguien mantiene tenso este cable mientras Kendrick viene en bicicleta por el camino.

—El cable detendría su marcha —convino Remy—. La bici saldría disparada por debajo su cuerpo. Él se caería de espaldas.

Me imaginé a Kendrick montando en bici por el camino.

¿Habría habido alguien a la espera de un chico cualquiera, sin importarle quién fuese? ¿O tendrían en mente secuestrar a Kendrick?

Saqué el móvil y llamé a Sarah Raines. Me comentó que estaba en el laboratorio, con el cadáver de Kendrick delante.

—¿Hay algún indicio de una lesión en la cabeza? —pregunté.

—He visto un hematoma subdural —respondió—. En la parte anterior de la cabeza.

Le describí lo que habíamos encontrado, y encajaba con lo que Sarah estaba analizando.

—¿Lo habría matado? —indagué.

—Por lo que estoy viendo no —contestó—. Pero pudo dejarlo inconsciente.

Me pareció oír a alguien detrás de mí y me volví hacia el campo. En la zanja crecían dondiegos de noche silvestres entre las plantas de tabaco, pero allí no había nadie.

—P. T. —dijo Sarah—, he encontrado otras cosas que debemos investigar.

—Resúmeme lo más interesante —susurré.

—En persona —respondió Sarah—. Esto es muy desagradable para hablarlo por teléfono.

El móvil vibró y, al levantarlo, vi un mensaje de texto de Abe.

Le había enviado una fotografía para que me confirmase si aquella era la bici de Kendrick, y ya tenía la respuesta.

Estábamos en el lugar donde lo habían secuestrado.

Un policía del sur

Подняться наверх