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La psicóloga experta en niños de alto desarrollo intelectual se llamaba Mónica Gulloni. Aunque sus amigos la llamaban Lola, y lo odiaba por sonar a prostituta, no le quedaba más remedio que aceptarlo.

Tenía su consultorio en Puerto Madero, Buenos Aires. Allí desarrollaba sus actividades laborales y hacía trabajos de investigación junto a una colega amiga.

A las cuatro de la tarde tenía un turno con un niño llamado Juan Cruz. Sus padres habían pedido expresamente la necesidad de saber si su hijo era de alguna forma más dotado que lo normal. De esta manera podrían contar con herramientas adicionales para decidir lo mejor para su hijo, especialmente ahora que empezaría la escuela secundaria.

Para conocer el coeficiente intelectual, debía comenzar por realizar un test, cuyo resultado era meramente orientativo, ya que para que sea definitivo debía realizar una serie de test diferentes entre sí y luego realizar un promedio de los mismos. Dichas evaluaciones los haría en varias sesiones, ya que algunos llevaban cierto tiempo y para un chico de la edad de once años puede ser sumamente cansador.

El número que resulta de la realización de esa evaluación permite medir las habilidades cognitivas de la persona en relación con su grupo de edad.— le explicó a los padres.

Una vez dada la explicación a ambos padres, comenzó con la evaluación.

Lo primero que hizo fue explicarle al niño las reglas del test, el cual se realizaba en una pantalla digital.

—No se pueden utilizar calculadoras, diccionarios ni cualquier otro tipo de ayuda excepto lápiz y papel para realizar anotaciones. –comenzó.

—El test consta de cuarenta preguntas. Las respuestas incorrectas no restan puntos. La rapidez con que consigas responder es importante ya que dispones de treinta minutos para finalizar que empezarán a contar cuando pulses el botón «inicio». Al acabar tu tiempo, se te mostrará un aviso y se calculará automáticamente tu puntuación en base a las preguntas contestadas. Si una pregunta te cuesta mucho de resolver te recomiendo dejarla para el final y seguir con la siguiente.—finalizó.

Al acabar el test, el resultado fue abrumador, ya que marcaba un C.I. de ciento treinta y cinco. Si obtenía un puntaje igual o superior a ciento cuarenta, entraba directamente en la categoría de genio.—explicó la psicóloga.

—De igual manera, aunque todavía falta que se le realicen los demás test, les voy anticipando que su hijo tiene un coeficiente intelectual muy superior a la media de la población.— prosiguió.

—Les recomiendo empezar a buscar una escuela para niños especiales, donde él pueda desarrollar todo su potencial. La práctica demuestra que al estar rodeado entre personas de sus mismas características, se eleva el grado de fluidez mental de cada individuo, especialmente porque tienden a desarrollar un alto nivel de competencia entre ellos.—explicó.

—No me malinterpreten cuando digo alto nivel de competencia, no se trata de algo malo, sino de competencia sana. Por lo general, estos chicos comprenden a la perfección el significado de la palabra “Competencia”.—finalizó.

Al salir de la consulta, ambos padres se miraron entre sí, y aunque no lo sabían, estaban pensando en lo mismo.

Ahora tenían por delante una difícil situación. Había que decidir si Juan Cruz iría a una escuela especial o a una escuela normal, especialmente y teniendo en cuenta, los costos muy diferentes que hay entre ambas instituciones.

El despertar de un asesino

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