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Mientras J.C. era empujado hacia la mierda de perros, al caer vio un rostro entre la multitud que nunca había visto. Se enamoró instantáneamente de ese rostro al que describió como angelical. Su caída fue como en cámara súper lenta, devorando con sus ojos ese rostro tan lindo y precioso, que no le importó lo que le estaba sucediendo.

Cuando cayó abruptamente, lo primero que hizo fue dirigir la mirada hacia donde estaba la muchacha. La vio reírse, pero de una forma tímida y triste, como si ni siquiera se diera cuenta de lo que hacía. Ese fue el momento en que J.C. juró que iba a tratar con todas sus fuerzas y armas que Andrés no se metiera más con él. Necesitaba utilizar todo su tiempo libre en conquistar a aquella chica, y no perder el tiempo en esconderse y evitar que Andrés y sus amigos les hicieran las bromas y fechorías a las que casi ya se estaba acostumbrando.

El despertar de un asesino

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