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Durante un día caluroso de fines de primavera, donde todos los chicos se reunían afuera de la escuela durante los descansos, J.C. decidió hacer lo mismo que sus compañeros.

El día era hermoso, los rayos solares brillaban y caían sobre los rostros y cuerpos que buscaban su calor, con el sólo propósito de lograr un bronceado aceptable. Algunas de las chicas incluso se animaban a quitarse la remera o camisa y quedarse con sólo el sujetador.

Debido a que Pedrito se había quedado en su casa por un caso de fiebre, J.C. estaba solo. Si bien el resto de sus compañeros habían comenzado a hablarle, todavía se sentía excluido de los grupos que se formaban, especialmente porque siempre había dentro de ellos, algún personaje que no tenía problemas en decir que no lo quería con ellos. A J.C. eso no le importaba, sabía que con el tiempo todo eso iba a ir desapareciendo, a no ser que alguno de los malditos hijos de puta que comenzaron los falsos rumores acrecienten su maldad y continúen tratando de lograr su objetivo en forma plena.

No podía entender como los alumnos comunes creían las mentiras de Andrés y sus secuaces. Quizá fuera por miedo. No lo sabía. Pero en realidad no le importaba. Su único objetivo real en estos momentos era terminar la secundaria y seguir adelante con su vida.

El señor Manson, dueño del almacén donde su familia realizaba la mayoría de las compras, le había recomendado un libro de autoayuda que hablaba sobre casos de bullying, y principalmente de cómo evitarlos. Hacía ya dos días que lo había sacado de la biblioteca, pero no había tenido tiempo de comenzar a leerlo, por lo que ese día era perfecto. Uno de los profesores no había ido a dar clases por problemas de salud y no se había llegado a tiempo de conseguir un reemplazante, por lo que tenía dos horas libres.

Salió del edificio principal de la escuela y se dirigió hacia el parque. Iba tan absorto pensando en el libro que nunca vio a Andrés y a sus compinches. Si hubiera visto el rostro del joven y la malicia que rebalsaban de las cuencas de sus ojos seguramente hubiera pegado media vuelta y se hubiera metido dentro de la escuela. Aunque era un resguardo importante, no significaba inmunidad. El primer caso del baño y las muchas otras veces que les hicieron cosas horribles lo demostraban.

Iba tan concentrado que se pegó un susto terrible cuando se llevó puesto por delante al cuerpo de Andrés. Él era gordito, pero tampoco lo era tanto, y su peso corporal tampoco era tan importante como para desplazar el cuerpo bien formado de Andrés. Ni siquiera lo movió.

—Perdón, no estaba viendo mientras caminaba.—comenzó a decir J.C. mientras alzaba la mirada para ver a quién se había llevado puesto.

Cuando la línea de su visual se topó con los ojos fríos y llenos de maldad de Andrés, se estremeció. Un frío instantáneo e inmenso le recorrió la espalda como si fuera una gota de sudor frío.

Aunque logró serenarse rápidamente, su miedo volvió de la misma manera, cuando Andrés lo agarró con sus dos manos del cuello de la chomba verde que llevaba puesta, y lo alzó un poco en el aire.

—¿Por qué carajo no miras donde caminas, nerd de mierda?— Le gritó de tal forma que todo el parque se enmudeció.—

—Eres una vergüenza para esta escuela, no entiendo como tu mamá no te regaló en adopción o te dejó tirado en algún basural.— continuó.

En ese momento, casi toda la multitud que estaba jugando y realizando otras actividades se congregó frente a la disputa iniciada. La naturaleza humana es principalmente curiosa y un hecho como el que estaba ocurriendo hacía que todas las personas quisieran saber que pasaba y ver como terminaba.

Si bien las personas presentes entendían la situación, separando las cosas entre el bien y el mal, sabían que no convenía meterse con Andrés, por lo que nadie se interpuso en la pelea, ni para separarlos ni evitar lo que sea que podría llegar a pasar.

Andrés, en su papel principal novelesco, siguió gritando y maldiciendo a J.C., diciéndole tantas groserías y puteadas que con el contenido de su vocabulario se podría hacer un libro pequeño de frases hirientes y malintencionadas.

Juan Cruz, en su estado de cagazo total, y ensordecido por los gritos, no se percató del artilugio que prepararon los amigos de Andrés. De igual manera, fue tan rápido lo ocurrido, que pensó que, aunque lo hubiera visto o incluso sospechado, le hubiera sido muy difícil escapar del mismo.

En un momento dado, Andrés, que todavía lo tenía agarrado de las solapas de la remera, lo empujó hacia atrás con fuerza, y debido a que había una persona detrás de J.C. puesto en cuatro patas, se cayó al suelo, donde previamente habían puesto casi cuatro kilos de mierda de perro que habían juntado para realizar la broma a J.C.

Todos los presentes comenzaron a reírse a todo pulmón. Era como un reflejo, donde uno mismo no tiene control, y su cuerpo se pone a reír a carcajadas, aun sabiendo que estaba mal hacerlo. Se rieron hasta que cada persona fue perdiendo sus fuerzas. Algunas hasta desprendieron lágrimas de llanto al hacer un esfuerzo sobre humano para no reír. Además, la risa era contagiosa, por lo que era aún más difícil intentar frenarla. Simplemente salían de sus bocas, aunque no quisieran.

El despertar de un asesino

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