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El siguiente año empezó con el pie izquierdo. Andrés había duplicado sus esfuerzos por hacerles la vida imposible a J.C. y a Pedrito. Aunque parecía, y no sabía por qué, ese año había comenzado con más énfasis en maltratar a Pedrito que a él.

Andrés parecía dominado y poseído por algún ser sobrenatural de pura maldad. Hacía cosas nuevas que demostraban que su locura había aumentado enormemente. Realizaba robos dentro de la escuela, de todo tipo de cosas, elementos escolares, dinero, prendas, e inclusive, les robaba a los profesores. Una vez le robó al profesor de dibujo técnico las llaves de la moto, y se la llevó a dar vueltas por la ciudad, y luego la dejó tirada en un callejón interno, debido a que se había acabado el combustible.

También había empezado a realizar obras de vandalismo, a romper los vidrios de las ventanas, los bancos y mesas, incluso hasta rompió la cabeza de la estatua de Sarmiento que estaba en uno de los patios de la escuela. Ni hablar de los miles de grafitis escritos y dibujados en todos los muros de la escuela. Había en interiores como exteriores, de una agresividad inusitadamente alta, tanto a profesores como a alumnos.

Una vez, hasta amenazó a una alumna con un cuchillo que había traído de su casa, con la intención de que ella le chupe la verga. Aunque éste hecho era un rumor, los que lo conocían creían que era verdad.

Al pobre de Pedrito le hacía la vida imposible. Casi la mayoría de las cosas se las hacía a él, salvo cuando estaban juntos. Ahí la ligaban juntos.

Estos sucesos habían producido un cambio en la actitud de Pedrito. Se lo veía cambiado. Más temeroso, más retraído. Ya casi no hablaba. Y cuando estaban juntos hablaba todavía menos. J.C. no entendía por qué, pero respetaba a Pedrito y decidió que cuando el tiempo lo disponga se aclararía todo.

El despertar de un asesino

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