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Al pasar unos tres meses, Pedrito estaba más retraído que nunca. Ya ni siquiera comían juntos. Tampoco realizaban muchas cosas en forma conjunta. Se habían separado, y aunque seguían siendo amigos, ya no tenían la relación de antes.

Mucha culpa de eso también se debía a la actitud de Juan Cruz, ya que dedicaba su tiempo en conquistar a Violeta, y aunque ella no le daba importancia, la acosaba cada vez más seguido. Le enviaba flores, cartas de amor, regalos, la esperaba a la salida de la escuela y muchas otras cosas más. Sin éxito.

Un día martes, J.C. se dirigía al comedor de la escuela para comer un pequeño tentempié mientras repasaba unos resúmenes para el próximo examen que tenía. Caminaba plácidamente por el pasillo principal de la sala, donde hacia ambos lados se llenaba de alumnos sentados en las sillas, comiendo, charlando y descansando. Esta vez estaba demasiado lleno el lugar y creía que le iba a ser difícil sentarse, más aún debido a que todavía había cierta exclusión para con él.

Había ya caminado la mitad del recorrido cuando de pronto sintió un gran tirón hacia bajo en sus pantalones, con lo cual quedó totalmente desnudo frente a muchísimos chicos y chicas, compañeros de escuela. Otra vez se oyó la característica carcajada que tantas veces había sentido. Inclusive alcanzó a ver pequeños haces de luz provenientes de celulares y de aquellas personas que no tienen dignidad por los demás, y le sacaban fotos o grababan en video la vergüenza que le impartían.

—Otra vez el hijo de puta de Andrés.—pensó J.C.

—Ya me tiene hasta el culo este malnacido.—continuó pensando.

Al darse vuelta y enfrentarlo, mientras al mismo tiempo se levantaba los pantalones, su sorpresa fue inmensa al ver a Pedrito enfrente de él. Quedó estupefacto, inmóvil, sin poder decir nada de nada. No sabía cómo reaccionar. Aunque tampoco tuvo que hacer mucho. Pedrito fue el que reaccionó.

El despertar de un asesino

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