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Al ver la cara de J.C., Pedrito sintió que le fallaba enormemente a su mejor y único amigo. No podía entender cómo lo había traicionado.

Andrés había logrado realizar lo que los profesionales llamaban coacción. Había logrado que Pedrito reaccione en contra de su voluntad, ejerciendo un dominio y un sometimiento total en contra de su creencia. El miedo y la intimidación logran someter a las personas y convertirlas en víctimas.

Sin siquiera darse cuenta, Pedrito comenzó a llorar. Las lágrimas recorrían sus mejillas como si fuera un río que rebalsaba. Si alguien lo hubiera visto de cerca no hubiera podido creer que una persona podría derramar tanta agua en tan poco tiempo.

Al pasar medio minuto desde que J.C. se dio vuelta, Pedrito hizo lo mismo. Se giró 180 grados y comenzó a correr. La vergüenza que sentía lo invadía demasiado y sólo se le ocurrió marcharse rápidamente. Parecía Forrest Gump en su mejor momento. Llegó a su casa y se internó en su pieza. Siguió llorando un par de minutos, pensando en lo que había hecho. Sin darse cuenta, y por el cansancio de la larga marcha, se durmió.

El despertar de un asesino

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