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Pedro Escaloni, o Pedrito como le decían sus padres, era amigo de J.C. en la escuela primaria. Ellos eran vecinos en el barrio y se conocían de antes. Hacía más de cuatro años que eran mejores amigos.

Aunque había empezado tardíamente por haber nacido en el mes de Julio, no parecía más grande que los demás.

En cambio J.C. sí. Se volvió un gordito rechoncho en un par de meses, ante del comienzo de la escuela. Él les decía a sus padres que debía ser un tema hormonal, de crecimiento. En el fondo de su ser sabía que todo era culpa suya. El nerviosismo y el miedo que se le había arraigado en lo más profundo de su ser era como una garrapata que lo comía vivo.

Comía mal, más que nada chatarra. Papas fritas de paquetes, helados, hamburguesas y gaseosas eran sus alimentos favoritos. Y aunque sabía que le hacía mal, no se detuvo por ello.

Si bien Pedrito no era tan inteligente como él, poseía un C.I. de 121, y aunque también estaba por arriba del promedio, parecía que la diferencia entre ambos era mucho más grande de lo que numéricamente se mostraba.

A los dos meses de haber comenzado el primer año, ambos, Juan Cruz y Pedrito, comenzaron a ser afectados por maltratos, burlas y humillaciones por parte de los más brabucones de la escuela. Pasaron a ser víctimas de sufrimiento por bullying.

El despertar de un asesino

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