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Prólogo

Cuando tenía apenas diecisiete años, Julia Robledo había dado a luz a una preciosura de apenas dos kilogramos y medio. Como pasa generalmente en estos casos, el padre de la criatura salió huyendo de la situación y las abandonó sin siquiera importarles un ápice.

De igual manera, y a pesar de su corta edad, Julia se las apañó bastante bien y logró educar y criar a su hija, a la que nombró Violeta, ya que era fan de Martina Stoessel, una actriz argentina que interpretaba el personaje de Violeta en una serie de Disney que tuvo mucha audiencia y repercusión.

Los padres de ella la habían ayudado de distintas formas, al igual que muchos de sus amigos y familiares. Algunos le daban consejos, apoyo económico o simplemente cualquier cosa que necesitaba. También existían aquellos a los cuales evitaba. No faltaban los que opinaban que todo era culpa de ella y que por eso el padre de Violeta era un padre ausente y desaparecido, inclusive sin conocer nunca a la persona ni a la relación que ellos tenían previo al embarazo no deseado ni planificado.

Todos estos vaivenes que tuvo que enfrentar le dieron una madurez temprana que supo aprovechar y usar en casi todos los aspectos de su vida.

Con mucho esfuerzo, logró cursar y aprobar la escuela secundaria y recibirse con un título de bachiller que le dio la oportunidad de conseguir un trabajo estable y poder lograr una independencia económica de sus padres, la misma que le daba una sensación de bienestar y libertad que la llenaba de felicidad.

Gracias a sus pequeños logros, enormes sacrificios y esfuerzos, pudo comprar una pequeña casita en un barrio tranquilo de la ciudad de Rosario, en la provincia de Santa Fe, donde residía con Violeta. Si bien no era gran cosa el inmueble, era de ella y no tenía que pagar alquiler, con lo cual, era una cosa menos de la que preocuparse.

Al terminar la secundaria y comenzar a trabajar, sus tiempos se volvieron más reducidos, casi sin espacios libres para el descanso; más aun teniendo que cuidar y educar a una hija en forma solitaria.

A pesar de todo era una persona muy decidida y valiente. Pensando en el futuro de ella y mucho más en el de su hija, decidió comenzar una carrera universitaria para tratar de brindarle una mejor vida y bienestar.

Aunque sus padres le recriminaron muchas veces la responsabilidad de cuidar a Violeta en todos los aspectos, lo que más le recriminaban era que cuando comenzó a cursar la facultad. La dejaba sola en la casa. No entendían que ella la había educado, formado y preparado para ser fuerte y valiente, y que quedarse sola en la casa era un examen de vida que debía afrontar. Parte de dicha educación, y a la que Julia consideraba la más importante, radicaba en lo que ella llamaba las tres reglas de oro. La principal era: “No hablar con desconocidos”, la segunda, “Mantenerse a resguardo y esconderse” en el caso de que entre a la casa algún delincuente o persona desconocida, y por último y no menos importante, “llamar a la policía”, una vez que se sienta segura. Como Violeta demostraba una inteligencia superior y un entendimiento memorable de las reglas implementadas por su madre, ella la dejaba sola en casa.

Si bien no le iba como esperaba, debido a que las materias no eran tan fáciles y estaba imposibilitada de cursar todas las asignaturas de cada año, no se podía quejar. Ya estaba cursando materias de tercer año. Había rendido las de segundo, excepto una que estaba preparando.

En la actualidad Julia tenía veinticinco años y Violeta ocho y ambas vivían juntas y en soledad. En todo ese lapso no tuvo tiempo de pensar y tener una relación amorosa con alguna persona. Alguien que llene ese vacío que tenía en su corazón desde que el padre de Violeta las había abandonado.

Siempre que alguien la pretendía y la invitaba a salir ella le decía que le perdonase, que no tenía tiempo para nada y que tenía una hija pequeña. Pensaba que así los ahuyentaría y seguiría su vida en forma tranquila.

De igual manera, siempre había alguna persona que insistía e insistía para salir con ella, y a veces pasaba bastante tiempo hasta que desistían de lograr su cometido. Su madre le decía que era porque su belleza era descomunal y que su personalidad atraía como si fuera un imán de gran potencia.

En estos momentos, había un chico llamado Marcos, que la acosaba constantemente desde hacía varios meses. Lo había conocido en la facultad al comenzar el año y cursaba una materia con él. La mala suerte tuvo que hacerse presente cuando en un sorteo aleatorio le tocó de compañero para realizar el trabajo final de esa materia.

Esa relación ya estaba perjudicando la tranquilidad de su vida, ya que le estaba costando concentrarse en muchos aspectos. Parecía que Marcos se había obsesionado con ella, hasta el punto que era asfixiante, cansador y delirante. Decidió dejar la materia, poniendo excusas familiares, esperando que de esta manera la dejara tranquila.

Como esto no ocurrió, y Marcos siguió acosándola, pensó en ir a la policía y realizar una denuncia, ya que no veía salida de la situación, si no era por las malas.

Faltaban sólo cuatro días para que llegara la primavera. Julia tenía organizado un día de acampe sorpresa en el parque que estaba a ocho cuadras de su casa, donde podría comer, beber y jugar todo el día con su hija Violeta. Hasta estaba pensando en conseguir un pequeño perrito para regalarle como forma anticipada de su cumpleaños. El mismo era el veintitrés de septiembre, dos días después de la llegada de la primavera.

Esa tarde, luego de cursar una materia, se fue al Wal—Mart para obtener las últimas cosas que necesitaba para ese día. Al final, sin darse cuenta del tiempo, se pasó casi dos horas en ese mundo de cosas, donde uno se ilusiona y fantasea qué comprar si tuviera todo el dinero del mundo.

Tuvo que pasar un impulso eléctrico por su cerebro para darse cuenta de la hora y pensar en que Violeta estaba sola en la casa. Repasó la lista rápidamente, pagó a la chica de la caja y salió apresurada hacia su casa.

Llegó exactamente a las veinte horas y trece minutos, cargada con dos enormes bolsas de papel en la que llevaba las compras.

Al entrar en la casa, lo primero que notó fue un silencio infernal, casi sepulcral. Pensó que Violeta estaría durmiendo, debido a que casi siempre la esperaba en la sala de entrada mientras miraba dibujitos en la televisión. Luego la abrazaba y besaba apenas ella cruzaba el umbral.

Lo segundo que notó fue que las luces estaban apagadas y cuando quiso accionar el interruptor, éste no dio señales de vida. Aunque pensó que debía ser que no había electricidad o que la bombilla se había quemado, se puso en estado de alerta. No sabía por qué, pero tenía la extraña sensación de que algo estaba mal, y no sabía qué.

Pensó en llamar a Violeta con voz potente, pero su instinto le dijo que no lo haga, y al entrar a la cocina lo que vio le dio la razón.

Sentado en una silla de la mesa redonda estaba Marcos, como si fuera el dueño de casa. Detrás de él se observaba la rotura de la cerradura y el picaporte de la puerta que daba al patio trasero de la casa, que lindaba a un pasillo lateral que oficiaba de entrada secundaria del hogar.

El estado de Marcos era confuso y un poco deplorable, se notaba que había estado bebiendo desde hacía mucho. En la mano sostenía una botella de cerveza casi vacía, y en la mesa había tres envases más.

—¿Qué demonios haces en mi casa? Ya mismo llamo a la policía, estás ebrio y apestas a alcohol y a suciedad. ¿Cómo te atreves a entrar en mi hogar y perturbar mi mundo? ¡¡¡¡Y encima me rompes la puerta!!!! – dijo Julia.

—Tranquila amorcito— comenzó a decir Marcos.

—No vas a hacer nada de lo que dijiste, o te va a ir muy mal. Estoy cansado de que me apartes de tu vida y no me lleves el apunte, te amo con todo mi corazón y estoy desesperado. No puedo vivir ni un día más sin estar contigo.

Dicho esto, Marcos se levantó en forma abrupta, tirando las botellas lo que provocó que el suelo quede completamente lleno de astillas de vidrio y aumentando el olor acre de la cerveza en el ambiente. Casi que él también se fue al suelo junto a las botellas ya que tambaleó y perdió el equilibrio, y si no fuera por la lámpara central de la cocina de donde se logró sujetar, se hubiera ido de bruces al piso.

Como no sucedió eso, se abalanzó sobre ella y trató de darle un fuerte beso, pero Julia lo esquivó como si fuera una atleta olímpica de artes marciales.

De igual manera, no importó mucho ya que la diferencia física entre ambos era muy notable. Él era musculoso, sus amigos decían que se parecía al actor principal de “El transportador”. Con el brazo que le quedaba libre la sujetó de la muñeca con tal fuerza que le dejó una marca roja instantáneamente.

Al tironearla hacia él, le dio un profundo beso dentro de su boca, compartiendo en un segundo fugaz el aliento nauseabundo a alcohol.

Marcos, que estaba en un estado de sopor, no pensaba en las consecuencias de sus actos y le metió la lengua hasta el fondo de su garganta. Eso fue un error, Julia le mordió la lengua y apenas Marcos logró desprenderse de ella para soltar un grito fuerte de dolor, ella escupió el trozo de lengua que le había arrancado.

Teniendo en cuenta el instinto animal que ahora poseía Marcos, y sin siquiera darse cuenta, le propinó un derechazo directo a la cara de Julia, con lo que le sacó dos dientes y le dejó un gran hematoma en la mejilla izquierda. También salía sangre de la boca de ella, pero era una mezcla con la sangre de ambos.

Como si fuera en cámara lenta, Marcos vio como el cuerpo de Julia caía hacia el suelo inconscientemente, donde quedó quieta, inmóvil, casi como si fuera una paciente en coma.

Marcos, en su estado mental confuso, se preocupó una milésima de segundo, pensando que la había matado. Luego, al ver que ella respiraba se le fue esa sensación instantáneamente, con lo que volvió a sentir ese lado animal.

Con sus poderosos brazos, levantó el cuerpo de Julia como si no pesara nada. Se la colgó en sus hombros y la llevó a la pieza principal, donde la arrojó a la cama como si fuera un saco de papas. Al hacer esto, dos de los botones de la camisa que ella llevaba salieron volando por el aire, revelando las curvas perfectas de sus senos. Marcos se puso caliente como una caldera a punto de estallar y en menos de cuatro segundos tenía una erección terrible. Parecía como si se hubiera tomado dos pastillas de Viagra. Tenía el pene como una piedra y sentía la sangre latir a mil.

No pensó en nada más que cogerla. Le arrancó la camisa y le desprendió el sostén rosado que llevaba. Ambas prendas estaban manchadas con sangre pero no le importó. Hizo lo mismo con los jeans, las zapatillas, y la pequeña bombacha, la que guardó en el bolsillo de sus pantalones, sin siquiera darse cuenta.

Luego se quedó quieto, admirando ese cuerpo espléndido y atlético, con finas curvas, piernas largas y flacas, hermosos y firmes senos y una carita angelical, aunque ahora estaba un tanto golpeada y ya se empezaban a formar oscuros moretones.

Aunque estaba inconsciente, no le importó, y arremetió contra el cuerpo de ella sintiéndose nuevamente un animal en celo. Mordió sus pezones y lamió los senos en su totalidad. Mojó con su lengua casi todo el cuerpo de Julia y se detuvo un par de minutos en su cueva de privacidad, la cual estaba toda afeitadita.

Esto hizo que se pusiera más caliente que antes, aunque pensaba que eso era imposible. Penetró su vagina con una embestida inicial que desgarró el interior. Las siguientes y sucesivas arremetidas fueron del mismo grado de agresividad y con una violencia y velocidad envidiable.

Acabó dentro de Julia en menos de un minuto y le surgió un sentimiento de satisfacción y vacío. Al mismo tiempo su temperatura corporal comenzó a disminuir y las pulsaciones de su corazón siguieron el mismo destino. Se sentó en el costado de la cama, luego se recostó y se sumergió en un sueño profundo.

Soñó que estaba en su casa. Que la policía lo venía a buscar y lo encarcelaba. También soñó que dentro de prisión lo violaban. Lo hacían la mujer del pabellón, donde todos los días era el objeto sexual de los muchos presos que allí habitaban.

Se despertó de inmediato, bañado en sudor y desesperado. Al mirar a un costado vio el cuerpo de Julia sobre la cama, con los hematomas en su cabeza. También se podía ver la mezcla de fluidos que salían de su vagina, una mezcla de esperma y sangre como si fuera uno solo.

Haciendo un esfuerzo descomunal se puso a pensar en lo que había hecho. Increíblemente se le habían pasado los efectos del alcohol. Sabía que las próximas acciones determinarían su futuro y no había que tomarse eso a la ligera.

Pasaron aproximadamente diez minutos y la única salida que veía era matar a Julia, y limpiar los rastros y la evidencia de su presencia allí.

Juntó fuerzas y coraje de algún lugar del universo, y sin esperar resistencia rodeó con sus gruesos y largos dedos el cuello pequeño de ella. Aplicó fuerza con ambas manos hasta que sintió que Julia no respiraba más. De igual manera y a modo de seguro, siguió aplicando presión hasta que le comenzaron a doler los nudillos. Sólo ahí relajó los músculos y soltó el cuello de ella.

Como si fuera un profesional logró limpiar todas las zonas donde estuvo y colocó toda la basura en una bolsa grande. Lo que le preocupaba era el esperma eyaculado, por lo que la llevó al cuarto de baño. La colocó en la bañera y le metió la manguera de la ducha dentro de ella. Luego abrió el grifo a toda presión y con agua caliente. No sabía si era suficiente pero no sabía que más hacer. Hizo una última revisión de la casa en forma exhaustiva y luego salió a la calle. Teniendo mucho cuidado desapareció en la oscuridad.

Lo que nunca hubiera esperado era que una pequeña chica de ocho años estuvo viendo aterrorizada todo lo acontecido, escondida dentro del armario de la ropa en el cuarto de su madre.

El despertar de un asesino

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