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La primera experiencia de bullying sufrida por J.C. fue en forma conjunta con su mejor amigo Pedrito. Ocurrió a mediados de abril en la escuela. Específicamente fue dentro del baño de varones, donde Andrés y sus compinches los arrinconaron.

Ocurrió en uno de los recreos y ambos la pasaron mal. Los presentes en el baño sólo eran los afectados y los pendejos de mierda de la pandilla.

Apenas entraron al recinto, Andrés y cuatro de sus admiradores les siguieron inmediatamente. Uno de ellos se quedó en la puerta haciendo guardia, aunque previamente había pegado una hoja en la puerta del baño declarando que estaba fuera de servicio e indicándoles que fueran al de la planta alta.

Los otros tres los arrinconaron contra la pared del fondo y amenazaron con golpearlos sino les daban el dinero que traían.

—Denme toda la plata que tienen encima.— o van a ver los que les espera.— dijo Andrés.

—Y tengan en cuenta que de ahora en más todas las semanas deberán pagarme para que no les peguemos, y les puedo asegurar que les va a doler.—continuó.

Ante la negativa de J.C. a entregarles el dinero, ya que sabía del sacrificio de sus padres para conseguirlo, se ganó una tremenda patada en los testículos que lo dejó inmediatamente sin aire y con un dolor atroz.

En ese momento, Pedrito arrojó todo lo que tenía a Andrés. Algunas monedas se le cayeron al suelo produciendo un ruido atípico en ese lugar.

Cuando J.C. recibió la patada, se deslizó hacia el suelo a puro dolor y quedó tendido allí mismo. Los brabucones revolvieron sus bolsillos y sacaron su billetera. Extrajeron los pocos billetes que tenía y se los pasaron a Andrés.

El jefe del grupo juntó la plata de ambos y se dispuso a contar, billete a billete, en voz alta.

—10$, 20$, 70$, 90$, 100$, 110$, 120$— exclamó.

—La próxima semana si no quieren que les pase lo mismo o peor deberán traerme el doble, 250$— vociferó.

Dicho esto, J.C. comenzó a reírse de forma muy fuerte y cada vez más elevado. Se le había pasado un poco el dolor y lo invadió el odio y el rencor, ya no el miedo que sentía antes.

La risa se transformó en carcajada. Era idéntica a una de las comadrejas de la película ¿Quién engañó a Roger Rabbit?, antes de morir y abandonar sus cuerpos. Nadie entendía nada y quedaron todos quietos y perplejos. Luego, cuando la risa fue mermando, en gran parte debido a que ya había pasado el momento, Juan Cruz habló.

—Por mi parte puedes irte al carajo, a la mismísima mierda. No te daré ni siquiera una mísera moneda.

—Pensaba que mi C.I. de 139 no era tan diferente a los 95 que tiene la gente normal.— prosiguió.

—¡Pero en tu caso la diferencia es gigante! Debes tener un C.I. de 40.— ja ja ja ja se reía J.C.

—¡120 multiplicado por 2 es igual a 240, no a 250!, no puedo creer que haya personas tan brutas, si es que puedo considerarte como una persona. Ja ja ja ja.— siguió riéndose J.C.

Andrés, saliendo de su estupor, propinó otra fuerte patada sobre las costillas de J.C. y se contuvo de continuar con Pedrito. Tenía mucha vergüenza y estaba enfurecido al mismo tiempo.

Sin decir palabras dio media vuelta, se dirigió a la puerta del baño y salió. Sus compañeros lo siguieron.

J.C. aunque estaba muy dolorido, estaba contento, se le había pasado el miedo y de alguna forma había enfrentado lo que siempre temió. Aunque sabía que lo sucedido sólo era la punta del iceberg.

La secundaria iba a ser muy complicada y difícil de pasar. Dejaría cicatrices profundas si no hacía nada para parar el aluvión de situaciones muy difíciles que se avecinaban.

De igual manera estaba feliz.

El despertar de un asesino

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