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Durante las vacaciones de verano Andrés se fue de viaje con su tío y su padre, el cual había salido de la cárcel un mes antes de navidad, por un fallo judicial por mala pericia policíaca, con lo cual salió en libertad.

Fueron a una cabaña cerca de Bariloche, donde la mayoría del tiempo la pasó mal. Ambos parientes lo obligaban a hacer cosas que no quería. Y lo peor que le podría pasar a él, era que lo trataran como un siervo y un esclavo.

Creía que su padre, durante todo el tiempo que había pasado en prisión, había dejado la bebida. Se equivocó rotundamente. La junta con su tío intensificaba el fervor que ambos compartían por la misma, especialmente por el ron blanco, el cual siempre los dejaba liquidados.

Lo peor era el comportamiento post resaca. Eran insoportablemente mandones y vagos. Había que hacerles todo. Faltaría que les tenga que lavar los dientes o bañarlos y limpiarles las cagadas. Parecían ancianos inertes que necesitaban ayuda constante e incondicional.

Además, muchas veces traían chicas de los viajes de egresados, muchas veces menores de edad, y se enfiestaban con ellas ofreciéndoles sustancias prohibidas como pago o recompensa por tener sexo desenfrenado con ellos. Algunas veces, cuando estaban muy borrachos y el miembro no se les paraba, lo obligaban a él a cogerse a las pendejas y mientras lo hacía ellos observaban y se masturbaban como podían. La mayoría de las veces no acababan y algunas hasta se quedaban dormidos. Esas eran las mejores veces, ya que dejaba de lado a las chicas, les daba lo prometido y las enviaba de vuelta a sus hoteles.

Lo más dramático ocurrió una noche donde su padre fue a la casa de una señora mayor para pasar la noche. En esa oportunidad, su tío no obtuvo conquista alguna y por ende sólo se dedicó a la bebida, su gran amor.

Esa noche todo se volvió oscuro, se trastocó. Su tío volvió a la cabaña mucho más ebrio que de costumbre, y enfiló derechito a la cama donde descansaba Andrés. Se metió dentro de las frazadas y lo empezó a manosear por todas partes. En ese momento Andrés se despertó perplejo y aturdido. No entendía nada lo que le pasaba. Estaba entumecido y no se podía mover.

Como si no entendiera su reacción, y como si no reaccionara a los pensamientos e impulsos de su cerebro, tuvo una erección. Su tío, al darse cuenta de ello, sonrió. Luego, como si fuera la vez cien, le hizo el amor de forma suave y tierna. Acabaron juntos en una explosión de éxtasis. Andrés se sentía pleno y satisfecho, experimentando algo nuevo y hermoso. Pero eso acabó cuando una voz gruesa dijo...

—Si le contás lo sucedido a tu viejo te mato de un tiro en la cabeza.—te lo juro por mi vida.—aclaró su tío.

Los próximos días hasta que volvieron fueron un calvario. Le hicieron sufrir como nunca en su vida. Fue el primer momento en que se arrepentía de haberse puesto contento cuando su padre salió de la cárcel.

Los dos se encargaron de hacerle los días imposibles. Su tío mucho más. Esto provocó que su vuelta al colegio sea mucho peor. Necesitaba vengarse de su tío y de su padre, pero como no podía necesitaba otra víctima que lo ayudara a descargarse. Y por suerte para él, conocía a dos chicos que encajaban a la perfección.

El despertar de un asesino

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