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CAPÍTULO III
ОглавлениеLa Vuelta a la Comunidad Valenciana fue mi segunda carrera en 2008. Para esa cita, el equipo decidió apostar por el madrileño Enrique Jiménez. Era el líder de Gigaset y uno de los escasos españoles de relumbrón que había salido indemne de la Operación Puerto. Su nombre jamás había aparecido en la prensa vinculado a Eufemiano Fuentes ni a ningún otro doctor de mala reputación. Además, había sabido quedarse en un discreto segundo plano mediático mientras acumulaba puestos de honor, lo que encajaba en la filosofía del equipo.
José Luis Calasanz decidió que compartiéramos habitación durante toda la carrera, ya que su habitual compañero de cuarto, Juan Carlos Aguado, se había puesto enfermo a última hora y no iba a correr. Y así me convertí en el escudero de Enrique. Por mi condición de valenciano, conocía bien las carreteras y los finales en alto, por lo que dediqué los cinco días a dejarme la vida por ayudarle. No pudimos pasar de un meritorio quinto puesto. No estaba mal, pero tampoco nos permitía sacar pecho. Aún no habíamos ganado una carrera en 2008 y eso a pesar de ser uno de los equipos grandes del pelotón. ¿Nervios? Aún no. Pero una inquietud asomaba en la mente de todos: ¿qué estarán haciendo los demás?
La barrera de los controles todos los días y a todas horas ya había generado un serio conflicto en la concentración de un equipo ProTour italiano. Los médicos de la UCI se habían presentado por la noche y nadie supo explicar lo sucedido a continuación. Decenas de rumores surgieron alrededor de un test que no pasaron todos los corredores, lo que incitó las maledicencias. En el fondo, los controles fuera de competición lo cambiaban todo. Durante años estábamos acostumbrados a doparnos en casa en los períodos sin competición y acudir a las carreras con los efectos visibles, pero con las sustancias eliminadas. A partir de la nueva ley, tocaba cambiar. Pero no había consenso. Gigaset quería limpieza, y yo también.
Enrique Jiménez me demostró que teníamos una forma similar de ver el ciclismo e incluso la vida. Y esa visión partía de la prudencia. Por eso llevaba tantos años en Gigaset. No quiso desvelar sus cartas haciendo uso de una discreción que yo también había empleado en el pasado.
—Somos un deporte de bocachanclas. Aquí hace falta gente discreta y prudente. Todos sabemos lo que está bien y lo que está mal. E incluso lo que está regular. No hace falta airearlo y hay que acabar con los que disfrutan meando en la piscina y haciéndolo desde el trampolín.
Aquellas palabras eran parte del código de sobreentendidos que manejábamos: no confirmaba que se dopara, pero tampoco lo desmentía. Ese silencio saltó por los aires en la penúltima etapa. Enrique recibió una llamada. Y estuvo más de una hora hablando. Bueno, en realidad, estuvo más de una hora escuchando en silencio y con cara de preocupación. Cuando cortó, solo pudo resoplar y pasarse las manos por la cara.
—Vaya movida —fue lo primero que dijo.
—¿Se puede contar? —pregunté.
—A ti, sí. Pero al resto, ni una palabra. ¿Está claro?
Asentí, me coloqué cómodo sobre la cama y esperé en silencio a que Enrique ordenara su cabeza.
—Me ha llamado Juan Carlos. Sí, Aguado. Sé que entrenaste con él antes de Navidad. Me contó las broncas que había tenido contigo respecto a… lo que ya sabes. Juan Carlos está insoportable. Cree que nada va a cambiar y quiere estar con los buenos. Le dije que pensaba que tú estabas siendo inteligente y que él estaba siendo estúpido, sobre todo, cuando el equipo nos pide que cambiemos el chip. Así que discutió conmigo y llevamos un tiempo con una relación… tensa. Ahora, de repente, me dicen que no puede correr porque está enfermo. Le llamo y no me contesta. Y, lógicamente, empiezo a mosquearme. No es normal. Al final, me ha contestado y me ha contado la movida.
—¿Y qué ha pasado? —pregunté mientras me temía lo peor.
—Le hicieron un control por sorpresa después de Mallorca. Y ha dado 48,5% de hematocrito.
—¿Cuál es el problema?
—Pues que tiene los valores sanguíneos alterados: el hematocrito, la hemoglobina y los reticulocitos están descompensados. La fórmula australiana ha dado 127.
—El máximo son 133 o por ahí, ¿no?
—Sí, no es un tema por el que pueda ser sancionado. Ni ha pasado de 50 ni de 133. Es decir, no pisa la línea roja ni por el hematocrito ni por la fórmula australiana. Pero eso no es suficiente. Es lo jodido del tema: es una analítica descompensada. Desde ese control, los vampiros han ido dos veces a su casa para hacerle controles antiEPO por sorpresa. Y el médico, Marcelino Sacristán, le ha llamado para pedirle explicaciones.
—¿Explicaciones?
—Le ha dicho que tiene muchas analíticas suyas de otros años con 40 y 41 de hematocrito y que no se cree que ahora esté en 48,5%.
—¿Y qué dice José Luis? Es como un padre para Juan Carlos, ¿no?
—Me gusta esa expresión. Pero no olvides que no es su padre. Ni el tuyo ni el mío. Si tiene que elegir entre el equipo o un corredor, no dudará. De momento, no le contesta. Y en un mensaje le ha dicho que es un tema que el médico debe gestionar. El cabrón de Marcelino le ha contestado que lo mejor es esperar a ver la evolución y tomárselo con calma.
—¿Eso qué significa?
—Pues que le han jodido, pero no tienen los huevos de decírselo.
—Joder, no das positivo y ni siquiera superas la regla australiana… y ya estás manchado. Esto es una caza de brujas.
—Sí, pero la cuestión ahora es que debemos adaptarnos a las nuevas reglas.
—Bueno, pues a correr a pan y agua —dije intentando reafirmar mi decisión del 1 de enero.
A partir de ahí comenzamos un debate intenso sobre la función de la Unión Ciclista Internacional. Enrique y yo teníamos un torbellino de ideas y de dudas: la UCI podía usar el pasaporte para imponer sanciones y para freír a controles a los sospechosos, pero debía empezar a actuar. Cada día sin noticias, era un día de desesperanza para la gente limpia. Enrique, siempre pesimista, concluyó:
—Espérate al Tour y verás el espectáculo completo. Es la gran carrera para lo bueno y para lo malo. Muchos ciclistas hemos cambiado. Pero no todos. En cambio, los patrocinadores lo han hecho. ¡Todos! Yo no veo marcas que quieran ganar a toda costa. Es más bien justo lo contrario. En cuanto oyen la palabra positivo, cierran el chiringuito.
—Ojalá no aciertes. Voy a rezar para que tengamos un Tour tranquilo —le contesté.
—No es un tema de fe. Es mucho peor. Lucas, la estupidez humana no tiene límites.