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CAPÍTULO IV

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El 1 de marzo de 2008 saltó la noticia. Sucedió alrededor de las nueve de la mañana y, al principio, fue únicamente un titular, tal vez llamativo, eso sí: «El paro se dispara». Luego llegaron los detalles del tsunami al que se enfrentaba la sociedad española y las alarmas empezaron a sonar: era el mayor incremento en el número de parados en los últimos 25 años. A pesar del dato, el gobierno seguía negando la existencia de una crisis económica en el país. Es más, ni siquiera empleaba esa palabra. Estaba prohibida y parecía como si, fruto de un pensamiento mágico, el hecho de no pronunciar el término borrase la realidad. No era así.

Al llegar a casa me esperaban caras largas. Cada semana era peor que la anterior, pero mejor que la posterior. Esa noche Clara me pidió que, al día siguiente, la acompañase a las oficinas de Magic Resort. Miguel quería hablar con ella y le había pedido que yo también acudiese. Así que fuimos hasta allí. Al circular por los pasillos de la empresa, me di cuenta de que algo no funcionaba. Apenas había movimiento. Todos los empleados estaban cruzados de brazos o, como mucho, mirando las pantallas del ordenador y accionando de forma robótica el ratón. Ese silencio era catastrófico. Si entras en una empresa como Magic Resort y no escuchas decenas de conversaciones de comerciales vendiendo o alquilando apartamentos… es que algo va muy mal.

Miguel parecía haber envejecido otros diez años. Lucía unas ojeras espantosas e incluso tenía los ojos completamente rojos, fruto de la cantidad de horas que se había pasado frente a los documentos excel intentando cuadrar los números de sus empresas. Para la cita, nos había preparado una presentación en la pantalla de la sala de juntas. No había nadie más. Solo nosotros y los gráficos. Con cautela, fue pasando las diapositivas dejándonos el tiempo justo para que las digiriésemos. Todas se explicaban por sí mismas. No necesitaban de aclaraciones. Los datos no eran malos. Eran aterradores. En noviembre, diciembre y enero se habían vendido dos apartamentos. Tenían más de 200 acabados sin comprador, otros 150 en la fase final de construcción y otros 150 con la estructura finalizada, sin contar los más de 1000 que se habían planificado sobre el papel y para los que se había empezado la labor de movimiento de tierras después de realizar todo el trabajo de diseño con sus correspondientes proyectos de los arquitectos. ¡Y todo ello cuando solo habían vendido dos en el último trimestre! Aquello no era un pinchazo. Era un reventón.

—¿Estos son los números? ¿Se han vendido dos en tres meses? —pregunté como resumen ante lo que acabábamos de ver. Sinceramente, no me podía creer esas cifras.

—No, en realidad, son peores. De los que vendimos en verano, diez compradores nos han pedido que les devolvamos el dinero porque no pueden pagar los plazos. Evidentemente, les hemos dicho que no hay nada que hablar y que han firmado un contrato de arras para lo bueno y para lo malo. Uno ya nos ha remitido un burofax para decirnos que renuncia al contrato y que pierde el dinero dado a cuenta, así que en realidad no hemos vendido dos. Hemos vendido dos y nos han devuelto uno. Creo que alguno más seguirá el mismo camino y perderá la entrada para evitarse la deuda. Como comprenderéis, así es imposible mantener una empresa.

—¿Qué tienes en la cabeza? —preguntó una Clara que estaba cada vez más preocupada ante el tono de su padre.

—Podemos bajar precios. Pero no es un problema de Magic Resort. Es global. Mirad los datos del paro en febrero. ¿Quién piensa en comprarse una casa en la playa cuando hay despidos generalizados? El que no ha perdido su trabajo tiene miedo de perderlo. Me han dicho que Don Piso lleva tiempo sin pagar y está al borde de la quiebra. Tienen 400 oficinas inmobiliarias y es posible que no lleguen al verano. Sinceramente, os he llamado para deciros que… me siento perdido.

—Pronto tenemos elecciones, ¿no intentarán que esto mejore?

—No hay nada que hacer. Intentan taparlo con los cheques bebé. El presidente ha llamado antipatriotas a los que se atrevan a utilizar la palabra crisis. Pero la realidad es que están maquillando el cadáver. Nada más. La economía está podrida.

—¿Qué alternativas hay? —pregunté.

—He hablado con los abogados y les he pedido un plan de viabilidad. Esto es lo que me proponen.

A partir de ese momento Miguel desglosó un plan de gestión de la crisis. Partía de una base clara: no había un futuro razonable para Magic Resort con la estructura actual. La idea de los abogados era eliminar una parte importante de la constructora y de la promotora, negociar con los bancos daciones en pago masivas para compensar las deudas y reforzar la desvinculación entre las diferentes empresas del holding intentando que las partes más corrompidas no se lleven por delante a las que aún podían ser saneadas. Las consecuencias para la cotización en bolsa iban a ser dramáticas, aunque ya llevaba meses cayendo. La parte de los hoteles y los apartamentos para alquilar era la única que podía tener futuro. En definitiva, el holding de la familia Pellicer era un conglomerado empresarial con dos bloques: el promotor-constructor y el hotelero. El primero parecía muerto. El segundo estaba muy enfermo. El dinero de la refinanciación del Banco de Castellón se iba a dedicar casi de forma exclusiva a la parte hotelera.

—¿Y los bancos qué dicen?

—Si debes 100 000 euros, tienes un problema. Si debes un millón, el banco y tú tenéis un problema. Pero si debes 100 millones, es el banco el que tiene un problema.

—Nosotros también lo tenemos, papá —respondió Clara.

—Hija, he sido tajante con los abogados. Los jueces nos van a mirar de arriba abajo y no quiero riesgos, aunque eso suponga perder mucho dinero. No quiero jugar con fuego. Nos refinanciaron hace poco y eso nos ha dado aire. Pero con este nivel de ventas, pronto volveremos a la situación en la que estábamos: asfixia absoluta. Vamos a acabar con una suspensión de pagos y asumo que perderemos una gran parte de la fortuna.

—Pero… —trató de interrumpir Clara a su padre.

—Te he pedido que vengas porque necesito que me ayudes. Debes viajar a Andorra y Panamá. Y hay que hacerlo ya. Tenemos que poner las cuentas en limpio. En este sobre hay una carta con las instrucciones. Necesito que la leas y lo memorices antes de destruirla. Yo no puedo ir. Tengo la lupa encima. También me gustaría que fueras acompañado por Lucas. Sería más fácil de explicar si alguien pregunta: unas vacaciones románticas con tu pareja o unas vacaciones para entrenar o lo que se te ocurra. Además, ya no trabajas para Magic Resort.

—Tengo que correr… no puedo salir de España y mucho menos para irme de vacaciones.

—Lo sé, pero esto es importante. No quiero que Clara ande sola por el mundo y menos en determinados países.

—No hay ningún problema, papá. Hablaremos con José Luis Calasanz y lo entenderá. Estoy segura.

No supe contestar. Estaba seguro de que José Luis no lo entendería. De hecho, ni siquiera yo lo entendía, por lo que no sabía muy bien cómo plantearle la cuestión. Así se lo expresé a Clara en cuanto salimos de las oficinas. Ella me sonrió y me miró con la cara de superioridad que en ocasiones lucía. Tenía un plan. Pero no lo iba a compartir conmigo.

—No te preocupes. José Luis es el menor de nuestros problemas.

Al llegar a casa, me dio un cálido beso. Había mantenido la calma frente a su padre, pero estaba al borde del colapso.

—Gracias por venir al viaje. Te necesito a mi lado.

Yo seguía pensando que era imposible que el equipo me autorizara a viajar por medio mundo en mitad de la temporada. Iba a comenzar con mis protestas. Clara se dio cuenta de cuál era mi intención. No me dejó seguir.

—Te lo repito: ¡no te preocupes! Vete preparando la pasta y yo arreglo lo demás —dijo mientras me guiñaba el ojo y cogía el móvil.

Me quedé sin palabras. Busqué una botella de vino, la abrí y me serví media copa de mi tinto favorito: Marqués de Cáceres. Un par de minutos más tarde, decidí que debía cumplir con las órdenes de Clara. Quería hacer un entrenamiento corto por la tarde, aunque fuera solo para soltar piernas, así que debía comer lo antes posible. Puse a hervir el agua mientras buscaba los macarrones integrales y el tomate frito. No era día de florituras. Prefería algo básico y rápido. Justo cuando eché la pasta en el agua, Clara apareció en la cocina.

—Listo.

—¿Listo?

—Sí, ya está arreglado. He hablado con José Luis y le parece bien.

—¿Con José Luis? ¿Mi jefe?

—Sí, ¿acaso no recuerdas que fuimos patrocinadores de un equipo profesional? Vaya, tú fuiste ciclista de Magic Resort, si no me falla la memoria —dijo con ironía.

—Clara, por favor…

—Tengo su número desde hace años. Le he llamado y, por supuesto, acepta cambiar tus planes. Le he prometido que no perderás la forma. Vuelves a competir en abril. Por cierto, también me ha dicho que tienes opciones de correr el Tour y que te quiere a tope para el verano.

Acababa de recibir demasiada información. Siempre que estaba con la familia Pellicer tenía el mismo sentimiento extraño: manejaban mi vida. Una sombra de enfado cruzó mi rostro. Clara lo detectó.

—No te enfades. Tú y yo somos un equipo. Yo viajé a Portugal para ayudarte y…

—Lo de recordarme lo que pasó en Portugal es un golpe bajo —protesté mientras me ponía serio de verdad.

—Cállate, por favor. Lo hice por ti y lo volvería a hacer. ¡Sin dudarlo! Ahora te pido que me ayudes, pero no quiero presionarte. Esto no es como en los viejos tiempos. Si no quieres venir, llamo a José Luis, le digo que ha sido un malentendido y sigues con tu temporada. Yo viajo sola y lo arreglo. Además, lo haré con una sonrisa y no te reprocharé nada. No quiero que digas que manejo tu vida, que no te escucho… Esa es la cara de desagrado que me ponías antes y que me estás poniendo ahora. No me gusta verla. Nuestra relación es tan importante que no quiero que se rompa. Por nada en el mundo. De verdad, no hay nada más importante…

No dejé que siguiera hablando. Le di un beso y le susurré.

—Voy contigo a Andorra, a Panamá y al final del mundo, si hace falta.

Pedaleando en el purgatorio

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