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CAPÍTULO VII
ОглавлениеAprincipios de mayo afronté el Tour de Romandía. Es una carrera suiza y sirve como broche final para los que vienen de las clásicas de las Ardenas y, también, como última cita en la preparación de los que tienen en mente el Giro de Italia y andan justos en su forma. En definitiva, es una carrera de alta montaña y mi primer gran test del año con la elite mundial. Sin embargo, nadie en el pelotón estaba pendiente de mí. Todos miraban al Astana y al Giro de Italia, pues la organización había decidido cambiar su anuncio inicial e invitar al conjunto kazajo… si en la lista de inscritos figuraba, entre otros, un Alberto Contador que decía estar en la playa disfrutando de unas vacaciones y totalmente desconectado del ciclismo.
En mi caso, no llegaba a Romandía después de unas vacaciones. Me presentaba tras un mes entrenando duro, pero sin el ritmo de mis rivales. Enrique vio mi pedaleo en la primera etapa y me dijo que estuviera tranquilo porque iba a andar bien y lo único que necesitaba era dejar pasar un par de jornadas. Aquella frase fue balsámica para mis nervios. Las sensaciones fueron buenas durante todas las etapas e incluso me metí en dos fugas. Comprendí que mi nivel no era lo suficientemente bueno para ganar, pero tampoco tan malo como para hacer el ridículo. Jamás fui el primero en quedarme ni tuve la sensación de que estaba corriendo contra rivales mejores que yo. Después de esa semanita por la Suiza con acento francés, regresé satisfecho y con muchas lecciones aprendidas de un Enrique al que cada vez veía más cómodo conmigo. Él había sido octavo en la general y, sobre todo, me había insistido en que debíamos cambiar la mentalidad si queríamos llegar a la elite. Tenía muchos planes y me había insistido en que debíamos hablar durante la concentración que íbamos a hacer juntos.
Enrique quiso que justo después de Romandía nos fuéramos a Sierra Nevada (Granada). Su plan pasaba por descansar, pero a más de 2000 metros, un ejercicio útil cuando se quiere subir el hematocrito y, por tanto, la capacidad del cuerpo de transportar más oxígeno a los músculos y retrasar el cansancio. Es cierto que también es posible incrementar el hematocrito inyectándose EPO artificial, pero nosotros ya habíamos descartado esa idea. Después de esos días de descanso, comenzaríamos a entrenar pensando solo en el Tour y sin precipitarnos. Enrique insistía en que una concentración en altura es mano de santo si se hace bien y una muerte garantizada si se hace mal, puesto que acabas con fatiga muscular para meses. Enrique siempre se había entrenado a sí mismo e incluso había empezado la carrera de Educación Física, así que tenía unos conocimientos mayores que los míos, por lo que no me opuse a sus planes. Estaba con alguien que sabía de lo que hablaba.
Decidimos pasar en altura un total de seis semanas. Tuvimos tiempo para analizar el presente y pensar en el futuro. Lo primero que nos hizo saltar la alarma en el Centro de Alto Rendimiento fue la sentencia pública de Anne Gripper. Esta mujer era una de las jefas de la UCI para cazar tramposos. Y detalló las primeras cifras del pasaporte biológico: 2172 controles de sangre y orina, 854 ciclistas analizados y… ¡23 sospechosos! Enrique estaba indignado.
—¿Sospechosos? Y una mierda. O hay culpables o no los hay. Y si los hay, tenemos que hacer todo lo posible para cazarles. Así que empiezan a meter sanciones o la gente no se lo va a tomar en serio en la puta vida. Llevamos cinco meses de pasaporte y no han hecho nada. Mira lo del Giro: ¡es un esperpento!
Yo optaba por callarme cuando Enrique explotaba. Sabía que no le iba a convencer. En el fondo, todo dependía de los suizos. Ellos no quieren perder los juicios. Sabían que sancionar por un método indirecto era algo revolucionario y que cualquier expediente acabaría en los tribunales. Por eso resultaba necesario acumular pruebas hasta estar seguro de que disparaban con argumentos indiscutibles. Además, el pasaporte estaba ayudando en otro sentido. Y las noticias de ese mes de mayo lo confirmaron.
—Recuerda lo que pasó en Romandía. Se anunció un positivo por testosterona en un control fuera de competición. Al final, el ciclismo está cambiando. Esto va en serio, Enrique.
—Pero va demasiado lento.
—Bueno, no todo lo tiene que hacer la UCI. También los equipos y los ciclistas somos responsables. Mira a Juan Carlos. Lo tenemos medio apartado desde que dio esa analítica rara y no va a disputar ninguna de las grandes. Le están invitando amablemente a dejar la bici.
—¿Y tú ves a muchos equipos con la misma disciplina?
En ese momento no supe qué contestar, pero unos días más tarde llegó la respuesta. Milram expulsó del Giro a Igor Astarloa, excampeón mundial. En su nota de prensa, el equipo se preocupaba por usar las palabras adecuadas. No hablaba de dopaje. Pero sí de valores anómalos. La realidad es que Astarloa fue fulminado de la faz de la tierra. No convencí a Enrique. Según él, aquello era una excepción y seguía poniéndome más ejemplos: los corredores del CSF volaban en todos los puertos y, sobre todo, lo hacía Emanuele Sella, quien se había anotado tres etapas y la montaña. Enrique estaba obsesionado con la revelación del Giro. No era el único. Muchas voces decían en público y privado que esos ciclistas eran unos sinvergüenzas hasta el punto de que el mánager de la modesta escuadra italiana, Bruno Reverberi, tuvo que responder en público: «Demandaré a los que duden». Enrique se salía de sus casillas.
—Coño, Reverberi puede demandar a los que le calumnien. Pero… ¿dudar? Yo dudo hasta de mi padre. Y, por supuesto, dudo de muchos de este Giro. Fíjate: los limpios del Gerolsteiner ven como al papá de uno de sus ciclistas le pillan con el coche lleno de medicinas raras y jeringuillas y, de repente, los corredores de ese equipo empiezan a abandonar. ¿Y lo del CSF? Pero, ¿tú has visto a Sella? ¿Has visto la fuerza con la que sube? Pero no es solo ahí. En Asturias, más de lo mismo. Estoy hasta los huevos. Aquí los únicos pardillos somos tú y yo. Estamos rodeados de golfos. ¡Golfos y terroristas!
En esos momentos, Enrique estaba fuera de control y veía fantasmas por todos lados hasta el punto de que yo intentaba cambiar de tema para no acabar saturado. Mi compañero de habitación se mostraba indignado con exhibiciones como la del equipo LA-MSS. En esos primeros días de mayo habían dominado la Vuelta a Asturias con tres ciclistas en el podio y con cuatro hombres en las cinco primeras posiciones de la primera etapa. Nuestros compañeros del Gigaset habían vuelto a casa con la moral por los suelos.
—Y no pasa nada. ¡Pero nada de nada! Vamos a aplaudir por el nuevo ciclismo… —gritaba en nuestra habitación de Sierra Nevada.
Unos días más tarde, nos enteramos del fallecimiento de uno de los corredores de LA, Bruno Neves, por culpa de un paro cardíaco. A Enrique, todo aquello le pillaba lejos. Pero, para mí, fue un golpe muy duro, puesto que Neves era una de las personas con la que más había tratado en mi paso por Portugal y siempre me pareció un tipo extraordinario. Frente a mi cara de pocos amigos, Enrique entendió que no podía acusar a nadie y menos a Neves. Por una vez, conseguí que se mordiera la lengua.
Sin embargo, los problemas en la estructura de LA-MSS no habían hecho más que empezar. A final de mes, la policía portuguesa entró en las casas de los ciclistas lusos, así como en la sede central del equipo y en el domicilio del director. Encontraron sustancias dopantes de todos los colores y numeroso material para realizar transfusiones. Gran parte de la plantilla fue sancionada, incluido el médico español que les aconsejaba. Aquello significó un mazazo para los que soñábamos con un ciclismo limpio. En mi caso, intenté ver el lado positivo.
—Lo de LA es una buena señal. Ya no es solo la UCI la que busca a los tramposos. Si te pasas, viene la policía. Estamos en el buen camino.
Enrique, demasiado nervioso para escucharme, había tomado otra decisión habitual en esos días: no quería volver a hablar de doping. Así me lo había dicho una noche y así lo estaba cumpliendo. Afirmaba que con tanta noticia le hervía la sangre, le descentraba y, al final, no le servía de nada, ya que él no podía cambiar el mundo. Me insistió en que el dopaje no se podía volver a sacar en una conversación y que solo podíamos hablar de entrenamientos y de cómo mejorar para el Tour. Todo lo demás pasaba a estar prohibido. Aquel cambio de tercio nos vino muy bien y el ambiente empezó a mejorar.
En esas semanas de encierro en Sierra Nevada nos convertimos en enfermos que no atendíamos a nada ni a nadie. Nos levantábamos pensando en la báscula. Desayunábamos pensando en el entrenamiento. Entrenábamos pensando en el Tour. Y descansábamos pensando en el día siguiente. No hacíamos nada más. Ni siquiera nos apetecía ver una película o leer un libro. Todo esfuerzo nos parecía que podía poner en riesgo la disputa de la carrera francesa. Lo sé. Es estúpido y no hay forma de encontrarle ninguna lógica. Pero así acabas razonando cuando te metes en la burbuja de la preparación del Tour. Y todo eso mientras tu cuerpo no sienta un pequeño dolor de garganta o una ligera molestia en la rodilla. En ese caso, ya no hay nervios. Simplemente, todo es histeria.
Estuve más de un mes sin ver a Clara, quien vino solo una vez a estar conmigo, pero luego se centró en la gestión de la crisis de Magic Resort, aunque oficialmente ya no trabajase para la empresa. Así que durante esas semanas de mayo y junio mis únicas compañías eran Enrique y las noticias que nos golpeaban por internet. Con él puse más atención que nunca en la comida y el descanso; y comprendí que para llegar a la elite debía empezar a pensar en los detalles que hasta ese momento había ignorado. Ese mes y medio de preparación exhaustiva tuvo su explosión final en los campeonatos de España: la prueba de la verdad. Algunos equipos deciden la alineación del Tour mucho antes de los Nacionales para dar confianza al bloque. Otros optan por dejar la decisión final hasta el último segundo intentando que nadie se relaje. En el caso de Gigaset, nuestro plan era el segundo.
José Luis Calasanz me había dicho que era fijo, pero a medida que se acercaban las fechas del Tour, notaba que me llamaba más veces y comenzaban a aparecer dudas en su cabeza, debido a que yo era el único debutante en el equipo que estaba en la lista de elegidos para la carrera más importante del año. En todas las charlas me acababa preguntando si me veía preparado para el reto. Y yo siempre intentaba parecer firme en mi respuesta. Pero sabía que, al final, las palabras solo sirven cuando vienen refrendadas con pedaladas, así que debía estar a buen nivel en Talavera de la Reina. No había vuelta de hoja.
—Veo nervioso a José Luis. Empiezo a pensar que me puedo quedar fuera del Tour —le confesé a Enrique para intentar descargar la presión que empezaba a sentir.
—¿Tú te crees que los nervios antes de un Tour de Francia solo afectan a los ciclistas? José Luis no está nervioso. ¡Está desquiciado! Igual que tú. Igual que yo. Es el Tour, amigo. Es una carrera como cualquier otra. El problema es que nadie se ha dado cuenta.