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CAPÍTULO VI

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José Luis Calasanz saludó a Clara con dos sonoros besos en las mejillas. Me impactó ese nivel de confianza entre dos personas que, en mi cabeza, apenas habían coincidido en un par de ocasiones. A mí me estrechó la mano y me obligó a quedarme clavado en la misma silla de la que me había levantado como un resorte para saludarle. Lo hizo agarrándome de la nuca con un gesto autoritario, pero también lleno de cariño. Se le veía feliz y relajado. Y esos no eran los sentimientos que yo albergaba. Lo mío era pura confusión.

—¿Cómo estáis? Yo vivo en Zaragoza y vosotros en Castellón, pero nos tenemos que ver en Panamá, ¿eh?

No supe responder. Una vez más, me había quedado sin palabras. Clara y José Luis lo habían organizado todo a mis espaldas. Ahora empezaba a entender por qué mi jefe se había mostrado tan sensible a la petición de retirarme de las competiciones durante un período amplio en mitad de la temporada. Él también tenía sus propias necesidades: quería ocultar dinero al fisco y necesitaba los contactos de Clara en Panamá. Efectivamente, todos ganaban. Pero no tenía claro qué ganaba yo, si era sincero. Mi temporada no había empezado mal, pero tampoco podía estar eufórico. Ahora estaba perdiendo días preciosos en mi preparación mientras asistía a reuniones con banqueros engominados y mientras cruzábamos medio planeta en aviones de ida y vuelta. En pocas palabras, estaba llevando el tipo de vida con la que jamás debe identificarse un ciclista profesional.

—Pues muy bien. Deseando volver a correr —contesté con poco convencimiento a la pregunta retórica de José Luis.

—Sí, seguro que sí. Los ciclistas sin entrenar y sin correr sois como leones enjaulados, ¿no?

—Algo de eso hay —respondí sin perder la cara de sorpresa.

—Pues me gusta esto, la verdad. No para toda mi vida. Pero Panamá ha resultado un sitio… peculiar. No me lo esperaba tan moderno. Os reconozco mis prejuicios. He estado en algunos países de Hispanoamérica, pero, al final, voy a creerme que Panamá es la Suiza de América, como siempre me dices —comentó mientras pasaba su mano por el gaznate y miraba a Clara.

Ella captó el detalle e inmediatamente levantó su brazo para que un camarero acudiese hasta nuestra mesa. Clara se encargó de todo: pidió la comida y las bebidas y manejó la reunión con su habitual autoridad en este tipo de eventos. José Luis estaba eufórico. Se notaba a la legua que su reunión con los banqueros de Panamá le había ido muy bien y había conseguido quitarse un peso de encima. Pero era también evidente que no quería hablar de ello… delante de mí. Debía intuir que yo no era ajeno al motivo por el que todos habíamos acabado en Panamá. En el fondo, éramos como maridos que se encuentran en un prostíbulo y que se ponen a hablar del fútbol con campechanía, pero sin mencionar a sus respectivas mujeres. ¡Terreno vetado! Eso fuimos durante aquel almuerzo: amigos sin confianza plena y que necesitan de conversaciones sencillas. Solo cuando llegamos a los postres, José Luis descorchó una botella de champán, llenó las tres copas y comenzó a hablar de ciclismo, algo que, sorprendentemente, tampoco había surgido durante toda la comida.

—Este es el último capricho que te consiento —me dijo—. A partir de ahora, quiero que centres tu cabecita en un único objetivo: el Tour.

—¿El Tour? —preguntamos Clara y yo al unísono.

—Sí. Tengo una ley no escrita: nadie corre el Tour en su primer año en el equipo. Prefiero rodarlos en el Giro o la Vuelta e ir conociéndoles. Pero en tu caso, me fío. Sé que no me vas a defraudar. Quiero que vayas para ayudar a Enrique Jiménez. Ese va a ser tu objetivo: ser el último hombre del líder en la montaña. También nos servirá para ver tus límites.

—En el Tour, más que mis límites se me verán hasta las costuras.

—Bueno, ya sabes lo que dicen del Tour, del Giro y de la Vuelta.

—No, ni idea…

—Pues que el ciclista que demuestra que vale en el Tour también vale para Giro y Vuelta.

—Ya, pero tenemos mucho tiempo para el Tour.

—No, para nada. Teníamos mucho tiempo. Llevas casi dos semanas perdidas con tanto viaje y tanto estrés. Pensando en el Tour, no sirve que llegues bien. Solo sirve que llegues al máximo. Olvídate de lo demás. No quiero que ahora te pongas a entrenar como un loco. Necesito que empieces a entrenar bien, desde cero. Harás Romandía para coger un ritmo tras tanto parón y luego habrá una concentración en altura. Yo no tengo claro que eso vaya a funcionar, pero Enrique está obsesionado y quiero que vayas con él. Pero no te equivoques: necesito verte bien en los campeonatos de España. Ahí debes demostrarme que convocarte para el Tour no es un error. Hasta entonces no me importa el rendimiento. Son otros los que tienen que sacar las castañas del fuego. Kenny se está entonando y empezamos a ir por el buen camino.

—José Luis, ¿y por qué confías tanto en mí?

—Lucas, este Tour será muy especial. Lo decimos todos los años, pero esta vez lo es más que nunca. El recuerdo de la Operación Puerto está encima de nosotros y hemos empezado con el pasaporte biológico. Mis patrocinadores me lo han dicho mil veces: si hay un escándalo, se cargan el equipo. El Tour también nos lo ha dicho: equipo que meta la pata, equipo que van a matar. Fíjate en Astana. Tiene a Contador, pero los han dejado fuera por lo que pasó en 2007. Y yo se lo he dicho a los corredores uno a uno. Pero hay algunos que… —explicó José Luis antes de tomarse unos segundos de reflexión— no están dispuestos a escuchar.

—Joder —acerté a decir.

—Sí, jodernos es lo que van a hacer si siguen por ese camino. Lo siento, pero no puedo aceptar la situación —la expresión en la cara de José Luis se había endurecido de repente—. Mi deber es pensar en el grupo y no en los intereses egoístas de un individuo. Así que necesito ir a Francia con tranquilidad. Eso es lo que tú me garantizas. Pero otros son duros de oídos. Y Francia no es el sitio para aprender lecciones. Ya viví registros en la época del caso Festina y solo de pensarlo se me pone la piel de gallina. La gendarmería te mete en la cárcel en menos de un segundo y luego ya si eso, te buscas un abogado y tratas de salir. Estoy mayor para esas mierdas. Así que el debate está cerrado: prepárate a conciencia y te garantizo una plaza en el Tour. Pero debes tener claro que vamos a ir limpios. Sí o sí. No hay alternativa. ¿Vale?

—Estamos de acuerdo. Totalmente de acuerdo, jefe.

Clara y yo volamos hacia España esa misma noche. Ella se había quitado un peso de encima al poner orden en los negocios familiares. Yo, en cambio, vivía en medio de unas circunstancias muy diferentes. Desde mi charla con José Luis Calasanz, sentía una presión golpeando mi cabeza, una presión de cuatro letras, las cuatro letras más maravillosas que un ciclista podía escuchar. Y no, no eran amor. Eran T-O-U-R. Y, de nuevo, una sensación ya olvidada comenzaba a rondar mi cabeza: ¿se podía ir a pan y agua a un Tour? José Luis lo tenía tan claro que sentía que no podía defraudarle. Todos debíamos entender nuestros límites y asumirlos con deportividad. En Gigaset así era. Pero, ¿pensarían igual los demás rivales?

Pedaleando en el purgatorio

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