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CAPÍTULO I

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Nadie desea conocer la verdad. Nos pasamos la vida entera diciendo lo contrario. Pero es mentira, valga la paradoja. Como en tantas otras cosas, expresamos lo que menos daño nos supone desde un punto de vista emocional. En otras palabras, los humanos estamos creados para evitar el dolor. Por eso decimos amar la verdad… y por eso vivimos en la mentira, siempre más cómoda. Eso sí, analizamos bien los errores del prójimo y somos capaces de detectar a la primera cualquier mentira en la que los otros se hayan instalado y cuya red no sean capaces de romper. Yo no era ninguna excepción. No encontraba soluciones para mi pesadilla con el dopaje hasta que Clara me señaló el camino. Pero, al mismo tiempo, tenía identificados los problemas y las soluciones del imperio de la familia Pellicer: Magic Resort.

Las palabras de Clara supusieron un mazazo para mi conciencia. Llevaba tantos años con ese mismo martirio que, de repente, llegué a la conclusión de que había llegado la hora de olvidarme del dopaje y de la gloria como una opción para la vida. Clara tenía razón y yo debía seguir su punto de vista: disfrutar del día a día. En cambio, la sensación de agobio que durante semanas me había engullido, era la misma que veía todos los domingos en el rostro de Clara y, sobre todo, de su padre, Miguel Pellicer. Ellos me habían escuchado, pero mi mensaje no calaba… del todo. Ambos empezaban la comida familiar del fin de semana intentando hablar de otros temas superfluos, pero terminaban debatiendo sobre una palabra que aún no se había hecho socialmente tan famosa como lo acabaría siendo: la burbuja.

Por mi parte, llevaba meses hablándoles de las preocupantes noticias que llegaban desde Estados Unidos. Yo no solo era un casi licenciado en Ciencias Empresariales, también era un fanático seguidor de la escuela austríaca del ciclo. Por eso mismo entendía que estábamos a las puertas de una crisis mundial por exceso de deuda, pero en un país que en la primavera de 2007 había marcado el mínimo de paro jamás registrado (7,95% y 1 760 000 parados), mis ideas sonaban absurdas. En el fondo, volvemos a la teoría de que nos gusta vivir en la mentira. Durante esos meses de final del ciclo más dulce de la economía me sentía como el músico de Asterix y Obelix: tocaba el arpa para que mis acordes sonaran en el centro del pueblo, pero veía cómo era despreciado y, a la menor posibilidad, amordazado para que mi música no rompiera la armonía y felicidad. La falsa felicidad. Sin embargo, la crisis de las hipotecas subprime de Estados Unidos provocó una primera grieta en los oídos sordos de los constructores nacionales y Miguel se empezó a interesar por mi visión económica.

Las alarmas locales saltaron poco después. Astroc cayó un 60% en bolsa. Era una de las grandes empresas del sector de la construcción en España. Pero Miguel decía que su problema era que la gestión estaba en manos de un advenedizo, de un Mario Conde de los ladrillos, de un tipo surgido al calor del pelotazo… Esa fue su reacción inicial: ¡negar la realidad! Unos meses después, la guillotina de la crisis caía más cerca y se llevaba por delante a Gramán y Llanera, dos constructoras valencianas que habían querido consolidarse como colosos cuando sus pies eran de barro. De repente, bajaba la marea y las constructoras mostraban al mundo que habían nadado desnudas. En los primeros días del mes de enero de 2008, Miguel rompió con la red de mentiras en la que se había instalado y se sinceró conmigo:

—La cosa se está poniendo muy negra, de verdad. Cada día estoy más preocupado y me acuerdo más de tus palabras sobre la deuda de las empresas. En el caso de nuestro holding empresarial, cada compañía es independiente y eso nos permite poner cortafuegos ante una crisis. De momento, hay una empresa que ha comprado los últimos solares y que creo que vamos a tener que matar. No tenemos liquidez ni forma de conseguirla para empezar con el proceso: pagar a los arquitectos, pagar a la constructora… No tiene sentido comenzar con esa empresa desde cero cuando tenemos muchos apartamentos casi acabados y que no se venden ni a tiros.

La seriedad del tono de Miguel hizo que no me plantease repreguntar. Sabía que el hombre me lo acabaría contando todo y mi única función en ese instante era permanecer callado y dejar que fuera desgranando sus ideas a la velocidad que él considerase oportuna.

—Nunca había visto nada igual. No se vende ni un piso. Pero es que ni uno. Y los bancos nos llaman cada día para pedirnos más avales. No nos permiten saltarnos ni un día en los pagos y nos ponen mil problemas para renovar las líneas de crédito que siempre hemos tenido a nuestra disposición. Esto va a acabar mal. Me lo habías dicho, pero jamás lo habría imaginado.

—No es el momento de los reproches, Miguel.

—Bueno, te lo agradezco. Eres de la familia y quiero que sepas lo que estoy haciendo porque antes o después te afectará. Clara me ha vendido las acciones de Magic Resort. He sido generoso con el pago. En realidad, he pagado lo que no valen. Pero los dos estamos de acuerdo. Ella se ha llevado el dinero lejos de aquí. Y en los próximos días abandonará sus cargos directivos en Magic Resort. Diremos que quiere iniciar una nueva vida profesional y creará una pequeña empresa de marketing. Queremos que desaparezca de los focos y que lleve una vida discreta. Los abogados son tajantes en eso. No sé cuánto tiempo aguantaremos antes de que Magic Resort explote…

—¿Hablamos de semanas, meses, años? —pregunté más que nada para frenar el aluvión de información que estaba recibiendo.

—No, no serán años. Al ritmo que vamos, esto explotará antes. Tal vez si consigo cerrar la refinanciación de la deuda con el Banco de Castellón, pueda alargarlo e incluso salvar todo el imperio. No lo sé, si te soy sincero. Todo dependerá del nivel de la crisis en el que nos estamos metiendo. Estoy usando todos mis contactos. Y presionando como nunca al presidente del banco, Juan Ignacio Gual. Si el Banco de Castellón traga, podemos respirar durante una buena temporada. Pero no soy muy optimista. A estas alturas comprenderás que no estoy jugando limpio, pero ni siquiera así soy capaz de pasar los filtros de la comisión de riesgos. Hay un hijo de puta que han traído desde Madrid y que no pone su firma. Dice que él no depende de criterios políticos porque solo rinde cuentas ante el Banco de España. La última esperanza es que el presidente se pase por el forro al niñato y firme incluso contra el criterio técnico. Mañana tendré la respuesta definitiva.

Clara había permanecido en silencio durante toda la noche. En ese momento, cogió de la mano a su padre y le dirigió unas palabras:

—Seguro que firma. Si alguien puede levantar un imperio como Magic Resort, seguro que puede encontrar una solución a esta crisis.

—¿Habéis pensado en vías alternativas al negocio promotor y constructor? —pregunté recordando el consejo que Clara me había dado para superar mis miedos frente al dopaje.

—Sí, estamos trabajando en sacar al mercado más apartamentos en alquiler. Tenemos muchos apartamentos vacíos y los estamos reenfocando. Pero, sobre todo, he frenado cualquier construcción, incluso pararemos los apartamentos que están casi acabados. Llevo semanas sin dormir bien y no es por la edad. Me duele el estómago y cada vez con más intensidad, igual que las migrañas. La tensión arterial la tengo disparada y una mañana perdí parte de la visión de un ojo durante una hora.

Las palabras de Miguel sonaban preocupantes. En el fondo, me enfrentaba a un hombre que había arrojado la toalla. Tal vez fuera solo una mala noche, pero aquella velada vi por primera vez al patriarca como un señor mayor, casi un anciano. Jamás lo había visto desde ese ángulo.

Al día siguiente y cuando subía por tercera vez el Desierto de las Palmas, una llamada de teléfono interrumpió mis pedaladas. No quise hacer caso al teléfono. Debía acabar la serie en la que estaba metido. Y así lo hice. Pero el teléfono no dejaba de sonar. Al final, busqué el móvil en el bolsillo y contesté. Era Clara.

—Lo hemos conseguido. Tenemos el dinero —gritó.

—¿A qué te refieres? —respondí mientras intentaba ordenar mis ideas.

—El Banco de Castellón ha firmado la refinanciación de la deuda. Ha salido por cinco votos contra cinco, pero se ha ganado gracias al voto de calidad del presidente. ¡Vamos a salvar Magic Resort!

Clara estaba eufórica. Me limité a felicitarla de la forma más efusiva posible mientras intentaba recuperar la respiración. Colgué. Tenía por delante dos horas más de entrenamiento en solitario y de pensamientos obsesivos. Llevaba meses diciéndole a la familia Pellicer que estábamos a las puertas de una crisis financiera enorme y que era cuestión de meses que se convirtiera en la crisis económica más grande desde 1929. Había sacado mis pocos ahorros de la bolsa y los tenía en el banco esperando acontecimientos. E incluso la decisión de comprar un pequeño adosado para vivir con Clara me parecía temeraria, aunque sabía que lo podíamos afrontar sin problemas.

Clara me decía que era un cenizo, ya que ella tenía dinero para pagar la casa y todas las de la calle. En la familia Pellicer el concepto del miedo no era conocido. Tampoco el de la prudencia. En el fondo, Clara sabía aconsejarme sobre el dopaje. Pero no entendía sus riesgos: la compra y venta de acciones de Magic Resort, la presión a los consejeros del Banco de Castellón para garantizarse la refinanciación de la deuda del holding… eran maniobras que podían hacer descarrilar el tren.

Cuando llegué a casa, me esperaba mi padre. Estaba con su coche en la puerta del garaje. Me hizo un gesto con la cabeza. Era su particular forma de saludarme.

—Tu suegro lo ha conseguido. Hoy no se habla de otra cosa.

—Sí, eso parece.

—No te veo contento —replicó mi padre.

—No, la verdad es que no. A ver, no soy tonto. Entiendo que en el corto plazo se ha salvado una situación dramática para la empresa. Pero el análisis fundamental del negocio es el mismo.

—O sea, que lo ves jodido.

—Refinanciar la deuda no arregla el problema. Solo significa darle una patada hacia delante pensando que lo que no puedes pagar hoy, lo podrás pagar mañana. Pero miro a mi alrededor y veo muchos negocios cerrando. Estamos en una fase negra y no veo a la gente comprando apartamentos en la playa ni hoy, ni mañana, ni pasado.

—Vale, entonces no ves la forma en que la familia Pellicer pueda pagar esa montaña de deuda, la verdad.

—No la veo.

Mi padre se tomó unos segundos antes de retomar la charla. Ese gesto era habitual en él. Le gustaba más pensar que hablar.

—Dicen que los padres tenemos que proteger a los hijos, incluso de la verdad. Tú y yo nunca hemos sido así. Nos hemos dicho lo que pensábamos sin rodeos ni mentiras. Por eso sé que somos unos tipos muy raros. Eso sí, jamás le contaré esta conversación a tu madre. Ella sufre demasiado.

—Harás bien, papá.

—A veces pienso que somos demasiado realistas, hijo.

Pedaleando en el purgatorio

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