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IV. Consideraciones abiertas, a la manera de conclusión

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Tras lo anteriormente expuesto puede concluirse que, en el análisis e interpretación del medio ambiente y la sostenibilidad ambiental, desde el ámbito de la ordenación del territorio, el paisaje posee un importante valor como cimiento de la ordenación territorial, la planificación socioeconómica y el planeamiento urbanístico. Su cometido primigenio, de intercesor con el medio natural y las personas que lo habitan –en su quehacer cotidiano e histórico–, le convierte en el vínculo entre el ser humano y su medio físico. De este modo, el paisaje se conforma por la integración e interrelación entre el conjunto de factores y elementos, tanto naturales como humanos que constituyen un determinado territorio. Se ha puesto, por tanto, de manifiesto que en la ardua labor de conocer e interpretar la realidad del territorio, en relación con el desarrollo, supone aproximarnos a los nuevos paradigmas ambientales que posibiliten entender una realidad territorial sumamente compleja y, sobre todo, cambiante. De este modo, es de suma importancia valorar y, sobre todo, reorientar la vinculación entre los modelos de desarrollo y los modelos de organización territorial.

Es por esto por lo que, podemos concluir, igualmente, que en apariencia simplista, el concepto de paisaje genera una compleja realidad, síntesis y simbiosis de una amplia amalgama de componentes –relieve, clima, vegetación, población, actividades económicas, asentamientos rurales, urbanos y rururbanos–, que se relacionan entre sí, construyendo imágenes que se nos muestran como “indicadores” de una relación vinculante y vinculada entre los mismos, cuya combinación dependerá, en última instancia, de la naturaleza de los diversos paisajes geográficos. Hemos podido comprobar cómo observar el territorio es el punto de partida y de llegada, en un ámbito en el que la “percepción” fruto de la contemplación, se muestra como un elemento esencial en el proceso de abstracción de los componentes bióticos, abióticos, “comportamentales”…, en definitiva, el carácter intrínseco del territorio y del conjunto de signos que posibilitan la comunicación entre el ser humano, su entorno y el resto de seres humanos que lo habitan, definiendo los modos de producción, las relaciones, las representaciones y percepciones y cómo éstas dan lugar al Tercer Paisaje.

Es, a partir de todo ello, cuando se torna factible la búsqueda de respuestas coherentes orientadas a la planificación y ordenación sostenible de unos territorios marcados por unos modelos de organización y desarrollo territorial, en la idea según la cual, diferentes estrategias de desarrollo suponen el uso y aprovechamiento distinto del medio ambiente, lo que se traduce en la aparición de nuevos modelos de organización, fiel reflejo de la proyección en dicho espacio de las políticas económicas, sociales, culturales, medioambientales…, cuyos resultados hemos podido tratarlos en el estudio de los espacios residuales de Aranjuez. De hecho, en nuestra investigación se pone de manifiesto que el modelo de desarrollo determina, o, cuanto menos, guía, al modelo del territorio; muestra de ello lo encontramos en la propia configuración de los espacios en reconversión, como los de Aranjuez, y el uso que de ellos se hace, convirtiéndose en fiel reflejo de la sociedad –y de los conflictos que ésta presenta–, donde cualquier evolución o impacto es muestra de las variaciones o alteraciones en la escala de valores sociales –abarcando desde lo colectivo a lo individual–. Desde esta perspectiva, al configurar la base procedimental del tratamiento del Tercer Paisaje, en su estudio a través de la metodología anterior, hemos llegado hasta los valores intrínsecos de dichos espacios, concretando su capacidad paisajística, de uso real, actual, potencial, así como la carencia de las mismas, cuando se da.

Planificación regional: paisaje y patrimonio

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