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Capítulo III
Una terapia del alma ¿Qué es la Terapia de Vidas Pasadas?

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Si intentara una definición académica, podría decir que la TVP es una técnica psicoterapéutica transpersonal, entendiendo por este término todas las experiencias de la persona que trascienden el sí mismo para integrarse con la conciencia cósmica, el éxtasis y los estados místicos. Experiencias transpersonales son aquéllas que vivieron los profetas, los apóstoles y los Maestros de Luz como Buda, Moisés, Jesús o Mahoma. La vida de Juana de Arco es una experiencia transpersonal toda ella, al igual que los actos de los chamanes.

Íntimamente, prefiero una definición más simple para la TVP: es una terapia del alma, porque los dolores están en el alma, y es el alma lo que hay que sanar. Es la curación por el espíritu.

Los griegos denominaron psiqué al alma, de donde deriva la palabra psiquis, y de allí psicología. Por consiguiente, cuando hablamos del estudio de la psiquis, estamos hablando del estudio del alma y de sus manifestaciones.

Si examináramos por un instante nuestra vida presente, seguramente encontraríamos infinidad de experiencias que nos marcaron profundamente. Una paliza en la infancia, la muerte temprana de un ser querido, quizás la separación de nuestros padres o el alejamiento de uno de ellos, alguna experiencia difícil en la escuela, un amor frustrado o una traición amorosa, la persecución política, el exilio, un accidente grave, quizás una iniciación sexual traumática o, peor, una violación en la infancia y cientos de otros episodios mareantes o dolorosos. Una sola de estas experiencias es suficiente para condicionar la conducta de una persona para toda su vida. Tan solo un incidente de éstos puede convertirse en un trauma.

¿Y qué es un trauma? Simplemente, es el recuerdo de un hecho asociado a una carga emocional. Con el tiempo, el recuerdo desaparece, es olvidado, pero la carga emocional permanece intacta en nuestro subconsciente, y desde allí determina nuestra conducta, nuestra forma de vida y nuestra respuesta frente a situaciones similares. Todo esto puede suceder con apenas un solo incidente de nuestra vida actual.

Ahora bien: sucede que, a lo largo de miles de existencias, hemos atravesado por incontables situaciones mareantes. En cada acontecimiento quedan grabados en nuestra memoria espiritual cada gesto, cada palabra, cada emoción, pensamiento o sensación. No se trata de nuestra memoria física o genética; los investigadores de hoy la llaman memoria extracerebral. Dos mil años atrás, Plutarco decía que la memoria era una facultad del alma.

En cada nueva existencia, el alma va adquiriendo conocimientos, desarrollando aptitudes, aprendiendo lecciones que en la vida siguiente se convertirán en peldaños para seguir creciendo. Pero, al mismo tiempo, en ese aprendizaje se generan emociones, sensaciones y pensamientos que también quedan grabados profundamente. Un deseo insatisfecho buscará satisfacerse en la vida siguiente. Una experiencia placentera intentará repetirse. Una conducta repetida se convertirá en una tendencia. Una culpa que no se resolvió buscará calmarse mediante el autocastigo. Un dolor no resuelto seguirá arrastrando su pena hasta sanar la herida que quedó abierta. Una experiencia traumática se convertirá en advertencia y su manifestación en la vida cotidiana será un bloqueo, un miedo o la incapacidad para hacer determinadas cosas.

Todavía hoy, nuestro mundo es escenario de la violencia en todas sus formas. Piénsese en el pasado, donde pudimos haber experimentado centenares de muertes violentas; desde el cráneo destruido por la maza de un guerrero primitivo, hasta quemado por la Inquisición, guillotinado durante la Revolución Francesa, enterrado vivo en una mina, ahogado en un naufragio o asfixiado en una cámara de gas. Una sola de estas experiencias es suficiente para generar una fobia, un dolor de cabeza crónico, el temor de hablar en público, de expresar una creencia religiosa o una conducta temerosa y defensiva o, por el contrario, una respuesta agresiva y violenta ante la menor oposición.

Pero, además, estas situaciones se repiten a lo largo de varias vidas, y en cada una de ellas se refuerzan aún más. No siempre fue la muerte el hecho traumático. Al igual que en nuestra vida presente, ocurrieron miles de incidentes que grabaron a fuego nuestro espíritu. La esclavitud, la tortura, la impotencia frente a una catástrofe, la traición, la mentira, la infidelidad, el abuso de poder, el rechazo y cientos de situaciones donde el dolor psíquico fue mucho más intenso que el físico. Así, el conjunto de emociones no resueltas se proyecta desde la memoria subconsciente, como una sombra sobre cada acto de nuestra vida.

Los antiguos sabios hindúes identificaron estas fuerzas del subconsciente con el nombre de samskáras y vāsanās, impresiones pasadas y tendencias latentes, respectivamente. Estas impresiones y tendencias son residuos de las experiencias del pasado que quedaron grabados en la memoria del alma, y desde allí condicionan la vida de la mayoría de nosotros. Allí se originan nuestros temores. nuestras creencias, nuestras pautas de conducta, nuestra elección de vida, como así también la aversión o atracción a determinadas personas o lugares. Frente a cada situación de la vida cotidiana que nos conmueve, respondemos sin saberlo de acuerdo con estas fuerzas del subconsciente. Cuando Luisa reacciona en el episodio del auto, se debe a que en otro nivel de su conciencia se reactivaron los samskáras o impresiones residuales de su antigua experiencia con los soldados. Antigua para la conciencia cotidiana, pero no para el alma o para la conciencia transpersonal, cósmica y eterna, para la cual el tiempo no existe.

Cuanto más extemporánea, cuanto más insólita y fuera de lugar es una reacción, más probabilidades tiene de tratarse de una emoción originada en un evento de otra vida. La situación de hoy sólo actúa como gatillo, reactivando la memoria emocional del pasado.

Decíamos que para el alma el tiempo no existe. Todo está ahí, al mismo tiempo. Así como podemos recordar episodios de nuestra vida presente instantáneamente, sin necesidad de una secuencia cronológica, de la misma forma están registradas todas las vidas y las experiencias vivenciadas. En realidad, estamos viviendo muchas vidas al mismo tiempo. Mientras vivimos el presente, frente a cada situación, ante cada emoción, nuestra alma está reviviendo, al unísono, el hecho o los hechos donde experimentó por primera o por última vez esa emoción. Reaccionamos en el presente, no de acuerdo con lo que está sucediendo, sino a lo que nuestra alma está reviviendo. Si no podemos vivenciar el aquí y el ahora, si no podemos ser lo que somos, se debe a que el pasado está invadiendo el presente con su carga de fuerzas subconscientes, impidiéndonos ver la situación actual tal como es. Estamos viendo el presente teñido con los colores de los samskáras.

Por medio de la TVP podemos ir al origen de estas impresiones, a la raíz de nuestros dolores. Podemos ir al lugar y el momento preciso donde se generaron estas fuerzas emocionales profundas. Podemos encontrarlas, identificarlas y liberar ahora, en este preciso instante, esa energía atrapada, latente, que está condicionando nuestra vida.

Pero no es suficiente con recordar. Es necesario vivenciar, sentir en el cuerpo el hecho que originó esa emoción. Por eso, la TVP es fundamentalmente vivencial e implica poner el cuerpo y sentir vivamente esas emociones que están latiendo en el alma.

Y no se requiere viajar a ningún lado. Simplemente se trata de traer a la conciencia habitual ese instante, esa emoción que nuestra alma revive continuamente sin que nosotros lo sepamos. Al revivir la situación original permitimos que esa emoción encuentre salida a través de nuestro cuerpo, experimentando, no sólo las emociones, sino también las sensaciones físicas de esos momentos. El cuerpo, la sensación consciente, actúa como drenaje del alma, limpiando, purificando, liberando por fin esas energías enquistadas. Y entonces se produce el alivio. Súbitamente la comprensión surge en la mente. Ahora entiendo por qué. Y al otro día, o a la semana siguiente, la misma situación ante la cual sentía miedo o angustia, ahora la puedo ver con otros ojos, la puedo ver tal cual es. Sin proponérmelo, respondo en forma diferente. Tal vez ni siquiera me dé cuenta de que pasó algo, porque esa emoción que estaba reprimida, ya no está. No hay nada que elaborar. Sencillamente, actúo en forma libre y espontánea.

Los dolores, las emociones, los samskáras, no están en el cerebro físico. Están en la memoria extracerebral, en el alma, en el espíritu, el cuerpo suprafísico o el cuerpo astral, como se prefiera.

Por eso, la Terapia de Vidas Pasadas es una terapia del alma.

Nota: Los conceptos generales de este capítulo fueron publicados anteriormente en la revista Orientación Vital, No. 41, junio de 1994. (N. del A.)

Terapia de vidas pasadas

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