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Capítulo VI
Del sueño magnético al estado expandido de conciencia

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Durante el verano de 1774 —relata Stefan Zweig—1 un extranjero de paso por Viena, solicita al P. Hell, jesuita y astrónomo, que le confeccione un imán para calmar un súbito calambre de estómago de su esposa. El padre se limita a confeccionar el objeto en la forma solicitada, pero no deja de comunicar a su amigo, el sabio doctor Franz Mesmer (1733-1815) 1a curiosa ocurrencia. Mesmer no era ningún trasnochado ni embaucador, como todavía creen muchos Doctor en filosofía, médico y abogado, en el teatro de jardín de su residencia se estrenó la ópera Bastien y Bastienne, de Mozart. Eximio ejecutante de la armónica de cristal, Mozart no sólo compondrá un quinteto para su instrumento, sino que además le dedicará unos versos en Cosí fan tutte.

Admirado de la inmediata mejoría provocada en la enferma por la aplicación del imán, Mesmer comienza sus experimentos. Al principio, cree que el secreto de la cura está en las propiedades del imán, por eso llama magnetismo a su tratamiento. Así, llega a construir la célebre “cuba de la salud”. Era un gran recipiente de madera, en el cual dos hileras de botellas de agua magnetizada corrían convergentes a una barra de acero provista de puntas conductoras movibles, de las que el paciente podía aplicarse algunas en la región dolorida. Alrededor de esta batería magnética se situaban los enfermos, en contacto unos con otros por las puntas de los dedos. Mesmer sostenía en su mano una varita de hierro, en cuya punta concentraba el fluido magnético, intensificando así sus efectos. En poco tiempo logra curas espectaculares, cosechando fervientes seguidores y acérrimos enemigos entre sus colegas. Cinco veces intenta obtener en distintas facultades un examen atento de su sistema, solicitud que le fue siempre denegada. Emigra de Viena a París, donde su tratamiento causa furor, sobre todo entre la nobleza. Pronto Mesmer se da cuenta de que no es el imán lo que produce la cura, sino que son sus propias manos. Pero ya el término magnetismo está acuñado y no se puede volver atrás. Por ese motivo llama a este fenómeno magnetismo animal. No puede vedo, pero sabe que de sus manos se desprende algo que opera sobre los enfermos.

Mesmer ha provocado tal alboroto con sus curaciones que muy pronto su éxito se vuelve en su contra. Por todos lados surgen profanos que se ocupan del nuevo juego de sociedad, magnetizando animales, grutas, y se producen peleas entre partidarios y detractores. El problema de Mesmer es que hasta Lafayette y la misma reina María Antonieta son sus fervientes admiradores. A Luis XVI esto no le gustaba nada. Ordena a la corporación de médicos y a la Academia de Ciencias que abra una investigación oficial sobre el magnetismo. En la comisión investigadora se encuentran, entre otros, el doctor Guillotin, que unos años más tarde inventará la cura definitiva para todas las enfermedades: la guillotina. Lo acompañan Bailly, astrónomo, el químico Lavoisier y el botánico Jussieu. No saben que más adelante, Bailly, Lavoisier y el propio Guillotin perderán su cabeza con el remedio inventado por este último.

La comisión se toma su tiempo. Asiste a las sesiones de Mesmer con sus pacientes. Comprueban el fenómeno. Lo increíble es que el documento final en el cual proclaman la nulidad del magnetismo, comienza reconociendo los innegables efectos de la terapéutica magnética, y certifican la presencia de algo inexplicable, desconocido, a pesar de toda su ciencia. El mismo Bailly, pese a su profundo desdén por Mesmer, escribe:

Todos los enfermos están ciegamente sometidos al que los magnetiza; aun cuando se hallen sumidos en el más intenso sopor, basta la voz, la mirada o el gesto del magnetizador para sacarlos de él instantáneamente.2

En su informe, la comisión observa que “... a la vista de estos efectos constantes no es posible negar la existencia de una fuerza que actúa sobre el hombre y lo domina y que está latente en el magnetizador”. Allí está el quid de la cuestión. La presencia de esa fuerza. ¿Magnetismo? ¿Fluido? ¿Energía vital o fuerza psíquica? Cualquier nombre que se le dé es lo mismo.

El informe público se dio a conocer el 11 de agosto de 1784. La comisión concluyó que “...no hay nada que demuestre la existencia de un fluido magnético-animal, y que en consecuencia este fluido imponderable no tiene utilidad alguna”. En privado, la comisión señaló al rey los peligros que para las buenas costumbres encerraba la práctica de Mesmer. Tendrán que pasar todavía cien años, hasta que por fin en 1882, Charcot consigue que la Academia tome nota oficialmente de la hipnosis, nombre con el que se rebautizó el magnetismo.

La paradoja fue que en ese mismo año de 1784, en que la Academia dio por terminada la cuestión, un discípulo de Mesmer, el conde de Puysègur, descubre lo que nos interesa a nosotros: el sonambulismo o sueño magnético. Y con él nace la hipnosis y la psicología moderna.

Un día, un joven pastor llamado Víctor, en lugar de responder a la magnetización con la crisis característica, con espasmos y convulsiones, se queda dormido. Puysègur, asustado, lo llama, lo sacude, pero Víctor duerme profundamente. De pronto, al ordenarle que se levante, el muchacho se incorpora y, a pesar de tener sus párpados cerrados, se comporta como una persona que estuviese despierta, aunque sin cesar en su sueño. Se halla en estado de sonambulismo en pleno día. Puysègur, estupefacto, lo interroga y para su asombro, Víctor responde, en medio de su sopor, con absoluta claridad a sus preguntas, utilizando un lenguaje más pulcro que lo habitual. Sin saberlo, Puysègur ha redescubierto el sonambulismo o sueño magnético, que fue enseñado y practicado en los santuarios antiguos con fines terapéuticos y proféticos.

Puysègur da un paso más y da órdenes posthipnóticas, es decir, ordena a la persona sumida en letargo que, al despertar, ejecute con toda puntualidad aquello que le ha sido indicado durante el sueño. Puysègur publica sus hallazgos y el fenómeno de la hipnosis queda establecido por primera vez en el mundo moderno.

Las consecuencias de este descubrimiento las sufre Mesmer. Es que, junto con los científicos y los investigadores que ven abiertas las puertas al dominio de la mente y del alma, se cuelan los curiosos y los charlatanes. No pasa mucho tiempo sin que florezca una nueva carrera: el sonambulismo profesional. Del magnetismo, todos pasan a hablar del mesmerismo. Mesmer es acusado de charlatán y debe huir una vez más. En Austria, una intriga política lo obliga a refugiarse en Suiza. Allí permanecerá hasta su muerte. En 1812, la Academia de Berlín, que en 1775 había rechazado su solicitud, se dispone a estudiar el magnetismo. Se lo invita a honrar a la Academia con su presencia. El mismo rey lo espera. Pero Mesmer declina, aduciendo que ya es demasiado viejo.

Las investigaciones continuaron entre los sucesores de Mesmer. En 1818, Wienholt, un magnetizador alemán, observa que su sonámbulo se dormía más rápidamente cuando vestía él una levita especial, provista de brillantes botones de vidrio. La idea de que la sugestión es uno de los principales factores en la producción del sueño provocado comienza a rondar las mentes de los investigadores. Y este proceso de dominio de la voluntad es demostrado por James Braid, un médico de Manchester, quien estudió el fenómeno en 1841, presenciando las sesiones del magnetizador suizo Charles Lafontaine. Braid es el primero que utiliza la técnica de cansar la mirada del sujeto, valiéndose de brillantes bolitas de cristal y, a continuación, procede a los pases magnéticos. En 1843 publica su Neurohipnología, donde rebautiza el magnetismo, palabra que sonaba mal a los sabios, con el nombre de hipnotismo, derivado del griego hypnos, que significa “sueño”. De modo que la hipnosis tradicional no es otra cosa que el sueño magnético con el nombre cambiado.

Finalmente, a instancias de Charcot, en la sesión del 13 de febrero de 1882, la Academia de París reconoció que el hipnotismo, que antes se llamaba magnetismo, era un elemento terapéutico científico. A partir de allí, la hipnosis fue evolucionando lentamente a partir de la teoría de la sugestión, hasta llegar a nuestros días con la técnica de Milton Erickson, la sofrología de Raymond Abrezol y la programación neurolingüística.

La hipnosis de hoy no tiene nada que ver con la de Puysègur y Braid. Ni siquiera con la de Charcot. Pero todavía, la mayoría de las personas asocian hipnosis con pérdida del conocimiento y, por todo lo que hemos visto, tienen razón, por cuanto hipnosis sigue queriendo decir sueño. Hay una gran confusión, porque muchos profesional es que dicen utilizar hipnosis, en realidad lo que están haciendo es una relajación asociada a técnicas de sugestión, tal como la practico yo mismo cuando el paciente lo requiere.

La hipnosis evolucionó, es cierto, pero en el camino se perdió algo muy importante. Aquello de lo que se sirvió Rochas en sus experiencias: el sueño magnético.

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