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La utilidad, lo que Dios crio y lo que fabricaron los hombres

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La segunda idea política del programa feijoniano es el utilitarismo como norma y finalidad del Estado. Estaba presente en las Cortes de toda Europa, pero Feijoo la tomó de su amigo el padre Sarmiento, a cuya tertulia acudió un joven Campomanes que siempre mantuvo con él una amigable relación. Sarmiento también era aficionado a la historia —como Campomanes que llegaría a ser director de la Real Academia de la Historia— y escribió algunos textos muy críticos contra la parálisis económica de España. También se nota en Feijoo la influencia de los escritores económicos, como Jerónimo de Ustáriz o Francisco Javier de Goyeneche, cuyos libros elogió.

Enunciada así, la idea del utilitarismo parece descargada de peligro, pero sus consecuencias eran entonces, para muchos —entre ellos, la mayoría de los eclesiásticos—, puro materialismo, efecto perverso de la política secularizada e impía. «Los pobres siempre los tendréis con vosotros», dice el mensaje evangélico, pero había escritores que no se daban por satisfechos e indagaban en las causas de la pobreza, por otra parte, la gran justificación de la caridad, lo que hacía frivolizar a Voltaire —un escritor que Feijoo citaría como fuente—, que veía en la caridad la justificación de las riquezas del clero. Nada podía satisfacer más a Campomanes que los discursos feijonianos sobre el trabajo honrado, el fomento de la agricultura y la lucha contra la ociosidad, la discriminación entre pobres y ociosos, el empleo cabal de la limosna, la construcción de hospicios, establecimientos útiles, en fin, la estatalización de la caridad, su tránsito hacia la beneficencia ilustrada. Estos eran los temas que ocupaban al fiscal cuando escribió la Noticia, pues el mismo año publicaba el Tratado de la regalía de amortización, aunque ya se anunciaban en su primera obra, el Bosquejo de política española (1750). Por eso, escribió en la Noticia, trayendo a su lado al propio papa: «Hicieron las razones del padre Feijoo tanto efecto, que el gran papa Benedicto XIV asintió a esta reformación (moderar los días festivos) con gran utilidad del Estado; y el mismo concepto formó de los Discursos de nuestro sabio sobre la reformación de la música de los templos». En efecto, el papa citaba expresamente a Feijoo en la encíclica Annus qui, publicada en febrero de 1749.

«Esta reformación con gran utilidad del Estado» incluía también la política de hospicios y concentración de rentas de fundaciones pías. Descrita por Feijoo admirablemente provocó, sin embargo, la oposición de muchos prelados, conscientes de que era el comienzo de la intervención estatal en su monopolio, el de la caridad bien entendida, que quedaría en manos del Estado leviatán y su instrumento, la Razón. Campomanes vio con claridad el riesgo al que se enfrentaba el Estado, la maquinaria ciega descrita por Hobbes —a quien Feijoo criticó expresamente—, pero el padre solo lo pudo intuir, sin ver todavía los peligros a que se exponía al apoyar la línea más dura de la política del despotismo contra los vagos:

Averigüen quiénes son y dónde moran los mendigos válidos, o capaces de trabajar, que acuden a ella: hecho esto, lo avisen a la Justicia, la cual encarcelándolos luego al punto, en cumpliéndose un número suficiente, con público pregón hará constar a todos, que hay tantos hombres y tantas mujeres ociosas para que los que necesitasen de su servicio, o ya en el cultivo de los campos, en los oficios domésticos, acudan para que se les entreguen, con pena de doscientos azotes o de galeras a los que desertasen. También se podrían sacar de estos todos los hábiles para la guerra, remitiéndolos a temporadas a esta o aquella guarnición, como se hace con los delincuentes que envían a galeras. (TC, VI: 1).

Qué más podía querer un Campomanes que solo un par de años después iba a poner en marcha, con Aranda y Olavide, en 1766, el plan de recoger mendigos, esos «seres peligrosísimos» de los que hablaba Floridablanca todavía diez años después, que, como veremos, ya solo eran considerados un peligro para el Estado. Mano dura y cuerda tirante.

Víctimas del absolutismo

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