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14. MIGUEL, IV “Fue esta primavera cuando Miguel y yo”

Fue esta primavera cuando Miguel y yo te visitamos. Era el 15 de Mayo, pero parece que haya pasado una eternidad. Necesitaba sentirte cerca, y tal vez esperaba que algo parecido a una bendición atravesara la losa que te cubre y pudiera acabar con nuestra mala suerte. Él no es capaz de superar la enfermedad que lo persigue y yo me temo que terminará por fulminarnos a los dos.

Llegamos temprano y la sombra de la torre cubría la sepultura. Persistía, sobre la hierba, un brillo de rocío amparado en una umbría condenada a desaparecer. Más tarde, el sol rodeó el edificio y comenzó a caldear todo aquello que iluminaba. La tuya fue la última. Tuvo que dejarse ver para alcanzarte; era casi mediodía.

No tengo que decirte que tu tumba está a dos pasos del atrio. Ese día, unos voluntarios de la Parroquia, reparaban las tejas que no habían soportado el paso del tiempo; las voces y el trabajo empañaban la mañana de un sabor cotidiano que yo había olvidado hacía meses. Allí, junto a los arcos de piedra, permanecían estancados todos los años que habían pasado desde tu muerte; años viejos y pesados, como los muros de Santa María.

Siempre me asombró esa proximidad; desde el mismo momento en que salíamos de tu funeral. Unos metros más allá de la puerta, apenas esquivando la arcada, yacía el hueco que se iba a convertir, para siempre, en tu morada. A poniente del templo: dicen que esa es la parte humana. La parte opuesta representa la luz y la vida, y la llaman sagrada porque es por donde sale el sol. Por lo tanto, donde tú descansas es la parte de la muerte, el sitio adecuado para los enterramientos. Me pregunto si, en su día, funcionaban esas directrices o se obedeció a una cuestión más práctica y terrenal a la hora de situar las tumbas. Perdona: me estoy yendo por las ramas, ¿verdad?; hace tiempo que no hablamos. ¿Será la misma cuestión que obligó a eliminar el estrecho margen de tierra que quedaba, ahí mismo, entre el cementerio y la iglesia, en el momento en que se prohibieron las incineraciones y fue necesario ampliar los cementerios? Vete tú a saber. Donde estás, no hace mucho tiempo, había una valla, con sus rejas y su cancela. Y ya no existen. Y las tumbas se mantenían más alejadas…

A primera hora habíamos estado en la iglesia; la encontramos abierta y entramos. Todavía hacía frío. Miguel y yo pudimos recordar al joven músico en aquel… —de eso hace años: por lo menos tres—… en aquel deseado encuentro en que nos interpretó, de nuevo, la añorada —y desconocida, hasta entonces, para nosotros— suite de Pau Casals… De aquella visita guardamos muy buenos sentimientos. Ahora no se dejaba oír el chelo. Sería por eso que mis ojos deambulaban por los muros y las piedras labradas.

Frente al altar, quedé impresionado por la luz de las ventanas… Lógico: era el sol naciente que atacaba por el lado sagrado. Me sobrecogía el destello escandaloso de la que se abre en lo alto del crucero, situada en un punto clave. A veces hablamos del ombligo del mundo… el ombligo de la iglesia tiene que ser ese. ¿Me repito? Perdona mujer, pero a esa hora te puedo jurar que era para emocionarse… y eso tú lo sabes mejor que yo. Y no me olvido de la más baja, la del ábside, al fondo del altar. El efecto de las dos juntas era algo solemne; para no olvidar. De verdad. En esos momentos el sol debía de estar, muy quieto, encima del monte Pindo.

Me pude interrogar por el lugar donde se había situado el músico aquella primera vez. Pensé que podría ser la Capilla del Carmen pero, fácilmente, lo habría visto con solo girar la cabeza. Deduje, entonces, que el sitio correcto era el que imaginé desde un principio: el vestíbulo de la Puerta Santa. La que solo se abre, cada varios años, durante la celebración de los peregrinos… Sí, otra vez; eso tú lo sabes mejor que yo… Allí debió de colocarse el día de tu funeral.

Queríamos estar a media tarde en el faro; salimos del cementerio para cruzar la carretera y buscar bebidas en el parque situado enfrente de la iglesia…. a su lado de levante.

Cala Ombriu, 2085

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