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15. JUANITO, II “Hoy es el día que toca excursión”

Hoy es el día que toca excursión: viernes. Mi madre no tardará en subir, pero de buena gana me quedaría un rato más en la cama. Lo malo es que Carmen y Jorge, dentro de un rato, me estarán esperando en la estación con toda la cuadrilla. Me he entretenido por culpa del eclipse y he hecho un montón de fotos; él hará como que se enfada, pero sé que le va a encantar… Bueno… la excursión: iremos a Capfoguer de Mar, y allí pasaremos dos noches en la casa que el colegio tiene en propiedad.

Pero me gustaría seguir durmiendo. No me arrepiento, porque he completado un buen reportaje. Sabía que la Luna no iba a desaparecer del todo pero, a pesar de ello, he abusado, bastante, apretando el disparador. Hace dos años, en el 83, sí que ocurrió: la sombra de la tierra la cubrió por completo. Fue cuando Jorge me sacó de casa; estaba convaleciente y apenas dejaba mi habitación. Ni siquiera Carmen lo había conseguido a pesar del cariño que le tengo y los esfuerzos que hizo la pobre. Un día vino con él, me gastó varias bromas, y cuando me quise dar cuenta estaba en mitad del campo observando las estrellas y viendo cómo la Luna, poco a poco, se multiplicaba por cero.

Me hormiguea un poco el hombro derecho porque me estoy apoyando sobre él. Si me giro un poco, de espaldas a la ventana, veré como las primeras luces van inundando la habitación. Más tarde, cuando salga el sol, se iluminarán todas las fotos de la pared. Este es el mejor momento en que las puedo ver en su color natural. Son las de la, desgraciada, última excursión; las que hicimos antes de bajar a la playa. Tengo muchas más, pero permanecen en la memoria del chip y todavía no las he editado. También está la de Jorge, en el patio del colegio, el día que nos explicó que era médico y que pretendía enseñarnos un montón de cosas que nos iban a sorprender. A mí ya me había sorprendido la noche en que me sacó de mi cuarto y pude ver, gracias a su empeño, el eclipse del 29 de Julio, cuando todavía no me había recuperado y ya habían pasado semanas del accidente. Me acuerdo de esa fecha porque fue el primer día que salí de casa en mucho tiempo. Eso no se olvida.

A cada minuto cambiarán los colores de las fotografías porque, tan temprano, el sol sube muy rápido, y sus rayos se reflejan en sitios diferentes antes de chocar contra ellas. Si, entonces, entra mi madre, la pared se oscurece un momento y por eso sé que está detrás de mí. Aprovecho ese aviso para gastarle una broma y asustarla con la voz o con un movimiento rápido. Recuerdo que hace unos años se hacía la sorprendida; ahora, a veces, me tira la zapatilla antes de darme un beso.

Oigo pasos, pero son los de mi padre. Vendrá con sus recomendaciones para que no me olvide de nada y me revisará la mochila, haciéndose el despistado, como si todavía fuera un niño. Después, hará su mueca de siempre para recordarme que también tuvo catorce años y que sabe lo que pasa a esa edad y lo confundidos que podemos llegar a estar los adolescentes —dice él—. Yo, bromeando, le contesto que no, que es imposible, que él nunca ha tenido catorce años y, otras veces, le digo que todavía los tiene y los lleva puestos y que me lo imagino cabreando al abuelo. No lo hago con mala intención pero, cuando se me escapa, me sabe muy mal y entonces él disimula ese frío que le atraviesa el cuerpo, porque el recuerdo de su padre le trae a la cabeza viejas historias de las que yo me he enterado hace poco tiempo.

—Vamos Juanito….

Pero, enseguida, vuelve al ataque.

—Acabo de ver el trípode en la terraza. Me imagino que la cámara la guardaste tú —y continúa, muy gracioso él—. Un mirlo, que ha madrugado, ha dejado un recuerdo en una de las patas; no tenía otro sitio donde hacer sus cosas el pobre pajarraco.

— ¿De verdad? ¡Qué asco!

—No te preocupes hombre. Tu padre lo ha limpiado y de paso lo ha guardado en el armario.

—Gracias.

—Me imagino que no has dormido demasiado. A mí también me gustaría entender de eclipses y cosas así, además, es algo a lo que tengo aprecio desde que tú sabes.

—Hombre, la verdad es que es bonito saber de qué va el tema; entender cómo pasa esto. Yo tengo una idea gracias a Jorge, y cuando estoy a mitad de un eclipse, quiera o no quiera, me da como algo de emoción... Pero, es que, ¡es algo que podríamos hacer nosotros mismos!, exactamente igual: con dos bolitas y una vela. No hay ninguna diferencia y eso es lo que lo hace especial, algo total… por decirlo de alguna manera. Bueno, sería lo mismo, aunque lo del cielo son bolas mucho más grandes, y están colgadas allá arriba…

—¿A que ya estás más despierto? Me gusta que me hables así, pero, ahora, te estaba tirando de la lengua para que espabilaras.

—¿Pero, es verdad lo del mirlo?

—¿Sí es verdad? Tanto como…

—¡Sí! Como la caca que ha dejado.

—Y hay más novedades. ¿Sabes que en la pensión hay un huésped nuevo? Lo sé porque a la puerta hay aparcado un coche que no había visto por aquí. Pero no tengo más detalles; ya te contaré.

—¿Me ha parecido oír que estáis con no sé qué de cacas a las seis de la mañana? Eso lo hacen los bebés cuando comienzan a hablar —se nos burla mi madre.

Ella ha subido y le regaña por abrirme la mochila y le pide que hidrate la leche que ya está en el calentador. Se queda conmigo y abre la ventana para ventilar el cuarto. Sé que va a mirar las fotografías y que disimulará para que no la descubra; también sé que me diría mil veces que tenga cuidado cuando esté con mis amigos, pero no lo hará ni una vez, aunque se note —yo lo sé— como un revoltijo de gatos en la barriga. Entonces, intenta despistar y me mira de reojo.

—Tu padre dice de acompañarte a la estación… ¿quieres que vayamos?

Cala Ombriu, 2085

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