Читать книгу La sostenibilidad y el nuevo marco institucional y regulatorio de las finanzas sostenibles - José María López Jiménez - Страница 101

5. REFLEXIÓN FINAL: CON EL FUTURO MÁS PRESENTE

Оглавление

En 2015, Mark Carney desde su doble condición de gobernador del Banco de Inglaterra y presidente de la Junta de Estabilidad Financiera (FSB, por sus siglas en inglés), alzó la voz sobre la amenaza que supone el cambio climático para el buen curso de la estabilidad financiera global. El discurso emitido en el edificio Lloyd´s de Londres, acabó teniendo una gran repercusión global acercando al debate público uno de los retos más difíciles a la hora de plantear soluciones al cambio medioambiental, la denominada “tragedia del horizonte”. Así, defendía que: “El cambio climático es la tragedia del horizonte. No necesitamos un ejército de actuarios para decirnos que los impactos catastróficos del cambio climático se sentirán más allá de los horizontes tradicionales de la mayoría de los actores, imponiendo a las generaciones futuras un costo que la generación actual no tiene ningún incentivo directo para arreglar.” (Mark Carney, 2015). En este punto, en el que el cambio climático se presenta como un problema manifiesto al que parece que somos incapaces de enfrentarnos a tiempo, cabe retomar el planteamiento con el que dábamos comienzo al capítulo: ¿por qué nos resulta tan difícil como especie, altamente desarrollada tecnológicamente, abordar la emergencia climática? ¿Se da por constatado, finalmente, las sospechas de que el lobo es un lobo para el hombre?18 En caso afirmativo, ¿podemos resignarnos ante una actitud contemplativa?

Lo cierto es que cualquier respuesta en una u otra dirección podría fácilmente ser tachada de excesivamente reduccionista, debido fundamentalmente a que problemas de tanta complejidad se canalizan a través de múltiples cadenas causales atendiendo, por tanto, a razones diversas que a menudo se entrelazan. No obstante, la dificultad de un análisis integral y multidisciplinar no puede desincentivar la propuesta o toma de medidas concretas pues (y dando por cerrada una de las anteriores preguntas de manera taxativa) a la vista de las evidencias científicas que sitúan el alcance del peligro a nivel planetario, la actitud contemplativa deja de ser una opción.

Las palabras de Mark Carney se muestran especialmente esclarecedoras a la hora de identificar varios de los elementos fundamentales que constituyen buena parte de la raíz del problema (más allá de la evidente fricción ocasionada por los intereses económicos de las industrias y contrapartes afectadas). Sin ánimo de ser exhaustivos, a continuación, se analizan brevemente dos de los factores que, en mi opinión, explican buena parte de la dificultad con la que históricamente nos hemos encontrado a la hora de poner solución a la emergencia climática y que nos han situado con un escaso margen temporal de actuación para ponerle remedio. Por un lado, nuestra dificultad como especie a la hora de tomar decisiones complejas con efectos en el largo plazo, tanto de manera individual como colectivamente como sociedades, más aún cuando se presenta como fundamental la cooperación y coordinación internacional. Por otro, los incentivos perversos que se generan por el contraste del impacto a la hora de desplegar sus efectos, siendo muy dispar tanto entre los agentes económicos nacionales, como entre las distintas regiones, presentando los elementos típicos para la aparición del problema del free-rider.

Con respecto a esta primera casuística, especialmente ilustrativa se muestra la fábula19 que da lugar al llamado “síndrome de la rana hervida” para describir la situación en la que nos encontramos con respecto a la emergencia climática. Dicha fábula, plantea dos finales alternativos ante dos experimentos que tratan de introducir a una rana en una olla con el agua hirviendo. En el primero de los casos, con el agua ya en ebullición, la rana salta y escapa rápidamente. En el segundo, se introduce con el agua tibia mientras que muy gradualmente se va incrementando la temperatura, causando un fatal desenlace para el anfibio en la medida en que no es capaz de notar la diferencia hasta que ya es demasiado tarde para reaccionar. En otras palabras, como individuos corremos severamente el riesgo de no percibir los efectos del cambio climático hasta que sea demasiado tarde. Por el lado positivo, a diferencia de la fábula de la rana, cada vez son más los agentes conscientes de las primeras burbujas en ebullición, que están tomando conciencia del problema climático y de los efectos económicos de la inacción, ante una situación que no retrocede por sí misma y con perjuicios cada vez más visibles.

A riesgo de saturar el principio de autoridad, cabe sucintamente recordar que, como mencionaba Al Gore, estamos, ante todo, ante “Una Verdad Incómoda” que tendemos a ignorar. El filósofo Taleb, en su lucha por un cambio epistemológico, ya advertía que estamos naturalmente programados para hacer caso omiso de los acontecimientos que se salen de lo normal y desconocemos de antemano. Es decir, somos muchos más propensos a admitir lo conocido y considerado como normal. Esta suerte de sesgo psicológico hace que las personas, tanto individual como colectivamente, sean incapaces de ver ante la incertidumbre y del rol masivo que desempeñan con respecto a cuantos sucesos extraños han acontecido en la historia. En la misma línea se muestran el psicólogo y político Conor Seyle, director de la investigación de One Earth Future Fundation, que motiva nuestra falta de voluntad colectiva para abordar el cambio climático con la forma en que evolucionaron nuestros cerebros en los dos últimos millones de años, en sus propios términos establece que “A los humanos nos cuesta muchísimo comprender los cambios a largo plazo”. Añadiendo que “evolucionamos para concentrarnos en las amenazas inmediatas. Sobreestimamos las amenazas que son menos probables de materializarse, pero más fáciles de recordar, como el terrorismo, y subestimamos las amenazas más complejas, como el cambio climático”.

Por otra parte, dada la magnitud que supone la externalidad del coste social generado por el cambio climático, algunos economistas no han dudado de tildarlo como “la mayor externalidad de todos los tiempos” (Stern, 2007). En la medida en que los actuales modelos productivos de los países desarrollados han contribuido en mayor proporción a generar gases con efecto invernadero que han acabado perjudicando a todos los pobladores de este planeta, con especial incidencia en las regiones en desarrollo, se refleja como evidente el riesgo moral generado (moral hazard)20. A pesar de que el Acuerdo de París fortalece el marco de cooperación global con el fin de que los países en desarrollo más vulnerables puedan afrontar mejor las pérdidas y daños asociados a los impactos, lo cierto es que la falta de mecanismos de ejecución que obliguen a compeler a las partes firmantes no acaba de terminar con el problema del free-rider y el consecuente fallo de mercado generado.

No podemos descansar en la centralidad del sector financiero para acometer un reto de semejante envergadura, cuando previamente son necesarias reformas de mayor calado como la menciona tributación del carbono o la mera restricción de actividades consideradas altamente contaminantes. El Banco de Pagos Internacional, “banquero” y pilar de apoyo de los bancos centrales, ha sido uno de los últimos en poner la voz de alarma, llamando a la cooperación internacional hacia un cambio de paradigma que integre el factor sostenible en la toma de decisiones de las economías nacionales y con involucración global. Para que la inversión sostenible se convierta en una verdadera actividad generalizada hará falta toda una reconversión industrial en torno a un modelo energético más respetuoso con el medio ambiente. Más allá del estímulo y canalización por parte del sector financiero del apoyo a los sectores considerados como “verdes”; habrá que facilitar la transición para toda aquella industria “marrón”, minimizando las posibles disrupciones en el sistema financiero que se puedan generar en el transcurso.

La proclama de los bancos centrales parece legítima en la medida en que pretende tanto fortalecer sus labores de coordinación con otros agentes, como fomentar el empleo y consideración de diferentes mixes de políticas (monetarias, fiscales, prudenciales, etc.). No obstante, en opinión de este autor, los bancos centrales solamente estarían abrazando parcialmente la ruptura epistemológica que proponía Taleb, dejando de lado una de las facetas más relevantes, la el aumento del riesgo sistémico producido por la concentración del sector bancario. Así, la tesis central de dicho autor cuestiona varios de los principios básicos que hasta hace poco se han considerado como dogmas organizacionales. Por ejemplo, la idea de que la integración de los mercados los hace más sólidos y menos propensos a las crisis sistémicas sosteniendo que, más bien al contrario, se debería poner límites para evitar que el derrumbe de un too big to fail ocasione un derrumbe de carácter sistémico. Por el contrario, en el sistema bancario europeo desde la anterior crisis financiera se ha sufrido un enorme proceso de concentración y, consecuentemente, de reducción del número de entidades bancarias. Dicho proceso, en buena parte ha venido alentado por las autoridades centrales y supervisoras que siguen empujando hacia la integración financiera, bajo el mantra de la búsqueda de la eficiencia de costes y mejora de la rentabilidad en un entorno que, debido a los bajos tipos de interés de la política monetaria, se traduce en una escasa posibilidad de recorrido para la contribución al margen financiero vía generación de los ingresos.

Más explícito aún se ha revelado el desplazamiento del simbólico minutero del “Reloj del Juicio Final”, antaño popularizado en el contexto de la Guerra Fría para referirse a la proximidad de nuestra especie a la aniquilación por catástrofe planetaria, representado a través de la distancia de las agujas con respecto a medianoche. En 2020, la manilla se ha desplazado hacia los 100 segundos para la medianoche, marcando el récord de proximidad a la catástrofe desde que los científicos habían fijado para el reloj en los más de 70 años de funcionamiento del mismo. Anteriormente el punto más próximo era de dos minutos para la medianoche, durante el máximo exponente de tensión entre bloques ante las sospechas de una inminente catástrofe nuclear (The Independent, 2020).

Ilustración 8. El reloj del Juicio Final


Fuente: novela gráfica Watchmen.

La variable “tiempo” dista de ser un elemento ajeno al ámbito económico y financiero, antes bien, constituyendo una de las variables fundamentales para las múltiples disciplinas que lo rodean. Así, por ejemplo, la información estadística se ha prestado de enorme utilidad para el análisis de eventos históricos pasados. Estos han sido bien empleados por la econometría para la construcción de modelos regresivos con enorme utilidad predictiva para diversos horizontes temporales. Por otra parte, en el día a día de las finanzas se realizan descuentos de los flujos futuros para conocer con mayor precisión las valoraciones presentes de los activos y pasivos financieros. No obstante, la revolución que suponen las finanzas sostenibles tiene como fin hacer que las variables climática y social se tengan más presentes, apareciendo de manera transversal en todas las ramas y disciplinas económicas.

La buena acogida que ha tenido la denominada inversión de impacto nos lleva a pensar que el cambio de tendencia ya se está haciendo realidad, surgiendo los primeros “brotes verdes” de un nuevo tipo de inversión que busca tanto crear el rendimiento financiero como fomentar la generación de un impacto social positivo. De esta forma, se han consolidado en el sector financiero las inversiones que adoptan un criterio ético con el fin de condicionar el crecimiento económico al desarrollo más humano y equilibrado socialmente fomentando, entre otros valores, la inclusión de los aspectos climáticos y medioambientales en las inversiones a largo plazo.

Teniendo presente la seriedad de la amenaza climática y la tragedia del horizonte, estamos inevitablemente llamados a tomar partido activamente para evitar el, hasta ahora, inexorable avance del minutero hacia la medianoche del cambio climático. De lo contrario, corremos un alto riesgo de sufrir el advenimiento de una situación digna de distopía orwelliana que, por otra parte, coincidiría con el gobernador anglosajón en calificarlo de tragedia, pues rescatando la cita del célebre escritor: “Participamos en una tragedia; en una comedia sólo miramos”.

La sostenibilidad y el nuevo marco institucional y regulatorio de las finanzas sostenibles

Подняться наверх