Читать книгу La sostenibilidad y el nuevo marco institucional y regulatorio de las finanzas sostenibles - José María López Jiménez - Страница 63

3.1.2. El dilema macroeconómico: Crecimiento versus Desarrollo Humano

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El debate que asocia bienestar a crecimiento tiene su origen en los trabajos de Malthus46 sobre crecimiento demográfico y capacidad de respuesta del sistema productivo. La superación de la denominada “trampa maltusiana47”, a tenor de los grandes aumentos de la productividad en los años de la primera Revolución Industrial, muy superiores a las estimaciones de Malthus, desdeña las advertencias también por él formuladas respecto al agotamiento de las reservas naturales, cuestión inmanente a los modelos productivistas48.

El aumento de la productividad no ha venido a resolver la erosión del capital natural, la fragmentación de los ecosistemas y el calentamiento global del planeta, por efecto de la sobreexplotación de los recursos renovables (aire, agua, suelo, flora y fauna) y de su insuficiente capacidad de regeneración, afectados por el impacto de los recursos no renovables asociados a las industrias extractivas (carbón, petróleo, gas natural, etc.).

Tampoco el incremento de la renta per cápita, por mor del crecimiento económico con ganancias de productividad, ha venido acompañado de una distribución más equitativa de la riqueza. Amartya Sen, Premio Nobel de Economía en 1998, se apoyó en sólidas evidencias empíricas para concluir que el motivo se debe a un desigual acceso a los medios individuales de subsistencia49, al fallo de los supuestos de adquisición justa (tanto a título oneroso como a título lucrativo) del “entitlement” (NOZICK, 1990)50.

Actualmente goza de gran consenso que la distribución inicial de la riqueza es un factor determinante para el acceso a los mercados y la gestión de los intercambios. La cuestión es que esta variable se ha venido considerando exógena en la modelización económica inspirada por el paradigma neoclásico, y su base en el equilibrio general walrasiano51.

La segunda mitad del siglo XX vino marcada por políticas económicas de corte desarrollista. La hegemonía de las corrientes keynesianas y la exitosa conformación de los Estados del Bienestar en Europa y EEUU, avalaban competir en la esfera económica como la mejor opción para incrementar el dominio militar.

Este posicionamiento influye significativamente en la carrera armamentista sin precedentes que nace de la confrontación entre bloques, conocida como “guerra fría”, cuya génesis se remonta al Plan Marshall.

Por aquel entonces, Naciones Unidas, desde la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL)52 avalaba modelos de fuerte crecimiento industrial endógeno como fórmula de éxito para superar las situaciones de subdesarrollo, a la vez que entendía necesaria la fuerte inyección de capital extranjero. Tal circunstancia fue clave para la movilización de una ingente inversión de EEUU hacia Latinoamérica.53

Los debates sobre la correspondencia biunívoca entre crecimiento y bienestar son alimentados por el fracaso de estas políticas. En 1990, la elaboración por parte del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) del Índice de Desarrollo Humano (IDH) ensancha con nuevos indicadores (esperanza de vida, la educación o el ingreso per cápita) la ecuación del crecimiento y el bienestar, hasta entonces sólo sustentada por el Producto Interior Bruto (PIB).

Desde entonces, se han incorporado progresivamente nuevos indicadores, la taxonomía del desarrollo sostenible ha sido dinámica, y ha progresado para aportar evidencia empírica de logros muy relevantes relacionados con las capacidades básicas (esperanza de vida, acceso a la educación, acceso a servicios de telefonía móvil) pero a su vez ha puesto de manifiesto brechas de desigualdad en las capacidades avanzadas (esperanza de vida a partir de los 70 años, acceso a la educación superior, y acceso a servicios de banda ancha fija, respectivamente)54.

La sostenibilidad y el nuevo marco institucional y regulatorio de las finanzas sostenibles

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