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Capítulo 8


Pasaron meses jugando entre cuatro paredes. Corina filmaba y Lourdes cantaba versiones en inglés y en castellano de los temas que le gustaban, siempre transformada bajo el anonimato de los antifaces.

Corina seguía sin subir los videos por prohibición expresa de Lula. Ya estaba cansada de pedirle, de rogarle, de exigirle que compartiera ese material en las redes. No había caso.

Un viernes a la noche se quedaron en el cuarto de Lourdes y Corina la escuchó llorar durante horas porque Rodrigo, un chico de quinto año que le gustaba, no se daba por enterado de su existencia. De pronto, Lula se secó las lágrimas y dijo:

—Que el tonto sepa lo que se pierde. No va a enterarse de que soy yo, pero da igual. No importa.

—¿Perdón?

—Empezá a subir los videos.

—¿Estás segura?

—Me venís rompiendo desde el año pasado ¿y ahora me preguntás si estoy segura? ¡Por supuesto que estoy segura! ¡Nunca estuve tan segura! –se plantó Lourdes.

—¡Así se habla, amiga!

Corina tomó los controles de la computadora. Ya estaba registrada en YouTube, conocía la plataforma. Creó otra cuenta, a cargo de Lourdes, pero le puso un nombre de fantasía: “La chica del antifaz”.

—Yo digo que empecemos a subir todo el material en orden cronológico –propuso.

—¿Todo? –dudó Lourdes–. Tenemos que seleccionar. Editar.

—Lula, un video es mejor que el otro. Son todos impresionantes.

—¿Te parece?

—¡Dejá de preguntar!

—Bueno, pero no subas todo junto. Probemos con uno. Veamos la reacción de la gente.

—Probemos con dos.

—Okey. Y en función de lo que nos comenten vamos subiendo más, ¿estás de acuerdo, Cori?

—Re de acuerdo.

—¿Cuántos videos tenemos?

—Más de treinta –informó Corina, y de pronto exclamó–. ¡Mirá, ya tenemos una reproducción! ¡Dos!


“La chica del antifaz” se convirtió en un rápido suceso entre chicos de 14 a 20 años. La mayoría eran de Argentina, pero llegaban comentarios desde México, España, Colombia, Perú, Chile, Puerto Rico. En fin, de toda Iberoamérica. Incluso les escribió una nenita de 11 desde Estados Unidos, diciendo que las canciones en español le eran muy útiles para sus clases de castellano. Algo impensado.

El canal de YouTube escaló en pocas semanas a 22 mil suscriptores, pero entonces se estancó. Entró en una meseta. Lourdes se convenció de que eso era todo. Había alcanzado su techo. Se entretenía leyendo los comentarios y de vez en cuando se enganchaba con los mensajes que le dejaba un tal Darío. Decía que tenía 18 años, vivía en Caballito y era el líder de una banda de cumbia electrónica, cumbia pop, cumbia cheta o como quisiera llamarla. Le pedía que viera los videos de sus ensayos o de un show que habían dado.

Por curiosidad, Lula clickeó el enlace y vio el video registrado en un salón de fiestas. Rápidamente identificó a Darío, que tocaba la guitarra y cantaba bastante mal, por cierto. No obstante, tenía carisma. Era simpático y suplía la ausencia de caudal de voz, y las pifiadas en la afinación, a pura sonrisa y pinta. Porque era lindo. Demasiado lindo para el gusto de Lourdes. A ella le atraían los chicos que se salían del ideal de belleza. Para completar el panorama, la banda tenía un nombre que no decía gran cosa: Zaraza.

En posteriores mensajes, Darío le planteó que Zaraza podía escalar a otro nivel si contara con una cantante como ella. “¡Ni lo sueñes!”, exclamó Lula cuando leyó la propuesta. El pibe era insistente, pero insistente bien, no pesado. No se daba por vencido. Le pedía que por favor lo pensara. Que lo hablaran. Que se juntaran para conocerse sin compromiso. Y también le dejó una dirección de e-mail.

Para entonces, los más de treinta videos que Lourdes había grabado se agotaron. Corina ya los había subido todos y fue en ese momento cuando se produjo una multiplicación en la cantidad de suscriptores. Sin que mediara una explicación, la cifra pasó a 45 mil.

Empujada por Cori, Lula volvió a calzarse los antifaces y grabó, en un fin de semana, una seguidilla de versiones de temas de Soda Stereo, Calamaro y La Bersuit, porque sus gustos musicales del momento, ajenos a las modas, iban por ese lado.

La gran explosión se produjo después de que Corina subió el video de “Prófugos” y, de inmediato, el de “Paloma”. Cada semana se alcanzaba un nuevo pico de reproducciones. Cuando Lula cumplió 17, festejó en secreto, con su amiga, el hecho de haber alcanzado el medio millón de suscriptores.

Definitivamente, tenía la cabeza partida en dos. Por un lado seguía siendo la estudiante aplicada, que no quería sobresalir ni llamar la atención y se apegaba a las normas, y por el otro era una osada cantante que, con el resguardo que le daban los antifaces, se producía con ropas cada vez más osadas y bailaba unas coreografías que hacían que los lobos aullaran.

Frente a los nuevos videos, Darío continuó tratándola en forma respetuosa, mientras otros seguidores le declaraban su amor o, en algunos casos, le decían cosas un tanto groseras. Lula se sintió tironeada por una masa que ni siquiera sabía su nombre, que no conocía detalles de su existencia real y le exigía cada vez más.

Por su parte, Corina parecía haber extraviado los parámetros de realidad. Sentía el éxito de “La chica del antifaz” como algo propio. Su autoestima andaba por la estratósfera y más de una vez, en el colegio, estuvo a punto de deschavar que ella era la realizadora de los videos, lo cual hubiese colocado a su mejor amiga, Lourdes, en la mira.

En ese contexto, Lourdes buscó conectarse con alguien que mantuviera los pies sobre la tierra y entonces escribió un mail.

Cuando quiso arrepentirse, ya era tarde.

Acababa de proponerle a Darío que se juntaran para tomar algo.

Motoquero 1 - Donde todo comienza

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