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Capítulo 9


Tomás y Lourdes se vieron a escondidas, como dos espías, en el estacionamiento de un local de comidas rápidas.

Sin decir palabra, Lula sacó de la cartera el sobre de papel madera que contenía los diez mil pesos y lo entregó con un movimiento rápido, como quien busca sacarse de encima una papa caliente. Era casi la medianoche.

—¿Justo acá nos teníamos que juntar? ¿A esta hora? –cuestionó Toto.

—Perdoname pero este pibe, el chorro, me quema la cabeza. Dice que tengo que mandarle la plata esta noche o me rompe el teléfono y lo tira al Riachuelo.

—Que espere.

—¡No! Por favor, andá urgente.

—El interesado es él. Va a esperar.

—Acá te anoté la dirección. ¿Sabés cómo llegar? ¿Tenés GPS? –preguntó Lourdes.

—Si es zona peligrosa, el GPS me va a mandar por cualquier lado. Me va a hacer pegar una vuelta china.

—¿Y entonces?

—Prefiero trazar mi recorrido en la vieja Guía Filcar –explicó Tomás y sacó de la mochila un mamotreto de 300 páginas anilladas. Estaba gastado y roto. Algunas hojas se salían.

—Tecnología de punta –bromeó Lula.

—Vos reíte, pero con esto nunca me perdí. En cambio con el GPS…

—¿Tenés para mucho?

—Ya está –anunció Toto cerrando la guía de golpe; en el movimiento, una hoja voló por los aires, la atajó y la introdujo de nuevo en cualquier lugar.

—¿Cómo hacés para encontrar cosas así?

—Está todo ingresado en el sistema –dijo Tomás golpeándose la sien con el dedo índice.

—Llamame por favor cuando el trabajo esté terminado.

—Vos andá a dormir. Te llamo a la mañana, arreglamos un lugar y te lo entrego. Por favor que sea un sitio con un poquito más de onda.

—No. Me voy a quedar despierta. Llamame a la hora que sea. Quiero mi celular de vuelta esta misma noche.

—Estás más ansiosa que el chorro. ¿Qué info tenés en ese aparato? –dijo Tomás divertido, sin segundas intenciones.

Lourdes lo miró entrecerrando los ojos. Luego volteó la cara hacia la oscuridad cuando un grupo de personas pasó rumbo a un auto.

—Perdoname –pidió Toto–. No es asunto mío.

Con su silencio, Lula confirmó que, en efecto, no era asunto de él. Lo despidió diciéndole:

—Buena suerte.

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