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Capítulo 2


Raúl, el padre, comenzó a estar más tiempo en casa. Se concentró en su trabajo como oficinista, aunque lo detestaba, y se olvidó por un tiempo de sus cursos de oratoria y liderazgo, control mental, técnicas de persuasión y ventas, lenguaje corporal y una larga lista de etcéteras. Estudios que le salían carísimos en institutos de dudosa reputación.

Toto aceptó la idea de que la madre no iba a volver. No hizo preguntas ni se sintió culpable. Se convenció de que el problema había sido Raúl.

Así empezó a llamarlo. Raúl. Nada de pa, papi o papá. Raúl. Como si fuera un desconocido. Aunque ahora lo llevaba al colegio y volvía a casa puntualmente a las cinco de la tarde, y estaba con él todos los feriados y los fines de semana, había una distancia. Un frío. Una falta de conexión. Toto lo llamaba Raúl, y Raúl en devolución lo llamaba Toto, nada de Tomás, nada de hijo.

Muy pronto Raúl volvió a sus estudios, pero en forma autodidacta, leyendo libros y escuchando grabaciones con mensajes motivacionales. Se calzaba los auriculares y se olvidaba del mundo. Se concentraba en aquello que, creía, lo iba a salvar. Entonces era como si no estuviese. Toto, por su lado, comenzó a manejarse con autonomía. Iba al parque solo.

La primera vez que llevó la bicicleta, e intentó volver a andar por sus medios, sufrió un mareo inexplicable. Cayó al piso y se golpeó la cabeza. Raúl lo llevó al médico y le hicieron estudios, pero no le encontraron nada. Sin embargo, Toto siguió mareándose cada vez que agarraba la bici. Era como si, de manera inconsciente, volviera al momento del abandono y entonces perdía estabilidad.

A pura insistencia, se curó solo. En forma dolorosa. Andando y cayendo, andando y cayendo, hasta que los mareos se le fueron. O se sanaba o se rompía el alma contra el asfalto.

Los años fueron pasando y Tomás no volvió a sentir mareos hasta que, a los 15, comenzó a salir con Cintia. La relación no podía llamarse noviazgo, era algo informal, pero él se la tomó en serio y, cuando ella lo dejó, volvieron las descomposturas, las pérdidas de conocimiento, las caídas. Toto no tardó en comprender que el malestar se disparaba ante cada situación de pérdida.

En consecuencia, nunca más dejó que lo abandonaran.

Cuando comenzaba una relación con una chica, estaba alerta. Ante el menor cortocircuito, era él quien abandonaba, antes de ser abandonado. Por eso ahora, con 21 años y tirado en un túnel a quince metros bajo tierra, mientras Catriel se llevaba secuestrada a Lourdes, comprendió que los mareos, en este caso, eran por el miedo espantoso a perderla para siempre.

Motoquero 1 - Donde todo comienza

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