Читать книгу Motoquero 1 - Donde todo comienza - José Montero - Страница 18
ОглавлениеCapítulo 13
Para arrancar necesitaba el equivalente a tres meses y medio de alquiler: un mes adelantado, uno más como depósito para cubrir eventuales daños que causara a la propiedad (al finalizar el contrato, si estaba todo bien, este dinero se lo devolvían) y un mes y medio de comisión de la inmobiliaria (este era el rubro que más odiaba, porque le parecía un costo abusivo).
Aun así, teniendo todo ese paquete de plata, no era suficiente. Necesitaba además un garante que debía refrendar el contrato y hacerse cargo de pagar el alquiler si él, por cualquier motivo, no lo hacía.
Como garantía le solicitaban la escritura de una propiedad que no figurara como bien de familia. O sea, que pudiera ser embargada y rematada para cobrar la deuda, en un caso extremo. ¿A quién pedirle la garantía? Tomás se resistió. Averiguó otras alternativas, como contratar un seguro de alquiler (los requisitos eran más exigentes aún) o comprar una garantía trucha (cosa que implicaba meterse con una mafia).
Contra lo que hubiese querido, no tuvo más remedio que pedirle el favor a Raúl. El padre, después de sermo-nearlo y de señalarle todos los problemas que podría tener viviendo solo, accedió a poner como garantía uno de sus departamentos.
—Parece una cosa de locos –dijo Raúl–. Es más fácil que te mudes al departamento que pongo como garantía. Está mejor ubicado, es más grande, más moderno. ¿Por qué hacés esto?
—Porque quiero demostrar que puedo.
—¿A quién querés demostrárselo? ¿Qué errores querés señalarme?
Toto no quiso enroscarse en una discusión. Cortó por lo sano. Dejó a Raúl fuera del asunto y dijo:
—A mí quiero demostrarme que puedo.
Tras un silencio, Raúl convalidó:
—Bueno, está bien.
Al fin y al cabo, la salida de Tomás del nido era algo que le caía perfecto. Ya no interferiría en la relación con Romina. Al menos, no en forma cotidiana. No sería un fantasma que entraba y salía de la casa cuando quería. A Raúl, la ecuación le cerraba. Quería rearmar su vida. Sacarse de encima el “paquete” que le había dejado la irresponsable madre.
Vencida la traba paterno-burocrática, Toto formalizó el contrato de alquiler y se mudó un sábado por la mañana. ¿A dónde? A Parque Patricios. A un dos ambientes sobre Sánchez de Loria, su calle y su barrio de infancia. Muy cerca de donde se había criado.
El lugar había cambiado. Había edificios nuevos, modernos. Torres de oficinas. La zona ahora era parte del Distrito Tecnológico, donde se habían radicado numerosas empresas.
Pero los edificios nuevos convivían con las casas de más de cien años y con los departamentos tipo PH, a los que se accedía por un largo pasillo, como el nuevo hogar de Tomás.
Aquel sábado era el día inaugural de una nueva etapa, de un futuro que se presentaba como promisorio. No obstante, el pasado más doloroso se le presentó de golpe, en medio de la mudanza, en la forma de una vecina. Una señora mayor, Doña Chita, así le decían. Él la recordaba. Le regalaba caramelos cuando era chico.
—¿Sos vos, Tomasito? –dijo.
—Sí, Doña Chita.
—Ay, qué alegría. Qué bueno verte.
—Me va a ver seguido. Me instalo acá.
—Qué impresión. El otro día me acordaba de la vez que vino tu mamá.
—¿Mi mamá?
—Hace un tiempo. Dos meses. Está tan cambiada. Tan… –iba a decir “desmejorada”, pero se contuvo; buscó alegrar el tono y sonrió al decir–. Enseguida se la llevaron, pero antes preguntó por vos.