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Capítulo 12


Por fin Tomás se compró la motito y descubrió que, teniendo un vehículo en regla, con la patente y el seguro al día, podía trabajar a otro nivel, para una cadena de restaurantes que ofreciera delivery de comidas más elaboradas y caras que la simple pizza y las empanadas. Las condiciones de contratación eran mejores. Y las propinas también.

Comenzó a hacer envíos para esta cadena en doble turno, de lunes a viernes, y dejó la heladería únicamente para los fines de semana por la noche. No hacía más que trabajar. Para él, esto resultaba bueno por dos motivos: no estaba nunca en su casa y podía seguir ahorrando en cantidades que nunca había sospechado.

Junto con el trabajo mejor remunerado, descubrió las presiones. Su jefe le exigía que entregara más servicios por hora. La central de pedidos estaba computarizada. Era un call center donde se recibían las órdenes para las distintas sucursales y se llevaba un registro de a qué hora salía la comida, quién la transportaba, a qué hora la entregaba en el domicilio y a qué hora volvía.

Gustavo, el encargado, lo llamó aparte para conversar en el patio cubierto de la sucursal, que servía como depósito. Allí, entre cajones de cerveza y gaseosa, le dijo:

—Tomás, sos mi peor motoquero. El que tiene el promedio más bajo. Así no va. Si no te acoplás a nuestra forma de laburar…

—Hago lo mejor posible, Gustavo. Pero hay leyes que respetar. Hay semáforos.

—¡¿Perdón?! ¿Vos parás en los semáforos?

—Y… sí.

—No, flaquito. No es así la cosa. Las normas de tránsito son para los giles. La moto de delivery no es un auto, ni un camión, ni un colectivo. Es algo aparte.

—Pero…

—¡Pero nada! El semáforo de avenida, okey, se respeta. No vas a cruzar porque te atropellan. Pero en las calles se pasa en verde, amarillo, rojo o violeta. El sentido del tránsito me importa tres pepinos. Andá a contramano. Y subite a la vereda cuando haga falta.

—Es peligroso.

—Veinte años tengo en este rubro y nunca tuve un accidentado grave.

—Bueno, no sé…

—Es corta la bocha, Tomás. Tengo fila de pibes esperando para laburar. O agarrás el ritmo de acá o te echo.

Habiendo probado el dulce de las mejores propinas, Toto hizo lo necesario para conservar el empleo, a su manera. Siempre respetaba los semáforos y, para recuperar tiempo, excedía el límite de velocidad, andaba por la vereda, invadía la bicisenda, cruzaba plazas por los senderos peatonales, se metía en contramano si el trayecto era corto. O sea, para no violar una norma, violaba muchas más.

Lo curioso fue que nunca, jamás, lo paró la policía, aunque cometiera infracciones delante del patrullero. La explicación era que muchas seccionales recibían comida gratis de la cadena. Tomás no quiso hacer preguntas. Ya tenía bastante con los negociados de Raúl. ¿En todos lados se manejaban al margen de las normas? Ahora él también lo estaba haciendo. Pero era “por necesidad”, se justificaba, sin hacerse cargo de la contradicción.

El objetivo superior, la necesidad que Tomás usaba como excusa, era irse a vivir solo. Estaba tan enfocado en eso, tan ciego que pronto juntó dinero suficiente para alquilar un departamento.

Motoquero 1 - Donde todo comienza

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