Читать книгу El Hispano - José Ángel Mañas - Страница 11
PRIMERA
PARTE
ОглавлениеDonde se cuenta el nacimiento de Idris, su primer amor, su salida de Numancia y los primeros conflictos con los romanos en el arranque de la segunda guerra celtíbera (154-151 a. C.), que pone fin a la paz de Graco.
La presencia romana en la península ibérica, que empezó en 218 a. C., el mismo año que la segunda guerra púnica, se ha incrementado tras la rendición de Aníbal en 201 a. C. y el abandono de Hispania por Cartago. Hace ya medio siglo que existen bajo dominio de Roma dos provincias, la Hispania Citerior y la Hispania Ulterior, que, poco a poco, consulado tras consulado, no dejan de agrandarse.
Segeda es una ciudad perteneciente a la tribu celtíbera de los belos, grande y próspera, y estaba inscrita en los tratados de Sempronio Graco. Esta ciudad forzó a otras más pequeñas a establecerse junto a ella; se rodeó de unos muros de aproximadamente cuarenta estadios de circunferencia y obligó también a unirse a los titios, otra tribu limítrofe. Al enterarse de ello, el Senado prohibió que fuera levantada la muralla, les reclamó los tributos estipulados en tiempo de Graco y les ordenó que proporcionaran ciertos contingentes de tropas a los romanos. Esto último, en efecto, también estaba acordado en los tratados. Los habitantes de Segeda, con relación a la muralla, replicaron que Graco había prohibido fundar nuevas ciudades, pero no fortificar las existentes. A propósito del tributo y de las tropas mercenarias, manifestaron que habían sido eximidos por los propios romanos después de Graco. La realidad era que estaban exentos, pero el Senado concede estos privilegios añadiendo que tendrán vigor en tanto lo decidan el Senado y el pueblo romano. Así pues, Nobilior fue enviado contra ellos con un ejército de treinta mil hombres. Los segedanos, cuando supieron de su próxima llegada, sin dar remate ya a la construcción de la muralla, huyeron hacia los arévacos con sus hijos y sus mujeres y les suplicaron que los acogieran…
APIANO DE ALEJANDRÍA, Sobre Iberia
Ya dijo Cicerón que al combatir Roma con los celtíberos y los cimbrios no luchaba solo por la victoria, sino por su existencia. Y Eduardo Meyer, historiador alemán, escribe: «La República se desangró a causa de los sacrificios a que la obligaron de manera continuada las guerras hispánicas y de la necesidad de mantener allí un ejército permanente». Tan grandes, en efecto, fueron las pérdidas sufridas en aquellas guerras, que el número de ciudadanos romanos, en los veinte años de la guerra celtibérica, que van del 153 al 133, en lugar de aumentar en sesenta mil (por el crecimiento de tres mil cada año), se redujo en cinco mil, lo que supone una pérdida de unos sesenta y cinco mil ciudadanos. Siendo todavía más elevadas las pérdidas de los aliados itálicos, los cuales proporcionaban al ejército un número mayor de soldados que los ciudadanos romanos, podemos admitir que en total, solo entre romanos e itálicos (prescindiendo de los aliados íberos), perecieron en España de ciento cincuenta mil a doscientos mil hombres…
ADOLF SCHULTEN, Historia de Numancia