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10 Fundamentos deportivo-biológicos del entrenamiento infantil y juvenil

“El niño no es un adulto en miniatura, y su mentalidad es diferente de la del adulto no sólo cuantitativamente, sino también cualitativamente, de modo que el niño no sólo es más pequeño, sino también de otra manera.”

Claparède, 1937

Para su desarrollo psicofísico global, los niños y jóvenes necesitan una cantidad suficiente de movimiento. Esta necesidad la satisfacen normalmente los propios niños con su marcada pulsión por el movimiento. La mayor actividad motora en los niños frente a los adultos se explica por el predominio de los impulsos cerebrales (sobre todo del pallidum), y también por una percepción subjetiva del movimiento diferente a la de los adultos, esto es, los niños no lo asocian tan claramente a la fatiga (fig. 43) (cf. Bar-Or, 1982, 27).

Dado que el movimiento es una necesidad del desarrollo, que sufre considerables restricciones por causa de la educación y de la escuela (obligación de permanecer sentados), el entrenamiento corporal, sobre todo en las edades infantil y juvenil, merece nuestro apoyo sin reservas, siempre que se efectúe de la forma adecuada a la edad y al grado de desarrollo. No obstante, la participación en un entrenamiento de rendimiento en estas etapas de edad debería depender de una serie de condicionantes (cf. también Hollmann, 1981, 249):

•Al iniciar un entrenamiento de rendimiento se debería efectuar una exploración general a cargo de un ortope– da y de un internista, con el fin de detectar, en la medida de lo posible, los síntomas patológicos y las alteraciones en el marco del aparato locomotor activo y pasivo y en el sistema cardiopulmonar que pudieran plantear un riesgo.

Esta exploración debería repetirse a intervalos de tiempo regulares, para reconocer a su debido tiempo, y en consecuencia evitar, los daños por sobrecarga originados en el entrenamiento.

•Todo entrenamiento de rendimiento debería efectuarse por propia voluntad y no bajo la presión de padres o entrenador.

•El entrenamiento debería organizarse en consonancia con la edad y las circunstancias psicofísicas de los niños.

•El entrenamiento no debería suponer un lastre para la formación escolar o profesional.

•El entrenamiento debería dejar a niños y jóvenes tiempo libre suficiente para otros intereses al margen del deporte.

Como vamos a exponer, los niños y jóvenes no son “adultos en miniatura” ni sus actividades deportivas se pueden reducir a un “entrenamiento de adultos reducido”. El entrenamiento infantil y juvenil incluye también un proceso de ejercicio sistemático y a largo plazo; sin embargo, los objetivos, contenidos y formas de proceder se diferencian en muchos aspectos frente al mundo adulto. Los problemas de la adecuación al niño, a la edad y al desarrollo merecen toda nuestra atención.

Al afirmar que “el entrenamiento infantil y juvenil no es un entrenamiento de adultos reducido” nos basamos en varias razones, pero sobre todo en el hecho de que el niño y el joven –en contraposición al adulto– se hallan aún en crecimiento; de esta circunstancia se derivan un gran número de cambios físicos, psíquicos y psicosociales, y una serie de particularidades del desarrollo con las correspondientes consecuencias para el entrenamiento infantil y juvenil.

Por estas razones, antes de comentar de forma específica las características anatomo-fisiológicas y psicológicas de cada una de las etapas de la edad, describiremos de forma general las particularidades originadas por el crecimiento en la edad infantil y juvenil.

Particularidades de las edades infantil y juvenil debidas al crecimiento

Como se puede ver en las figuras 44 y 45, los distintos segmentos del cuerpo muestran intensidades de crecimiento diferentes en cada edad. Ello provoca cambios de las proporciones corporales, característicos de los distintos períodos de crecimiento.

Como se muestra en la figura 46, las curvas de crecimiento del desarrollo de la cabeza/encéfalo y del cuerpo en general tienen un transcurso muy diferente. Llama la atención sobre todo el rápido desarrollo del encéfalo: con 6 años ya se ha alcanzado el 90-95 % del tamaño adulto. Por el contrario, el crecimiento general del cuerpo no ha alcanzado en este momento ni la mitad del valor del adulto.


Figura 43. Relación entre la edad y la percepción subjetiva de la carga en relación con la frecuencia cardíaca máxima (de Bar-Or, 1982, 27).

Como muestra la figura 47, las células nerviosas del sistema nervioso central experimentan ya en el transcurso de los primeros años de vida una reticulación creciente, de gran importancia para el futuro potencial funcional. Se suele aceptar que esta germinación de nuevas fibras es especialmente intensa hasta el tercer año de vida aproximadamente (cf. Akert, 1979, 509, citado por Falck/Lehr, 1980, 103; Le Boulch, 1978, 54; David, 1981, 9) y se puede incrementar con el ejercicio adecuado.


Figura 44. Cambios de la estatura corporal y de las proporciones entre los segmentos corporales durante el crecimiento (de Demeter, 1981, 10).


Figura 45. Relación entre las dimensiones de la cabeza y del cuerpo, que cambia con el paso de la edad. Las cifras en el margen superior indican las veces que la altura de la cabeza está contenida en la del cuerpo (de Stratz, citado en Demeter 1981, 11).


Figura 46. El desarrollo de la cabeza/cerebro y el crecimiento corporal general hasta alcanzar la edad adulta (modificado de Scammon, citado en Hellbrügg/von Wimpffen, 1977, 21).

Desde el punto de vista del movimiento interesa, pues, proporcionar al niño de corta edad estímulos suficientes para la formación de sus estructuras reticulares y, por tanto, para la configuración plástica de sus áreas cerebrales. Si no existen estos estímulos favorables, o no se dan en la medida suficiente, el resultado será una infraestructura menos marcada de las estructuras cerebrales correspondientes, esto es, un menor grado de maduración funcional (cf. Pickenhain, 1979, 45).

El rápido desarrollo del cerebro permite una elevada capacidad de rendimiento en el ámbito de las capacidades coordinativas, el “equivalente deportivo” del sistema nervioso central, que ya funciona perfectamente; por ello el entrenamiento infantil deberá centrarse en la formación óptima de las destrezas y técnicas deportivo-motoras y en la ampliación del repertorio de movimientos y de la experiencia motora. El entrenamiento de las capacidades físicas tiene lugar en paralelo a este proceso, si bien sólo en la medida en que lo requiera una formación coordinativa global, y aquí observamos una diferencia básica respecto al entrenamiento de adultos: las capacidades físicas en la edad infantil no se forman para maximizar sino para optimizar.

Otro problema del crecimiento consiste en que niños y jóvenes no crecen de forma continua, sino mediante estirones (fig. 48).

Como muestran los estudios de Lampl/Veldhuis/Johnson (1992, 802), los lactantes y niños en la pubertad crecen entre 0,5 y 1,65 cm por día y unos 2,5 cm por semana. Alternan fases de crecimiento y de estancamiento (¡hasta 63 días!).

La velocidad del crecimiento disminuye progresivamente desde el nacimiento hasta la edad adulta. Una excepción la constituye la aceleración transitoria de la época de pubertad. Este empujón del crecimiento se inicia por lo general en las chicas entre el 11o y el 13o año de vida, y en los chicos, entre el 13o y el 15o. Observamos aquí que los diferentes segmentos del esqueleto experimentan su empujón del crecimiento en momentos diferentes: pies y manos maduran antes que pantorrillas y antebrazos, y éstos, a su vez, antes que muslos y brazos; se constata una regularidad centrípeta del crecimiento (cf. Zurbrügg, 1982, 53).


Figura 47. Células nerviosas y uniones de sus fibras en el transcurso del desarrollo infantil. De izquierda a derecha: neonato, niño de 10 días, de 10 meses y de 2 años (de Ackert K.: Klinische Wochenschrift 49 [1971], 509; citado en Falck I., Lehr U.: Zeitschrift für Gerontologie 13, 2 [1980], 103).


Figura 48. El aumento anual de crecimiento en la edad infantil y juvenil (según Eiben, 1979, 193).


Figura 49. La edad biológica de alumnos (trazo discontinuo) y alumnas (trazo continuo) con una edad cronológica media de 12,9 años. El diagnóstico de la edad se objetivó mediante radiografías de las epifísis de los huesos de la mano (Weineck, según datos de Kemper/Verschuur, 1981, 97).


Tabla 9. Variantes extremas de la dispersión (estatura y peso) en niños “seleccionados” y entrenados para el rendimiento, en la categoría de edad de los 12 años, con ocasión de la espartaquiada de 1977 en Leipzig (Winter, 1981, 284)

El inicio de la pubertad supone un profundo corte en el desarrollo psicofísico del niño o del joven, cuyos cambios “revolucionarios” no tienen equivalente en la vida del adulto: sólo tenemos que comparar, por ejemplo, el perfil de cambios entre los 12 y los 16 años de vida con el que observamos entre los años 32-36 o 52-56.

Otro problema especial para el entrenamiento en el grupo o clase de niños de edades cronológicas iguales lo plantea el momento de aparición del empujón de crecimiento puberal, debido a la amplia dispersión y a su diferente grado de asentamiento.

La figura 49 y la tabla 9 muestran hasta qué punto la edad cronológica puede diferir respecto de la edad biológica; por lo general se constata, en el ámbito escolar, un margen de dispersión de 5 años desde el alumno más joven biológicamente hasta el más desarrollado, y en el ámbito de la selección deportiva incluso de 7 años.


Figura 50. Diagrama para la comparación de los desvios de la edad esquelética de individuos precoces (A) y retardados (R) frente a los de desarrollo normal (N). Trazo continuo: chicos; trazo discontinuo: chicas (de Wutscherk/Schmidt/Köthe, 1985, 144).

Hemos de constatar, no obstante, que en los tres tipos de desarrollo el crecimiento es armónico en cuanto a la capacidad de rendimiento orgánico, a las dimensiones de los órganos y al sistema esquelético. Numerosos estudios actuales refutan la tesis de un crecimiento inarmónico, tantas veces mencionada en el caso de los individuos acelerados, en relación con un desarrollo acelerado del esqueleto frente a un desarrollo más lento de los órganos (cf. Hollmann/Hettinger, 1980, 607).

En los niños de desarrollo normal coinciden la edad cronológica y la edad biológica. En los individuos precoces, la sucesión de las fases del desarrollo corporal se acelera uno o más años, y en los retardados dicha sucesión se retrasa uno o más años.

Como se puede ver en la figura 50, la edad esquelética de los individuos acelerados y retardados presenta claras diferencias en comparación con la de los individuos de desarrollo normal. Las desviaciones aumentan con el paso de los años y alcanzan su dimensión máxima en el 13o año cronológico en los chicos y en el 12o en las chicas (cf. Wutscherk/Schmidt/Köthe, 1985, 144).

Hasta el 16o año de vida (chicos) o el 15o (chicas) no se clasifica a la mayoría de los jóvenes como normales en su desarrollo.

La edad esquelética influye claramente sobre la estatura corporal (fig. 51). En ambos sexos se acepta que la estatura es mayor en los individuos acelerados que en los de desarrollo normal y que la estatura de éstos supera a su vez la de los retardados.

Frente a lo que ocurre con la edad esquelética, las diferencias de crecimiento en estatura aún no se han compensado en el 16o año de vida. Como la masa corporal está en función de la estatura, se acepta asimismo que la masa corporal de los individuos acelerados supera la de los individuos de desarrollo normal y que la de éstos a su vez es mayor que la de los retardados. Ambos sexos presentan los porcentajes medios de masa corporal que figuran en la tabla 10, en comparación con los promedios de masa corporal de su población.

En los ámbitos de condición física sobre todo (fuerza, velocidad, resistencia), los individuos acelerados poseen, debido a su mayor estatura y peso, una elevada capacidad de rendimiento y de carga; la resistencia (cf. fig. 108) y la fuerza están en estrecha correlación con la edad biológica, la estatura y el peso corporal (cf. Frey, 1978, 174); por esta razón la realización de campeonatos escolares, con la consiguiente elaboración de listas de los mejores de la escuela, etc., nos parece muy poco razonable, máxime cuando estos campeonatos, como suele ser la norma, se organizan dentro de las promociones anuales. Las oportunidades de triunfo o de clasificación están exclusivamente en manos de los individuos biológicamente precoces (acelerados); en esta “comparación” con los acelerados de su misma edad cronológica, los individuos de desarrollo normal o retardado obtienen malos resultados como consecuencia de sus desfavorables condiciones antropométricas, sobre todo en modalidades donde estos parámetros desempeñan un papel importante para determinar el rendimiento, como ocurre, por ejemplo, en atletismo.


Figura 51. Diagrama de desviaciones de la estatura corporal en individuos acelerados (A) y retardados (R) frente a los de desarrollo normal (N). Los trazos corresponden a los de la figura 50 (de Wutscherk/Schmidt/Köthe, 1985, 144).

Las edades infantil y juvenil como “estadio de transición” hacia la edad adulta presentan otra serie de particularidades, en estrecha conexión con el crecimiento, también importantes para la organización del entrenamiento.

ChicosChicas
Retardados97 % aprox.96 % aprox.
Desarrollo normal99 % aprox.100 % aprox.
Acelerados102 % aprox.103 % aprox.

Tabla 10. Masa corporal de chicos y chicas retardados, normales y acelerados en comparación con el promedio de masa corporal de su población (de Wutscherk/Schmidt/Kothe, 1985, 144)

Crecimiento y metabolismo

En el niño y el joven en crecimiento, el metabolismo constructivo (anabolismo) desempeña un papel muy especial. Los intensos procesos de crecimiento y de diferenciación, que requieren una amplia serie de procesos de incorporación, reconstrucción y fabricación, originan un aumento del metabolismo basal; el metabolismo basal es un 20-30 % aproximadamente más elevado en los niños que en los adultos (cf. Demeter, 1981, 48). También aumentan las necesidades de vitaminas, minerales y nutrientes. No obstante, son las necesidades de proteínas las más elevadas. Los niños necesitan hasta 2,5 g de proteínas por kilogramo de peso corporal, cifra que se corresponde con los requisitos de un deportista “de fuerza” adulto. Las cargas suplementarias pueden incrementar aún estas necesidades.

Con un entrenamiento muy voluminoso e intenso –como ocurre en algunas modalidades donde los rendimientos de elite se alcanzan ya en la edad infantil (patinaje artístico, gimnasia de aparatos, etc.)– predomina en principio el metabolismo funcional a costa del metabolismo constructivo; esta situación puede plantear un obstáculo para los procesos de crecimiento del organismo infantil y restringir la capacidad de carga global. Por ello es fundamental que en niños y jóvenes los procesos de recuperación y regeneración tengan una duración suficiente.

Crecimiento y aparato locomotor pasivo

La “ley de Mark-Jansen” (cf. Berthold/Thierbach, 1981, 165) sostiene que la sensibilidad del tejido se comporta de forma proporcional a la velocidad de crecimiento. De aquí se deduce que el niño y el joven están expuestos en mayor medida que el adulto a las lesiones por sobrecarga debido a estímulos de entrenamiento antifisiológicos. El planteamiento es importante sobre todo para el empujón de crecimiento de la adolescencia, asociado a un riesgo ortopédico por sobrecarga muy elevado. A este respecto debemos tener en cuenta que la capacidad de soportar carga puede ser muy diferente en niños de la misma edad cronológica e incluso biológica.

La figura 52 muestra que una carga dada puede actuar, dependiendo de la situación ortopédica de partida, de forma “biopositiva” o “bionegativa”, esto es, biológicamente favorable o desfavorable.

La capacidad de carga individual de los aparatos óseo, cartilaginoso, tendinoso y ligamentario debe ser la magnitud de rendimiento limitadora a la hora de configurar el entrenamiento, sobre todo el de niños y jóvenes, pues las estructuras en fase de crecimiento no presentan todavía la resistencia ante la carga que encontramos en el adulto.

Los siguientes aspectos se consideran particularidades de las edades infantil y juvenil:

•Los huesos son más flexibles debido a una mayor acumulación relativa de materiales orgánicos más blandos, pero menos resistentes ante la tracción y la presión, lo que supone una reducción global de la capacidad de carga del sistema esquelético en su conjunto.

•Los tejidos tendinoso y ligamentario no son aún suficientemente resistentes ante la tracción debido al menor asentamiento de la estructura micelar –las micelas forman estructuras parecidas a retículos cristalinos– y a un mayor porcentaje de sustancia intercelular (cf. Tittel, 1979, 125).

•El tejido cartilaginoso y las uniones de crecimiento aún sin osificar presentan, dado su alto grado de segmentación, un elevado riesgo ante cualquier fuerza intensa de presión o cortante.

En conjunto se puede afirmar que los estímulos de entrenamiento adecuados al crecimiento, esto es, submáximos, que hagan trabajar el complejo global del aparato locomotor pasivo de una forma múltiple y no unilateral, ofrecen un estímulo apropiado tanto para el crecimiento como para la mejora de las estructuras. Por el contrario, las cargas máximas, unilaterales o aplicadas sin preparación al organismo en crecimiento pueden provocar de forma inmediata o a largo plazo (daños tardíos) la destrucción de los tejidos mencionados.


Figura 52. Representación esquemática del efecto de las cargas sobre el aparato locomotor (Berthold/Thierbach 1981, 165, modificado según Nigg y cols.)

En este contexto hemos de señalar aún que las estructuras del aparato locomotor pasivo del niño y del joven se adaptan en mayor medida a cargas adecuadas en el sentido biopositivo, pero también que la velocidad de esta adaptación no es comparable con la que se da en el aparato locomotor activo: mientras que el músculo presenta ya modificaciones funcionales y morfológicas una semana después de un estímulo de entrenamiento, en huesos, cartílagos, tendones y ligamentos el proceso requiere semanas. Este transcurso lento de la adaptación, unido a una mayor sensibilidad frente a las sobrecargas, impone una progresión estricta de la carga en la edad infantil, para garantizar un tiempo de adaptación suficiente a las estructuras de sustentación pasiva del movimiento, evitando así sobrepasar la capacidad de carga con los correspondientes daños (cf. Weineck, 1982, 35).

La figura 53 muestra que el período de regeneración en el aparato locomotor pasivo discurre con más lentitud que en el activo, y que los estímulos de carga aplicados demasiado pronto provocan una recuperación incompleta y por tanto un mayor riesgo de las estructuras afectadas.

Así pues, desde el punto de vista ortopédico se pueden plantear las siguientes exigencias para el entrenamiento de fuerza en las edades infantil y juvenil:


Figura 53. Secuencia hipotética de los procesos de regeneración y de adaptación en el sistema muscular (a), en el sistema ligamentario y de sustentación (b) y después de una regeneración incompleta (c) (Dietrich 1979, modificado de Maeer, y citado por Berthold/Thierbach, 1981, 166).

1.Establecer tiempos de recuperación suficientes después de un entrenamiento orientado hacia la fuerza.

2.Evitar cambios bruscos de la carga que afecten un organismo sin preparación.

3.No entrenar con halteras ni trabajar por encima de la cabeza antes o durante el empujón del crecimiento de la adolescencia, pues se puede provocar alteraciones negativas sobre todo en el ámbito de la columna vertebral (cf. Hollmann/Hettinger, 1980, 601; Martin, 1980, 289, entre otros); la carga con el propio peso corporal es un estímulo suficiente para el desarrollo en esta edad.

4.Evitar cargas unilaterales: la suma de cargas unilaterales puede dañar en determinadas circunstancias un sistema parcial del aparato locomotor, amenazando así la capacidad funcional del sistema en su conjunto.

5.Evitar cargas estáticas prolongadas: la carga con presión cambiante favorece tanto al cartílago articular hialino como al cartílago fibroso de los discos intervertebrales. Las cargas estáticas empeoran la situación de riego sanguíneo de las estructuras a ellas sometidas, mientras que las cargas activas la mejoran; así pues, debemos optar siempre por ejercicios de fuerza de ejecución dinámica.

Crecimiento y aparato locomotor activo

Hasta el inicio de la pubertad, los sexos no se diferencian de forma sustancial ni por su fuerza muscular ni por su estado hormonal (factores ambos en estrecha correlación), ni siquiera tomando como parámetro de comparación la testosterona, hormona sexual masculina tan importante para la síntesis (anabolismo) de proteínas (v. tabla 11).

EdadMujeresHombres
8-910-1112-1314-152010-6530-8030-8521-3441-60131-349328-643

Tabla 11. Los cambios en el nivel de testosterona (ng/100 ml) en la edad infantil y juvenil (Reiter/Root, 1975, 128)

El nivel de testosterona es muy bajo en comparación con el de los adultos. Por este motivo, un entrenamiento centrado en la fuerza no es especialmente rentable antes de la pubertad. Poco antes de la primera fase puberal el nivel de testosterona aumenta en los chicos multiplicándose por diez aproximadamente (cf. Reiter/Root, 1975, 128; de Marées 1979, 346); en las chicas el ascenso es significativamente menor. Sobre la base de este poderoso empujón hormonal –que transcurre en paralelo a otras revoluciones hormonales– aparece un dimorfismo sexual, esto es, la divergencia entre chicos y chicas en cuanto a factores de rendimiento físicos y a magnitudes antropométricas.

En los chicos llama la atención sobre todo el marcado aumento de masa muscular, ligado a los cambios hormonales mencionados: el porcentaje de músculo pasa en la pubertad del 27 % al 40 % (Israel/Buhl, 1980, 33). En paralelo a este proceso, el aumento de la testosterona provoca una inducción de enzimas que da lugar, entre otros fenómenos, a una mejora de la capacidad muscular anaeróbica.

Dado que la capacidad anaeróbica no aumenta de forma notoria hasta la entrada en la pubertad (en niños de corta edad la formación de ácido láctico es aún muy limitada, su máximo se alcanza entre los 20 y los 30 años de vida [cf. Keul, 1982, 31]), las cargas que conllevan una elevada producción de lactato no se deberían aplicar con frecuencia (en la pág. 199 nos ocupamos específicamente de la capacidad anaeróbica en la edad infantil).

Como compensación de la menor capacidad glucolítica, el niño dispone de una mayor capacidad para los procesos metabólicos oxidativos: un porcentaje mayor de enzimas oxidativas en relación con las glucolíticas permite a la célula muscular del niño aprovechar con mayor rapidez los ácidos grasos libres, y por tanto proteger las reservas de glucosa en mayor medida que el adulto (cf. Berg/Keul/Huber, 1980, 490 s.). La presencia en los niños de un número de mitocondrias –lugares de producción de energía aeróbica– mayor que en los adultos nos confirma estas apreciaciones (cf. Bell/Mac Dougall/Billeter/Howald, 1980, 28).

Breve caracterización psicofísica de las diferentes etapas de edad. Consecuencias para la configuración del entrenamiento

Para optimizar el entrenamiento infantil y juvenil necesitamos algunos conocimientos básicos de particularidades psicofísicas en las diferentes etapas de edad. Sólo con este bagaje podremos practicar un entrenamiento adecuado a la edad y al estado del desarrollo, acorde con las aspiraciones y necesidades de niños y jóvenes.

En la siguiente descripción no nos ocuparemos de las condiciones anatomo-fisiológicas importantes para el desarrollo de las formas principales de trabajo motor (estas explicaciones se incluyen después de la descripción detallada de dichas formas principales), sino de las particulari dades psicofísicas de las diferentes etapas que interesan para la configuración del entrenamiento.


Tabla 12. Clasificación de las etapas de edad según la edad cronológica

La tabla 12 nos presenta un resumen de la clasificación de edades que utilizaremos en lo sucesivo. Esta clasificación no se debe tomar como un patrón rígido sino como una orientación general: las transiciones son fluidas y están en parte sometidas a oscilaciones individuales considerables.

Lactancia y primera infancia

La edad del lactante y del niño de la primera infancia tiene una importancia decisiva para el desarrollo global del niño. Para el desarrollo motor, el aprendizaje de la marcha y la integración social asociada a este proceso ocupan un lugar de preeminencia. No obstante, esta etapa es irrelevante para la incorporación a un proceso selectivo de ejercicio o de preentrenamiento. Corresponde a los padres la responsabilidad de crear para el niño un entorno psicosocial óptimo y estimulante en el aspecto motor, que se corresponda con las necesidades del niño y favorezca su desarrollo.

Edad preescolar

La edad escolar abarca el período entre los 3 y 6 o 7 años (ingreso en la escuela), y se la conoce como “edad de oro de la infancia”. Esta etapa se caracteriza por una intensa pulsión por el movimiento y el juego, una marcada curiosidad por todo lo desconocido –que se manifiesta con especial claridad en la “edad de las preguntas” entre 4 y 5 años–, el gusto por la fabulación y la predisposición afectiva hacia el aprendizaje. El continuo cambio de actividad en esta edad se explica por una capacidad de concentración escasa debido a un predominio marcado de los procesos cerebrales de estimulación frente a los de inhibición. El niño participa en una gran cantidad de juegos, que cambia y reorganiza de múltiples formas.

El pensamiento del niño en edad preescolar es intuitivo, concreto, próximo a la práctica, estrechamente asociado a la experiencia personal y a una intensa emotividad. Se desarrolla bajo el influjo del juego y de acciones y experiencias motoras prácticas (cf. Demeter, 1981, 60). De aquí se deduce que toda restricción en el juego influye desfavorablemente sobre la capacidad de rendimiento mental. El ingreso en el jardín de infancia (o instituciones similares) supone una primera separación de la casa paterna y conlleva una ampliación del campo de aprendizaje social. Allí el niño, capaz de correr con rapidez, de atrapar un balón o de trepar con habilidad, disfruta de una alta consideración social. La eficacia de sus movimientos convierte a un niño en el compañero de juegos deseado. Las capacidades motoras mejoran de manera sustancial la capacidad de acción social y apoyan el sentimiento de la propia valía.

Hacia el final de la edad preescolar (entre el quinto y el séptimo año de vida) se produce la primera transformación morfológica, caracterizada por un aumento de estatura y la pérdida de las proporciones típicas del niño de corta edad.

Consecuencias para la práctica del “entrenamiento

El gusto por el movimiento y la disposición al aprendizaje del niño deberían orientarse en una dirección concreta: adquirir una base amplia de destrezas mediante un gran número de ejercicios elementales y mediante la oferta de oportunidades de aprendizaje. Los niños en la edad preescolar necesitan una cantidad suficiente de posibilidades motoras que, usando su fantasía y su capacidad para la variación, les inciten a correr y saltar, arrastrarse, trepar, balancearse, colgarse, columpiarse, mecerse, tirar, empujar y acarrear, lanzar y atrapar, entre otras formas de movimiento (cf. Winter, 1981, 194). La actividad deportiva debería organizarse de forma divertida, incidiendo en el gusto y la alegría de participar. Las historias contadas con movimientos (que deberían satisfacer el entusiasmo de los niños por narraciones de todo tipo) y la resolución autónoma de tareas motoras deberán ampliar el repertorio motor y favorecer en los niños la creatividad motora y la experiencia física de sí mismos.

Edad escolar temprana

La edad escolar temprana abarca el período del ingreso en la escuela (sexto o séptimo año de vida) hasta el décimo año de vida aproximadamente.

Esta edad se caracteriza por un comportamiento motor al principio casi desbocado, que se va tranquilizando hasta alcanzar unos hábitos normales al final de esta fase. La expresión de este gusto desmedido por el movimiento es un interés por el deporte próximo al entusiasmo; por ello, la cifra de inscripciones en clubes deportivos es máxima en este momento (fig. 54).

Otras características: equilibrio psíquico, actitud optimista ante la vida, ausencia de preocupaciones; la adquisición de conocimientos y destrezas es entusiasta pero carente de espíritu crítico.

La edad escolar temprana es una etapa óptima para el aprendizaje; ello se explica por las buenas condiciones corporales –los niños son pequeños, ligeros y gráciles, y su relación fuerza-palanca es favorable– y por la mejora de una serie de capacidades: concentración, en comparación con la etapa previa, diferenciación motora fina y recepción y elaboración detallada de la información (cf. Winter, 1981, 255). No obstante, la capacidad de aprender casi al vuelo nuevas destrezas, desarrollada en alto grado durante esta etapa, no va unida a una capacidad igualmente desarrollada de fijar los movimientos recién aprendidos. El predominio, aún presente, de los procesos de excitación, asociado a unos procesos acentuados de irradiación de la regulación nerviosa central, provoca una “difuminación” fácil del bucle motor característico de cada movimiento, dificultando así la retención (cf. Hotz/Weineck, 1983; v. pág. 493). Por este motivo, los movimientos recién aprendidos se deberían repetir a menudo en esta edad, para integrarlos de forma estable en el repertorio motor del niño (cf. Demeter, 1981, 77/78).

Consecuencias para la práctica del entrenamiento:

Las condiciones psicofísicas en esta etapa, extremadamente favorables para la adquisición de destrezas motoras (la ampliación del repertorio motor y la mejora de las capacidades coordinativas son el punto central de la formación deportiva durante toda la edad escolar, temprana y tardía), se deberían aprovechar para aprender un gran número de técnicas básicas en la coordinación gruesa y para refinarlas posteriormente. El trabajo multidisciplinar debería ser un asunto prioritario. En modalidades que requieren una formación técnica de varios años, iniciada en un momento temprano (como, p. ej., patinaje artístico, gimnasia de aparatos, etc.) hemos de procurar que se aprenda ya la técnica refinada. No obstante, el entusiasmo de los niños por el deporte se debería aprovechar con una práctica de ejercicios motivadora y acompañada de vivencias de éxito, hasta que se desarrollen actitudes y hábitos que aseguren la continuación de la práctica deportiva durante toda la vida.

Edad escolar tardía

La edad escolar tardía comienza a los 10 años de vida aproximadamente y dura hasta la entrada en la pubertad.

Esta etapa se suele considerar como “la mejor edad del aprendizaje” (aprendizaje a primera vista). No obstante, las diferencias con la etapa anterior son sólo graduales, las transiciones son fluidas.

La continua mejora de las relaciones peso-fuerza (mayor crecimiento en anchura, optimización de las proporciones y aumento relativamente marcado de la fuerza con escaso aumento de estatura y de masa [cf. fig. 48]) proporciona a los niños, sobre todo si se les plantean las correspondientes exigencias, un elevado dominio del cuerpo (“agilidad felina”). Ello se explica también porque a la edad de entre 10 y 11 años el aparato vestibular (órgano del equilibrio) y los restantes analizadores (v. pág. 486) experimentan una rápida maduración morfológica y funcional, alcanzando valores casi propios de adultos (cf. Demeter, 1981,84). Por ello, en la edad escolar tardía se puede aprender y dominar ya –con su correspondiente trabajo previo– movimientos de notable dificultad, con exigencias elevadas en cuanto a la orientación espacio-temporal. Dado que en esta etapa subsiste una marcada pulsión por el movimiento, y dado que la disposición para la acción, el ánimo y la disposición al riesgo ejercen un influjo extraordinariamente favorable sobre la capacidad de desarrollo motor, nos encontramos a esta edad en una fase clave para las capacidades motoras posteriores: los atrasos en ella se recuperan sólo con dificultad y con un gasto de energía incomparablemente superior.


Figura 54. Período de alta, ingreso y baja en el club deportivo como una función de la edad y del sexo (de Sack, 1982, 40).

Consecuencias para la práctica del entrenamiento:

La “mejor edad para el aprendizaje” debería asegurar, a través de un ejercicio selectivo variado y apropiado para el niño, la adquisición de las técnicas deportivas básicas en la forma gruesa, y de ser posible incluso en la forma fina. La ampliación multilateral del repertorio de movimientos no debería incluir un “gran surtido” de movimientos de escasa calidad y a medio aprender, sino destrezas motoras aprendidas con exactitud. Así pues, se debería aprovechar desde un principio la capacidad de aprendizaje elevada para adquirir movimientos exactos; es muy importante evitar la “automatización” de movimientos incorrectamente aprendidos para no tener que reaprenderlos con posterioridad (v. pág. 512).

Los fundamentos coordinativos para los posteriores rendimientos máximos se cimentan en las edades escolares temprana y tardía. No obstante, constatamos que todas las etapas de la edad se encuentran en una mutua y estrecha relación de dependencia: las etapas siguientes se estructuran siempre sobre la base de las etapas anteriores.

Primera fase puberal (pubescencia)

La primera fase puberal –conocida también como segunda transformación morfológica– comienza entre los 11 y 12 años en las chicas y entre los 12 y 13 en los chicos, y se prolonga hasta la edad de 13-14 o de 14-15 años.

Los cambios bruscos en la existencia física –irrupción de la sexualidad, disgregación de las estructuras infantiles, empujones marcados que afectan las proporciones (aumento anual de estatura de hasta 10 cm y de peso de hasta 9,5 kg)– provocan una acentuada inestabilidad psíquica, alimentada además en gran medida por la inestabilidad hormonal. La nueva existencia corporal tiene que pasar por un proceso de elaboración psíquica.

Con la entrada en la pubertad, el proceso de separación de la casa paterna experimenta un nuevo impulso. Como rasgos característicos podemos mencionar un comportamiento crítico y un cuestionamiento de las autoridades hasta entonces aceptadas. El deseo de independencia y responsabilidad propia se sitúa en un primer plano. La discrepancia entre el querer y el poder provoca a veces fuertes conflictos con el mundo de los adultos, un distanciamiento frente a los padres, profesores y entrenadores, con el correlato de una mayor dedicación al grupo de la misma edad. El grupo de coetáneos es la medida de todas las cosas. Se otorga un gran valor a las actividades comunes de la cuadrilla de amigos.

Del entorno social se espera experiencia y respeto mutuo; en el ámbito deportivo esto se refiere sobre todo al profesor y al entrenador. El derecho democrático a tener voz en el momento de organizar el ejercicio deportivo y la participación activa en dicha organización son exigencias básicas en esta etapa de edad.

El cambio completo de la existencia psicofísica y social conlleva profundas transformaciones en el abanico de intereses generales, circunstancia que no deja de incidir sobre el interés por el deporte (fig. 55). También sufren una profunda transformación las expectativas asociadas a la actividad deportiva (fig. 55).

La figura 55 muestra que el interés por el deporte disminuye de forma abrupta con la entrada en la pubertad. La actividad deportiva, que en la edad escolar era poco menos que “el sentido de la vida”, sufre una fuerte presión de sus competidores y pierde relevancia.

La figura 56 muestra que la actividad deportiva se basa sobre todo en la necesidad de contacto social con personas de la misma edad. La emulación, la rivalidad y la necesidad de competir han perdido terreno en comparación con las etapas previas del desarrollo.

Consecuencias para la práctica del entrenamiento:

El fuerte aumento de estatura y peso, que se refleja en un pronunciado empeoramiento de las relaciones pesofuerza, suele producir pérdidas en la capacidad de rendimiento coordinativo. La precisión de la regulación motora deja bastante que desear: los movimientos excesivos son típicos de esta edad. Por otra parte, la pubertad es la edad de la entrenabilidad máxima de las características físicas, y específicamente la primera fase puberal. Estas nuevas circunstancias exigen el correspondiente enfoque del entrenamiento. Así pues, en la primera fase puberal se mejoran punto por punto las capacidades físicas, mientras que las coordinativas se estabilizan únicamente, o se consolidan poco a poco en el mejor de los casos.

El predominio del análisis intelectual en esta edad permite nuevas formas de aprendizaje motor y de organización general del entrenamiento. Dado el nuevo catálogo de expectativas del joven, se debería conceder más importancia a la participación en el momento de planificar a la propia realización en la cuadrilla de amigos y a una oferta de entrenamiento amplia (aprender, ejercitar, jugar), individualizando cada vez más el control de la actividad. Los conflictos latentes se deberían clarificar a la luz del día, sin adoptar posturas de autoridad. A la hora de dosificar la carga, se deberían tener en cuenta las fuertes oscilaciones en el abanico de motivaciones del joven.

La primera fase puberal es época de transformaciones bruscas. Los errores en la configuración del entrenamiento (demasiado duro, demasiado unilateral), y sobre todo en el trato con el joven, son las causas primordiales del abandono de la actividad deportiva, precisamente en una época en la que los estímulos del desarrollo deportivo revisten una especial importancia. Con un régimen de trato prudente, igualitario y respetuoso con la autonomía y los deseos del joven, y con un programa de entrenamiento dosificado de forma individual, el entrenador asume la difícil tarea de mantener y estabilizar la motivación deportiva de su alumno, y de resolver las situaciones de conflicto con el necesario grado de sensibilidad pedagógica.


Figura 55. Evolución de la perspectiva vital en la edad juvenil (de Sack, 1982, 39).


Figura 56. Evolución de la motivación deportiva en la edad juvenil (de Sack, 1982, 44).

Segunda fase puberal (adolescencia)

La adolescencia comienza entre los 13 y 14 años en las chicas y entre los 14 y 15 en los chicos, prolongándose hasta la edad de 17 y 18 o 18 y 19. La adolescencia supone la conclusión del desarrollo que media entre niño y adulto. Se caracteriza por un debilitamiento de todos los parámetros de crecimiento y desarrollo. Si en el joven de 13 o 14 años el aumento anual de estatura y peso alcanzaba en ciertos casos los 10 cm y los 9,5 kg, ahora no se pasa ya de 1-2 cm y de 5 kg (cf. cita de Szögy en Demeter, 1981, 154). El rápido crecimiento en altura es sustituido por un mayor crecimiento en anchura. Las proporciones se armonizan, lo que incide de modo favorable en la mejora de las capacidades coordinativas. El aumento de la fuerza y la capacidad de almacenar engramas –máxima en esta edad– crean unas condiciones óptimas para el progreso de la capacidad de rendimiento deportivo. Dado que en la adolescencia se pueden trabajar las capacidades físicas y coordinativas de idéntica forma y con igual intensidad, esta etapa supone, después de la edad escolar tardía, una nueva fase de mejora intensa del rendimiento motor. Los movimientos más difíciles se aprenden con rapidez y se retienen sin dificultades.

Se observa en esta época una situación de equilibrio psíquico, que tiene su efecto positivo para el proceso del entrenamiento. El equilibrio se basa principalmente en una estabilización de la regulación hormonal, que en la primera fase puberal presentaba aún cambios pronunciados: los mecanismos de regulación neurohumorales entre hipotálamo e hipófisis experimentan un ajuste definitivo; en comparación con la fase anterior, los receptores del hipotálamo, centro regulador jerárquicamente superior, reaccionan ya con cantidades relativamente grandes de hormonas reguladoras y ponen en marcha los correspondientes mecanismos de retroalimentación (cf. Demeter, 1981, 107). La situación de equilibrio creciente que se observa tras la primera fase puberal está condicionada también por la influencia compleja de la escuela, la familia y la sociedad, que provoca un marcado desarrollo de la personalidad y una mayor integración social.

Consecuencias para la práctica del entrenamiento:

El equilibrio de las proporciones corporales equilibradas, la estabilidad mental y una mayor capacidad de raciocinio y de observación convierten la adolescencia en la “segunda edad de oro del aprendizaje”. La capacidad de carga psicofísica, similar a la del adulto, y la plasticidad, aún conservada, del sistema nervioso central, típica de todo el período de crecimiento, permiten efectuar un entrenamiento voluminoso e intenso. Hacia el final de la adolescencia estamos ya en la edad de máximo rendimiento en algunas modalidades, y conviene por tanto adoptar casi todos los métodos y contenidos de entrenamiento del deporte de adultos. La adolescencia se debería aprovechar para perfeccionar las técnicas específicas de la modalidad y para adquirir la condición física necesaria.

Consideraciones finales como resumen sobre el entrenamiento en las edades infantil y juvenil

•El entrenamiento de niños y jóvenes no es un entrenamiento de adultos reducido.

Toda etapa de edad tiene sus tareas didácticas especiales y sus particularidades específicas del momento del desarrollo.

•Las propuestas de estímulos y de aprendizaje tienen que orientarse en función de las fases sensibles.

La fase de la prepubertad se presta sobre todo a la mejora de las capacidades coordinativas y a la ampliación del repertorio de movimientos, y el período de pubertad, sobre todo al trabajo de las capacidades físicas. Hay que tener en cuenta, no obstante, que la coordinación (técnica) y la condición física se han de desarrollar siempre en paralelo, aun destacando uno u otro aspecto.


Entrenamiento total

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