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a) La oposición entre ambas disciplinas

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En la antigüedad hubo—como los hay hoy—muchos que pensaban que lo único que la filosofía podía aportar a la vida de la iglesia era el error.

El más notable de quienes sostuvieron esa posición fue Tertuliano, quien vivió en el norte de África a fines del siglo 2 y principios del 3. Tertuliano estaba preocupado por las muchas doctrinas que circulaban en su tiempo, particularmente las de los gnósticos y las de Marción, que contradecían aspectos esenciales del evangelio. Había quien sostenía que solamente la realidad espiritual era buena, y que por tanto Dios no era el creador del mundo físico. Había quien negaba la realidad del cuerpo físico de Jesús. Había quien decía que el amor de Dios era tal que Dios nunca juzga ni castiga. Tertuliano estaba convencido de que el origen de todos estos errores estaba en la filosofía. Por tanto, refiriéndose a Atenas y a su Academia como símbolos de la filosofía, Tertuliano declaraba: «¿Qué tiene que ver Atenas con Jerusalén? ¿Qué la Academia con la Iglesia?»

En otras épocas, otros teólogos han sostenido posiciones semejantes. En el siglo 20, Karl Barth, a quien ya hemos mencionado, rechazó el uso de la filosofía en la teología. Esto se debió en parte a que, en las generaciones inmediatamente anteriores, varios pensadores alemanes habían producido sistemas en los que la teología y la filosofía se confundían. Y se debió también a que, en vista de su entendimiento de la teología y su función, Barth pensaba que la teología debía ser una disciplina autónoma, que en nada dependiera de la filosofía o de cualquier otra disciplina.

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