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b) La teología como sistematización de la doctrina cristiana
ОглавлениеDesde fecha muy temprana en la historia de la iglesia, se vio la necesidad de sistematizar la fe cristiana, o al menos sus puntos esenciales. Ya a mediados del siglo segundo, había lo que se llamaba la «regla de la fe», que era una breve lista de esos puntos esenciales, con especial énfasis en los que algunos negaban.
Hacia fines de ese mismo siglo, y principios del tercero, el gran sistematizador de la fe cristiana fue Orígenes, cuya obra Acerca de los primeros principios cubre todos los puntos esenciales de la fe cristiana, desde las doctrinas de Dios y de la creación, hasta la escatología. A partir de entonces, se han escrito cientos de obras de «teología sistemática», cuyo propósito es precisamente presentar la doctrina cristiana como un todo ordenado y coherente.
Esta función de la teología es importante, aunque no deja de tener sus peligros. Como sistematización de la doctrina cristiana, puede servir de punto de referencia sobre la cual juzgar cualquier doctrina o idea que alguien sugiera. Era así que la iglesia antigua usaba la «regla de fe». Así, por ejemplo, si alguien sugería que alguna cosa no era creación de Dios, sino del Diablo, era fácil responderle de inmediato que la regla de fe afirmaba que Dios es «creador del cielo y de la tierra», o «creador de todas las cosas, visibles e invisibles». Lo mismo si alguien negaba la vida eterna, la encarnación de Jesucristo u otras doctrinas.
La misma función puede tener la teología para nosotros hoy. Si en medio de un estudio bíblico alguien sugiere la interpretación de un texto que contradice el mensaje de todo el resto de la Biblia, y de antemano nos hemos preparado estudiando la teología, ese conocimiento teológico nos ayudará a reconocer el error de lo que se propone, y a ver si es posible interpretar el texto de otra manera.
Este modo de entender y de emplear la teología tiene también sus peligros. El más importante de ellos está en que al querer sistematizarlo todo y clasificarlo todo, le demos a nuestro sistema una autoridad que no debe tener.
Este fue el gran peligro de la teología en el siglo 19, contra el cual el teólogo luterano danés Soren Kierkegaard dijo que el ser humano existente, por el hecho mismo de existir, es decir, de estar en el tiempo y en el espacio, no puede jamás sistematizar toda la realidad. Dice él: «¿Quiere decir esto que no haya tal sistema? En modo alguno. Toda la realidad es un sistema para Dios; pero nunca para nosotros.»
Un ejemplo de esto lo vemos en el modo en que el teólogo calvinista Jerónimo Zanchi, a fines del siglo 16, intentó probar la doctrina de la predestinación. Según Zanchi, puesto que Dios es omnipotente y omnisciente—es decir, lo puede todo y lo sabe todo—Dios sabe y determina todo lo que ha de acontecer, y no hay tal cosa como libertad humana. Lo que Zanchi ha hecho con tal argumento es pretender que Dios tiene que ajustarse a nuestra comprensión de la omnisciencia y de la omnipotencia. Pero lo cierto es que, si Dios es de veras omnipotente, Dios no tiene por qué ajustarse a los argumentos de Zanchi ni de cualquier otro teólogo. Si Dios es verdaderamente omnisciente, bien sabrá cómo permitir que exista la libertad humana, aun cuando el «sistema» de Zanchi no dé lugar a ella.
Otro peligro de la excesiva sistematización de la teología es que el mensaje y la obra de Dios parezcan reducirse a los tres o cuatro puntos del sistema. Esto sucede, por ejemplo, cuando reducimos el mensaje de la Biblia a un «plan de salvación» en tres, cuatro, o doce puntos, y tal parece que basta con conocer esos puntos, de tal modo que la Biblia sale sobrando.