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6. La teología y la comunidad de fe
ОглавлениеAunque frecuentemente nos olvidamos de ello, la teología es función de la iglesia, y no únicamente de teólogos especializados o de cristianos individuales. La fe cristiana se vive en la comunidad de los creyentes, la iglesia. De igual modo, la teología ha de hacerse en el seno de esa comunidad.
Naturalmente, quien se dedique al estudio de la teología tendrá que apartar ratos de soledad para el estudio, la reflexión y la escritura. Empero aun en esos ratos de soledad deberá considerarse a sí mismo como parte de la comunidad de fe. La teología no es cuestión de hacer descubrimientos individuales como los «científicos locos» de las películas de terror. Su crítica sobre la vida y proclamación de la iglesia ha de hacerse, no desde fuera, sino desde dentro, como parte de la misma comunidad cuya fe y vida se ponen bajo el juicio de la Palabra de Dios.
Ciertamente, quienes se dedican al estudio de la teología encontrarán puntos en los cuales es necesario hacer un llamado a la reforma de la vida y proclamación de la iglesia. Empero ese llamado sólo tiene valor no cuando se hace individualmente, sino cuando encuentra eco en la fe de la iglesia misma, o al menos en un sector de ella.
Es importante subrayar esto, porque el individualismo de los tiempos modernos frecuentemente nos hace imaginar que los grandes teólogos han sido quienes se han opuesto a toda la iglesia, como héroes solitarios. Empero lo cierto es que los grandes teólogos han sido aquellos cuya obra ha encontrado eco en la fe y vida de la iglesia.
El caso típico es el modo en que nos imaginamos a Lutero y su obra. Es cierto que en el Debate de Leipzig, acosado por sus enemigos que citaban la autoridad del Concilio de Constanza, Lutero declaró que un cristiano cualquiera con su Biblia tiene más autoridad que todos los concilios, y que en la Dieta de Worms se enfrentó al Emperador y a las autoridades imperiales con su famoso «Estoy en lo firme». Empero esto no quiere decir que Lutero fuese el héroe solitario que nos hemos imaginado. Lo que Lutero quiso decir en Leipzig fue que la autoridad de la Biblia era tal, que quien la tenga de su parte tiene más autoridad que cualquier concilio, no por estar solo, sino por estar con la Biblia. El propio Lutero se opuso tenazmente a los «falsos profetas» que pronto surgieron, cada cual con su propia idea acerca de lo que la Biblia decía. Y lo que le dio fuerzas para continuar con su doctrina de la justificación por la fe fue el hecho de que esa doctrina encontró eco en buena parte de la comunidad de fe, que la reconoció como bíblica.
Al igual que Lutero, Calvino y los demás reformadores insistieron siempre en el carácter comunitario de la fe cristiana, y por tanto en el carácter comunitario de la teología. Tanto Calvino como Lutero fueron asiduos estudiosos de la tradición cristiana, y no se apartaron de ella sino cuando sus estudios de la Biblia lo hicieron inevitable. Más tarde, lo mismo puede decirse de Juan Wesley, quien declaró que «no hay santidad que no sea social». Lo que Wesley quería decir con esto es que la vida cristiana es vida en comunidad. De igual modo, la verdadera teología cristiana es teología en comunidad.
Por otra parte, el hecho de que se haga teología dentro de la comunidad de la iglesia puede llevarse a tal punto que la teología pierda su libertad, y por tanto su función crítica. Si la teología no puede decir sino lo que la iglesia ya dice, no tiene por qué decírselo. Tal teología podría tener una función apologética, como presentación de la fe a quienes están fuera de la comunidad; pero no podría tener una función crítica ante la vida y proclamación de la iglesia.
El caso extremo de esto lo vemos en la tendencia a prestarles tal autoridad a la tradición y las enseñanzas de la iglesia, que la teología no puede sino repetir lo que siempre se ha dicho, y no puede usar de las Escrituras para corregir a la iglesia. Ya en el siglo 5 Vicente de Lerins declaró que solamente ha de creerse o de enseñarse lo que ha sido creído «siempre, en todo lugar y por todos»: quod semper, quod ubique, quod ab omnibus. Aparte el hecho de que bien poco ha sido jamás creído tan universalmente, esta fórmula limita a la teología a la repetición del pasado, sacraliza lo que la iglesia declare ser su tradición, y por tanto hace muy difícil la crítica de la vida y de la proclamación de la iglesia a la luz del evangelio.
Algo parecido declaró en el siglo 16 el Concilio de Trento, en su esfuerzo por refutar la insistencia del protestantismo en la autoridad única de las Escrituras.
Empero no es sólo entre católicos que encontramos esta actitud. También en algunos círculos protestantes, aunque se insiste en la autoridad de las Escrituras, solamente se admite un modo de interpretarlas, y quien difiera en lo más mínimo de tal interpretación se vuelve persona no grata. En tal caso, aun sin percatarnos de ello, hemos caído en una posición muy semejante a la de Vicente de Lerins, aunque sin la amplitud y universalidad de este último.
En resumen, que en la labor teológica la relación entre el individuo y la comunidad es dialéctica o circular: El individuo ofrece un juicio sobre la proclamación y la vida de la iglesia, en base a su lectura del evangelio, pero siempre como miembro y partícipe de esa misma comunidad de fe; la comunidad reconoce la justicia o falta de justicia de lo que se dice. En base a ese reconocimiento, el individuo continúa o corrige lo que dice y piensa. Y el círculo continúa . . .
En cierto modo, tras todos los viejos debates acerca de la Escritura y la tradición entre católicos y protestantes, tenemos que decir que también la relación entre Escritura y tradición es dialéctica o circular. Ciertamente, el evangelio le dio origen a la iglesia. Pero fue la iglesia la que reconoció el evangelio en los libros que hoy forman el Nuevo Testamento, y por tanto los incluyó en el canon o lista de libros sagrados. Después, y a partir de entonces, la iglesia ha tenido que ajustarse a ese canon como su regla de fe y de acción. Pero esas Escrituras siempre las interpretamos desde una tradición. Y así el círculo continúa. . .