Читать книгу Introduccin a la teologa cristiana AETH - Justo L. Gonzalez - Страница 8

c) La teología como defensa de la fe y como puente hacia los no creyentes

Оглавление

Desde fecha muy temprana se vio la necesidad de defender la fe frente a quienes la criticaban, así como de preparar el camino para que los no creyentes pudiesen acercarse al evangelio. Así, por ejemplo, cuando la iglesia cristiana comenzó su predicación en medio del Imperio Romano y de su cultura grecorromana, había quienes se burlaban de los cristianos porque no tenían dioses visibles. Algunos hasta les llamaban «ateos» por esa misma razón. Frente a tales críticas y acusaciones, algunos líderes intelectuales del cristianismo comenzaron a buscar puentes entre su fe y la cultura circundante. Uno de esos puentes lo encontraron en lo que algunos de los más distinguidos filósofos de la antigüedad—especialmente Platón—habían dicho acerca del Ser Supremo. Según esos filósofos, por encima de todos los seres visibles ha de haber un primer Ser, infinito e inmutable, del cual todos los demás seres derivan la existencia. Uniendo esa antigua aseveración filosófica a la doctrina cristiana, esos antiguos teólogos cristianos—personajes como Justino, Clemente de Alejandría y Orígenes—afirmaron que el mismo Ser a quien los cristianos llamaban «Dios» o «Padre» era el que los antiguos filósofos habían llamado Ser Supremo, Belleza Suprema, Bondad Suprema, Primer Motor, etc. De ese modo mostraban que la fe cristiana no era tan irracional como se decía, y que los cristianos, lejos de ser «ateos», adoraban a un Ser por encima de todos los supuestos dioses de los paganos.

Esto es lo que se conoce como la «función apologética» de la teología. En este contexto, «apología» quiere decir «defensa». Por eso, aquellos primeros autores que escribieron obras de este tipo reciben el nombre de «Apologistas» o «Apologetas». Y por ello la teología que se dedica a este tipo de tarea recibe el nombre de «Teología Apologética», o sencillamente «Apologética».

Indudablemente, esta tarea es importante y valiosa. Por ejemplo, de no haber sido por aquellos primeros apologistas del siglo segundo, y por quienes continuaron su tarea en los siglos tercero y cuarto, el cristianismo no hubiera podido entrar en diálogo con la cultura circundante. Ciertamente, en el libro de Hechos vemos primero a Pedro, luego a Esteban, y por último a Pablo, todos judíos, defendiendo la fe cristiana frente a otros judíos que no la aceptaban. En el día de hoy, puesto que hay tantos argumentos contra la fe cristiana, es necesario refutarlos, si no necesariamente para probar la verdad de esa fe, al menos para quitar los obstáculos falsos que se colocan en el camino a ella. Así, por ejemplo, la teología en su función apologética puede ayudarnos a refutar los argumentos de los ateos, que pretenden que es imposible creer en Dios.

Por otra parte, sin embargo, la teología como apologética presenta también sus peligros. Sobre esto volveremos en otro capítulo al tratar sobre las «pruebas» de la existencia de Dios. En todo caso, parte del peligro está en que el argumento apologético es como un puente en que el tráfico fluye en ambas direcciones: no solamente sirve para convencer a los no creyentes, sino que también puede convencer a los creyentes, torciendo el contenido de su fe.

El ejemplo más claro de esto lo vemos en los argumentos de los «apologistas» del siglo segundo a quienes ya nos hemos referido, y el modo en que su pensamiento ha impactado la doctrina de Dios. Cuando esos apologistas se enfrentaron a la cultura grecorromana, se vieron en la necesidad de defender su fe en un Dios único e invisible, cuando en esa cultura los dioses eran muchos, y se les veía en las estatuas que se colocaban en los templos. Para responder a esas críticas, los apologistas acudieron a los escritos de Platón en que se hablaba de un Ser Supremo, y dijeron que ése era el Dios de los cristianos. El gran valor de tal argumento estaba en que lograba, para la proclamación de la fe, el apoyo de uno de los más respetados pensadores de la antigüedad, Platón. El gran peligro estaba en que los cristianos llegasen a pensar—como en efecto lo hicieron—que el modo en que Platón habla del Ser Supremo es mejor o más exacto que el modo en que la Biblia habla de Dios. A consecuencia de esto, buena parte de la teología cristiana comenzó a concebir a Dios como un ser impersonal, impasible, apartado de las realidades humanas, y por tanto muy distinto del Dios de Israel y de Jesucristo, quien se involucra en la historia humana, sufre con quienes sufren, y responde a las oraciones.

Introduccin a la teologa cristiana AETH

Подняться наверх