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Las cuatro dimensiones del ser

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Los cuadrantes se refieren a cuatro dimensiones de nuestro ser-en-el-mundo: la dimensión interior-individual (es decir, el dominio de la psicología, los pensamientos, los sentimientos y las intenciones), la dimensión interior-colectiva (es decir, las relaciones, la cultura y los significados compartidos), la dimensión exterior-individual (es decir, el cuerpo físico y la conducta) y la dimensión exterior-colectiva (es decir, el entorno y las estructuras y sistemas sociales).


Figura 3.1 Globalmente considerados, los cuatro cuadrantes son cuatro aspectos diferentes de nuestro ser-en-el-mundo

También nos referimos a las cuatro perspectivas correspondientes de nuestra conciencia presente como yo, nosotros, ello y ellos.

La Práctica Integral de Vida emerge siempre en y como los cuatro cuadrantes (ésta es la parte de la integralidad del ello), aunque siempre hay prácticas que se centran más en un cuadrante que en otro.

En las cuatro secciones siguientes presentaremos una serie de ejercicios que pueden ser utilizados para explorar cada uno de los cuatro cuadrantes a través de las lentes proporcionadas por las perspectivas del “yo”, del “nosotros”, del “ello” y del “ellos”. De este modo empezaremos a familiarizarnos con la sensación de las múltiples dimensiones en las que emerge toda nuestra experiencia, es decir, con el territorio en el que se mueve nuestra propia práctica

Los cuatro cuadrantes son los 360° en los que se mueve nuestra vida

Nuestra vida y nuestra Práctica Integral de Vida abarcan 360°. Y, puesto que nuestra vida emerge en y como los cuatro cuadrantes, respetar estas cuatro perspectivas primordiales nos ayuda a comprometernos con ella de un modo más equilibrado e inteligente. Pero la Práctica Integral de Vida no fragmenta la vida en cuatro ni en cuatrocientas piezas, sino que está arraigada en la conciencia de su totalidad y singularidad, es decir, en su “integridad”. Y aunque, en ocasiones, determinadas prácticas concretas se centren más en un cuadrante que en otro, los cuatro, de un modo u otro, siempre se hallan presentes.


Figura 3.2 Los cuatro cuadrantes son las cuatro perspectivas de nuestra conciencia presente

Familiarícese con el “yo”

Sintonice con el espacio interno de su “yo”, con su conciencia individual en tanto que ser intencional y sensible poseedor de una sensación de “identidad”. ¿Qué es lo que sucede ahí dentro? ¿Qué es lo que aparece en el escenario de su conciencia? Ésta es una pregunta a la que sólo uno puede responder. Y es que, aunque su conducta puede proporcionarnos alguna que otra pista, el ojo interno está mejor adaptado para ello, porque lo que ocurre en su interior, es decir, en el espacio de su “yo”, resulta invisible a los demás.

Un picor aquí, un hormigueo allí, un dolor en la región lumbar, la energetización que acompaña al ejercicio físico, el agotamiento que sigue a una larga jornada laboral, el placentero cosquilleo de las caricias de su pareja, las ganas de tomarse un tentempié a medianoche, la sensación de cansancio de sus pies o el bochorno de sentir todo su cuerpo sudado. ¿Cuáles son las sensaciones que aparecen en el escenario de su “yo”?

El enfado con un mundo que se está volviendo loco, la compasión por quienes hacen las cosas lo mejor que pueden, la apatía cuando advierte la poca importancia que tienen sus acciones, la satisfacción cuando le pagan con un talón y la frustración al descubrir que carece de fondos, la felicidad de dar un paseo a la luz de la luna, el aburrimiento que experimenta en el trabajo, la sensación de amor que acompaña a la apertura de su corazón, la melancolía sin motivo, el miedo a no poder desarrollar sus potencialidades más elevadas, la gratitud por ser quien ahora mismo es, la envidia de no poder hacer las cosas que querría y la alegría que acompaña al despertar. ¿Cuáles, de todas éstas, son las emociones que ahora mismo experimenta en el escenario de su “yo”?

Voces internas que no dejan de charlar entre sí, el controlador, el escéptico, el protector, el crítico, el juez, el abusador y el niño herido. “¡No eres lo suficientemente bueno!”, “¡Eso no es seguro!”, “¡Deberías esforzarte más!”, “¡Estás equivocado!”, “¡Haz tal cosa!” o “¡Vaya mierda!”. Recuerdos traumáticos que aparecen una y otra vez, recuerdos de las veces en que, siendo niño, se sintió maltratado, el recuerdo del día en que su padre le abandonó y el recuerdo de aquel amigo que acabó traicionándole. Cada uno arrastra consigo una gran bolsa llena de las sombras de las cualidades de las que se ha enajenado y proyecta sobre los demás. “¿Enfadado yo? ¡Quien está enfadado es él!”, “¡Yo no estoy celoso! ¡La celosa es ella!”. Y la disociación siempre va acompañada de una especie de muerte. ¿Cuál es la dinámica psicológica que se despliega en el espacio de su “yo”?

En nuestro mundo interior se mueven pensamientos, ideas, opiniones, intenciones, motivaciones, objetivos, visiones, valores, visiones del mundo y filosofías de la vida. Es en el espacio de ese “yo” donde emergen todos los conceptos, desde el “creo que le gusto” hasta “E = mc2”. Los sueños iluminan ese despliegue anterior con imágenes sutiles que hacen cosas de lo más extrañas. Independientemente de que resulten aterradores, sexuales, clarificadores o estimulantes, los sueños pertenecen a un dominio sutil muy diferente al propio de la vigilia ordinaria. Y ésa no es más que una muestra de los múltiples fenómenos que pueden emerger en el espacio del “yo”, en el espacio individual e interior de éste y de todos los instantes de su vida.


Figura 3.3 Los cuatro cuadrantes con énfasis en el “yo”

La práctica de la introspección, que consiste en centrar la mirada en el “yo”, puede propiciar la aparición de momentos de gracia en los que se apacigua el flujo de esa suerte de río interior. Entonces es cuando, en lugar de las corrientes y de los rápidos habituales, aparece una mente espejo iluminada que refleja lúcidamente nuestro rostro, nuestro Rostro Original, habitualmente elusivo, aunque siempre manifiestamente omnipresente. El resplandor sereno abre la barrera sin puerta de la transparencia radical durante todo el camino de descenso que nos abre a las profundidades del océano de la conciencia. Contemple el espacio vacío en el que burbujea el agua de su conciencia interior, el espacio de su “yo”.

Familiarícese con el “nosotros”

Imagine ahora que se encuentra con una persona con la que realmente se relaciona. Evoque los sentimientos y emociones que experimenta cuando está en su presencia. Y es que, aunque no siempre coincida con ella, usted se relaciona con esa persona de un determinado modo. Esa persona ha dejado de ser un “ello” y se ha convertido, para usted, en un “tú”. El espacio del “nosotros” requiere ese reconocimiento mutuo, esa comunicación y esa comprensión compartida. Usted y yo experimentamos sentimientos, visiones, deseos y conflictos compartidos, un torbellino de amor y desengaño, de obligaciones y compromisos rotos, de los altos y de los bajos de todo lo que, en la vida, nos parece “importante”. Ahora mismo podemos sentir la auténtica textura de esas experiencias, pensamientos, intuiciones y emociones compartidas, ese milagro llamado “nosotros”.

Cuando yo me encuentro con usted y nos comunicamos, empezamos a resonar, a compartir y a entendernos lo suficiente, al menos, como para compartir cierta sensación de significado. Entonces es cuando dos “yoes” se convierten en un “nosotros”. Recuerde la última ocasión en que entabló una conversación interesante con un extraño. Recuerde cómo se sentía antes y después de la interacción. Cuando le conoció no era más que un “ello”, es decir, un objeto al que, si bien podía ver, realmente desconocía. Luego empezó a charlar con él, a intercambiar historias, a conectar con su estado emocional y a advertir la experiencia humana que se expresaba en sus ojos. Era como si realmente asistiese al nacimiento de un “nosotros” que iba erigiéndose con cada palabra, con cada asentimiento, con cada sonrisa, con cada gesto de comprensión y con cada experiencia compartida.


Figura 3.4 Los cuatro cuadrantes con énfasis en el “nosotros”

Considere ahora la gran diversidad de espacios que configuran el “nosotros”, el nosotros de la familia, el nosotros del trabajo, el nosotros romántico, el nosotros del deporte, el nosotros de los buenos amigos, el nosotros de la comunidad de vecinos, el nosotros global, etcétera, etcétera, etcétera. Advierta la textura singular y única de cada uno de esos espacios. Esos espacios son tan comunes que resulta fácil soslayar el increíble milagro de que dos o más personas puedan llegar a entenderse. Para que la comunicación sea posible, algo suyo debe ser capaz de llegar a mi mente y, del mismo modo, yo también debo poder adentrarme lo suficiente en la suya como para que coincidamos en estar viendo lo mismo. ¿No le parece realmente sorprendente?

¿No le parece extraordinaria la posibilidad de sintonizar con otra persona en la misma longitud de onda y de darse cuenta de que realmente le comprende? Ese extraordinario “nosotros” va configurándose en la medida en que usted y yo nos comprendemos, nos enamoramos, nos odiamos y en las muchas formas, en suma, en que llegamos a experimentar que, de algún modo, el otro forma, en realidad, parte de nuestro ser.

Familiarícese con el “ello”

A diferencia de la comprensión mutua que caracteriza el espacio del “nosotros”, el espacio del “ello” es la perspectiva que nos permite ver las superficies, objetivar las cosas y las personas y percibir las conductas. El espacio del “ello” va acompañado de una sensación de “cosa”, porque es el dominio de la dimensión exterior de lo individual, de algo que podemos ver, tocar, degustar, oler, escuchar y señalar.

Dirija su atención hacia la dimensión exterior de su yo, es decir, hacia el espacio del “ello”. El cuerpo físico u ordinario es un vehículo realmente asombroso (una auténtica obra de arte) compuesto de muchos estratos de complejidad diferente, que van desde las partículas subatómicas hasta los átomos, las moléculas, las células, los tejidos, los órganos y los sistemas orgánicos, y que le permite interactuar con el mundo.

Eche ahora un vistazo a una pulgada cuadrada de piel de su brazo. Dese cuenta de que, en esa pulgada cuadrada, hay más de tres metros y medio de fibras nerviosas, mil trescientas neuronas, cien glándulas sudoríparas, tres millones de células y casi tres metros de vasos sanguíneos. Eso es lo que advertiría si contase con un microscopio y tuviese mucho tiempo libre. ¿No les parece extraño pensar que cada uno de nosotros pasó media hora como célula simple y que hoy en día esté compuesto de diez mil millones de células?… ¡Y, dicho sea de paso, en el tiempo que necesite para leer esta simple frase, cincuenta millones de células habrán muerto y se habrán visto reemplazadas por otras nuevas!

Nuestro cuerpo quizá represente la cúspide de la complejidad física. Más de 70 kilómetros de redes nerviosas conectan el cerebro con el cuerpo transmitiendo información en forma de impulsos eléctricos a velocidades que superan los 300 kilómetros por hora y generando la suficiente electricidad como para encender una bombilla de 100 W (o quizá una carrera de máquinas inteligentes). Y las posibilidades a las que nos abren los cien mil millones de neuronas del cerebro son casi ilimitadas.


Figura 3.5 Los cuatro cuadrantes con énfasis en el “ello”

El interior de nuestro cuerpo es, en realidad, exterior

Aunque nuestro cerebro, nuestra sangre y nuestros intestinos puedan estar ubicados dentro de nuestro cuerpo físico siguen siendo, no obstante, exteriores a nuestro ser y se hallan, por tanto, en el espacio del “ello”. O, dicho de otro modo, podemos verlos como objetos físicos. Podemos cortar y abrir el cuerpo y seguir viendo las células y los órganos, porque todos ellos son objetos exteriores.

Deténgase y sienta el espacio del “ello” compuesto por el bum… bum… bum de su corazón. Observe los casi 100.000 kilómetros de vasos sanguíneos a través de los que la sangre atraviesa su brazo mil veces al día. ¡Bum… bum… bum…! ¡Cuarenta millones de veces al año!

La conducta de su cuerpo físico —su conducta— ocurre también en espacio del “ello”. ¿Cómo se muestra usted al mundo? ¿Qué es lo que hace? Los músculos del rostro necesarios para fruncir el ceño son más que los que se necesitan para sonreír (43 frente a 17). Las expresiones faciales, como los movimientos y las conductas, tienen lugar en el espacio del “ello”. Y, hablando de movimientos corporales, un reciente informe de la Organización Mundial de la Salud afirma que a diario ocurren unos cien millones de actos sexuales. La buena noticia es que, en un beso de un minuto, uno quema 26 calorías y no digamos ya… bueno, no importa. Y todo eso abarca uno solo de sus cuerpos, el cuerpo físico ordinario. Pero el espacio del “yo” incluye también un cuerpo sutil y un cuerpo causal. Lo que viene a significar tres cuerpos.

Familiarícese con el “ellos”

Tómese el tiempo necesario para echar un vistazo al entorno inmediato que le rodea. ¿Dónde está leyendo este libro?, ¿en la cama?, ¿en una biblioteca?, ¿en un tren?, ¿en la sala de espera de la consulta del dentista?, ¿en una hamaca en pleno Caribe? Porque lo cierto es que, esté donde esté, se halla en relación con el entorno físico exterior, como otros organismos, edificios y configuraciones geográficas (como montañas, ríos y bosques).

Eche ahora un vistazo a su ropa. ¿De dónde proviene?, ¿quién la fabricó?, ¿de qué está hecha?, ¿qué sistema financiero le permitió comprarla?, ¿cómo llegó a la tienda en la que la compró?, ¿la compró acaso por teléfono o por Internet?, ¿qué sistema legal garantiza que no le engañen?, ¿a qué sistema político se hallaban sometidos los obreros que la fabricaron?, ¿cuánto se contaminó, durante el proceso de producción, el medio ambiente? Todas estas preguntas se refieren a los muchos sistemas diferentes en los que nos hallamos inmersos —y eso es precisamente lo que hacemos al rastrear algunos de los sistemas ligados a la ropa con la que nos vestimos.

Intente ahora la siguiente visualización: haga un zoom desde su sistema familiar inmediato hasta su vecindario, su ciudad, su país, el hemisferio planetario en que se encuentra, la Tierra, el sistema solar, la Vía Láctea y la totalidad del universo. Ahora haga exactamente lo contrario, comience con el universo y vaya concentrando su atención en la Vía Láctea, el sistema solar, la Tierra, el hemisferio planetario, su país, su ciudad, su vecindario y su sistema familiar. Sienta, en la medida en que vaya visualizando la gran red de la vida, la conexión que mantiene con los muchos ecosistemas físicos que pueblan el espacio de los múltiples “ellos” en los que se halla inmerso.

Es muy normal que, cuando la persona se da cuenta de la estrecha relación que mantiene con multitud de sistemas, experimente una profunda sensación de interconexión. Ejemplos de esos escenarios exteriores que compartimos son los sistemas políticos, los sistemas legales y los sistemas económicos. En este sentido, las instituciones (educativas y gubernamentales, por ejemplo), las empresas (como Google, por ejemplo) y las organizaciones sin fines de lucro (como la Cruz Roja, por ejemplo) se entremezclan para configurar la infraestructura de la sociedad. Y la combinación de sistemas sociales influye, de modos muy diversos y profundos, en nuestra vida y en nuestro desarrollo.


Figura 3.6 Los cuatro cuadrantes con énfasis en el “ellos”

Todo esto incluye los amplios sistemas y redes de comunicación que nos unen. Y es interesante señalar que las nuevas formas de intercambio de información de nuestra sociedad cada vez nos unifican más. El exterior de la comunicación se refiere a los mecanismos de distribución a través de los que viaja la información, como los medios de comunicación de masas, la publicación de libros, las redes de teléfonos móviles, los sistemas de televisión por satélite y, obviamente, Internet. ¿Le suena algo de esto?

El Gran tres: Yo, nosotros y ello

Hay veces en las que, por mera conveniencia, unificamos y resumimos los cuadrantes de la mano derecha (los cuadrantes del ello y del ellos) en lo que llamamos “el Gran tres”, es decir, yo, nosotros y ello.


La naturaleza y la sociedad configuran nuestro espacio del “ellos”, es decir, los contextos exteriores en los que nos hallamos sumidos.

La práctica integral de vida

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