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MAI

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En tiempos de la colonización, Francia consideró que Indochina, y Vietnam con ella, era, más que un asentamiento, una zona de explotación económica. Consiguió entrar en la carrera del caucho plantando heveas. Hacía falta mucha voluntad para mantener allí, en medio de los matorrales, a grupos de obreros agrícolas arrancando los rizomas de los bosques de bambú, profundamente arraigados en el suelo, y a continuación plantando heveas para más adelante recoger su savia día tras día. Cada gota de látex obtenida valía la gota de sangre o de sudor que se había derramado. Las heveas podían dejarse sangrar durante veinticinco o treinta años, mientras que uno de cada cuatro de los ochenta mil culis enviados a las plantaciones caía mucho antes. Esos millares de muertos siguen preguntándose en medio del rumor de las hojas, del murmullo de las ramas y del soplo del viento por qué se dejaron la vida sustituyendo su selva tropical por árboles llegados de la Amazonia, por qué tuvieron que mutilarlos, por qué llevaban las riendas unos extranjeros, aquellos hombres altos de mejillas pálidas y piel peluda que no se parecían en nada a sus ancestros, de cuerpo huesudo y cabellos color ébano.

Mai tenía la piel cobriza de los culis, y Alexandre, la postura del propietario, rey de sus dominios. Alexandre se encontró con Mai dominado por la ira. Mai se encontró con Alexandre dominada por el odio.

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