Читать книгу Em - Kim Thuy - Страница 18
TÂM Y EL INSTITUTO
ОглавлениеEn My Lai la niñera de Tâm la llevaba en bicicleta pedaleando decenas de kilómetros para que pudiera seguir sus clases de piano. Prefería remendarse el pantalón docenas de veces antes que abrir el libro lleno de anillos y plata que las había acompañado en su huida. Durante el día animaba a Tâm a tomar asiento en el pupitre del colegio; por la noche la protegía de las miradas curiosas acostándola entre ella y la abuela.
Con el fin de respetar la voluntad de Alexandre y de Mai, la niñera de Tâm buscó la ayuda de los profesores de la región para cumplimentar los formularios necesarios de modo que Tâm pudiera presentarse al examen de acceso a la escuela más prestigiosa de Saigón. El instituto Gia Long había sobrevivido a las mudanzas, a las ocupaciones y a la metamorfosis de su misión sin perder su buen nombre. Tras su fundación a comienzos del siglo XX, momento en que recibió el nombre de Colegio de muchachas indígenas, el centro exigía el uso del francés, salvo durante las dos horas semanales de clase de literatura vietnamita. Al cabo de unas décadas se introdujo la enseñanza en lengua vietnamita y pronto llegó el inglés. Cada año se admitía sólo al diez por ciento de las miles de muchachas llegadas de todas partes para presentarse al examen. La prueba atraía a las mejores porque las diplomadas podían convertirse en grandes esposas y, accidentalmente, en mujeres comprometidas, es decir, en revolucionarias.
La niñera opinaba que Tâm debía abandonar My Lai por la ciudad de Saigón, que podría ofrecerle todas las oportunidades, a diferencia del pueblo, que la obligaba a doblar el espinazo y a encorvar los hombros para que las palabras de las malas lenguas salieran volando.
La víspera de su largo periplo en autobús, la niñera pasó toda la noche en vela para ahuyentar a los mosquitos y refrescar a Tâm moviendo con mucha suavidad el abanico por encima de su espalda; cuando la jovencita se despertó, la esperaba un bánh mì con salchichón de cerdo, pepino y cilantro. También había preparado bolas de arroz glutinoso con cacahuetes frescos, envueltas en hojas de banano, y había empaquetado unas jibias secas para dárselas en Saigón al gerente del albergue, un antiguo obrero de la plantación.
La calle del instituto estaba abarrotada de madres, de tías, de mujeres. Durante los dos días de exámenes, la niñera no paró de desgranar con obsesión las cuentas de su rosario entre los dedos. Era evidente que ni Dios ni Buda podían responder a las plegarias de todas las personas que había en aquella acera, pues eran cientos de veces más numerosas que la cantidad de plazas disponibles. Así pues, la niñera decidió pedir la intercesión del alma de Mai, que debía de conocer las respuestas del examen, puesto que ella misma lo había superado.
Cuando el nombre de Tâm apareció publicado en la lista de alumnas admitidas, la niñera supo que el espíritu de Mai había velado por su hija.