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TÂM Y LA NIÑERA
ОглавлениеLa niñera sacó a Tâm de su escondite en la primera tregua, en el momento en que el único ruido repetitivo que laceraba la hacienda bañada en luz era el de las aspas de los ventiladores. Corrieron juntas en dirección opuesta a la fábrica; su aliento seguía el ritmo de sus pasos, en medio del silencio de los pájaros, lejos de los cuerpos que se vaciaban de su identidad, de su sentido. El suelo, desnudo, ya no era una pista de baile para el sol y las hojas. El clima tropical se volvía cruel, sin filtro, sin piedad. Gracias a la generosidad de un niño que tiraba de su búfalo, de un soldado que iba conduciendo su todoterreno y de un hombre que transportaba vasijas vacías, al cabo de unas semanas llegaron al pueblo natal de la niñera. Tâm, con el rostro cubierto de polvo, conoció a su nuevo hermano mayor y a su nueva abuela. La suciedad del camino había oscurecido su cabello claro y sus ojos color caramelo, el viento había ajado las rosas rojas de su vestido. Su infancia, como una flor cortada, se había marchitado antes de eclosionar.
Tâm vivió tres años en My Lai. De la abuela aprendió a recoger los granos de arroz que caían de las balas de paja durante la trilla y el aventado. En My Lai, como en otros pueblos, eran muchos los abuelos que criaban a sus nietos. Por necesidad, los familiares apoyan al más capaz de conseguir el trabajo mejor pagado. Por deber, quien consigue ese trabajo cubre a su vez las necesidades de la familia. Por amor, los padres o las madres dejan a sus hijos para que ellos no los recuerden consolándose de la lluvia de insultos que reciben en la pocilga o en la casa, mientras recogen los añicos del cuenco que les han roto en la cabeza.