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CAUCHO

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El oro blanco brota de las sangrías efectuadas a las heveas. Durante siglos los mayas, los aztecas y los pueblos amazónicos recogieron ese líquido para confeccionar zapatos, tejidos impermeables y globos. En un principio, cuando los exploradores europeos descubrieron dicho material, lo usaron para fabricar las bandas elásticas que sujetaban los ligueros. En los albores del siglo xx, la demanda aumentaba al ritmo fulgurante de los automóviles que transformaban el paisaje. A continuación, la necesidad se hizo tan perentoria e imperiosa que hubo que producir látex sintético, material que cubre el setenta por ciento de nuestras necesidades actuales. A pesar de todos los esfuerzos realizados en los laboratorios, únicamente el látex puro, cuyo nombre significa «las lágrimas (caa) del árbol (ochu)», resiste la aceleración, la presión y la oscilación térmica a la que se someten los neumáticos de un avión y las juntas de los transbordadores espaciales. Cuanto más acelera el ritmo el ser humano, más exige un látex producido de forma natural, a la velocidad de la rotación de la Tierra alrededor del sol, conforme a los eclipses lunares.

Gracias a su elasticidad, a su resistencia y a su impermeabilidad, el látex natural nos envuelve ciertas extremidades como si fuese una segunda piel con el fin de protegernos de las secuelas del deseo. Durante la guerra franco-prusiana de 1870 y el año siguiente, la tasa de enfermedades de transmisión sexual entre las tropas había pasado de ser de menos de un cuatro por ciento a más de un setenta y cinco, algo que a posteriori, durante la Primera Guerra Mundial, empujaría al Gobierno alemán a dar prioridad a la fabricación de preservativos para proteger a los soldados, a despecho de la acuciante escasez de caucho.

En efecto, las balas matan, pero quizás el deseo también.

Em

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