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ALEXANDRE Y MAI
ОглавлениеA Mai le habían encomendado la misión de infiltrarse en la plantación de Alexandre. Se alegraba de poder salvar unos cuantos árboles cada día; les hacía una incisión profunda y de ese modo impedía que la savia volviese a brotar, a sangrar de nuevo para el propietario. Mai se levantaba todos los días a las cuatro de la mañana para demostrar su amor patriótico destruyendo al amo Alexandre al infligir a su propiedad una muerte a fuego lento: un árbol cada vez, una incisión cada vez, al estilo de los emperadores chinos. Death by a thousand cuts.
Su amor por Alexandre puso fin a su misión.
Alexandre arrastró a Mai del pelo hasta su habitación. Le ordenó que hiciera los gestos habituales de sus con gái. Mai no sólo se negó, sino que, hacha en mano, se abalanzó sobre él dispuesta a cercenarle la garganta a cuarenta y cinco grados con respecto a la vertical.
Mai tenía intención de matar a Alexandre o, por lo menos, de expulsarlo del territorio y después del país. Alexandre era perro viejo: lo habían endurecido la riqueza del látex, las picaduras de las hormigas rojas y las brisas tórridas que quemaban su piel de galo.
Ella había esperado aquel momento desde su entrada en la plantación. Animada por el deseo de matar, de vengar a su pueblo, se precipitó hacia los ojos de Alexandre, dos bolas de jade. La calma de su mirada desestabilizó a Mai; su impulso incendiario se detuvo en seco ante la impresión repentina de regresar a su ciudad natal, al verde sereno y denso de la bahía de Ha Long. Alexandre, por su parte, profundamente cansado de que nadie lo amara, se abandonó a la espera de un largo descanso, el final del combate centenario que se perpetuaba en aquella tierra extranjera y que la fuerza de las circunstancias había convertido en la suya.
Si la historia de amor entre Mai y Alexandre hubiese llegado a oídos de algún investigador, quizás el síndrome de Estocolmo habría recibido el nombre de Tây Ninh, Bên Cui, Xa Cam… Mai, adolescente decidida, poseída por la misión que se le había asignado, no supo desconfiar del amor y sus sinsentidos. No sabía que los impulsos del corazón pueden deslumbrar más que un sol de mediodía, sin aviso ni lógica. El amor, como la muerte, no necesita llamar dos veces para hacerse oír.
En aquel entonces, el flechazo convertido en amor entre Mai y Alexandre encontró opiniones divididas en el entorno de ambos. Los soñadores idealistas y románticos querían ver en él la posibilidad de un mundo mejor, simbiótico, entretejido. Los realistas y los comprometidos condenaban su despreocupación, mejor dicho, la imprudencia de difuminar los límites invirtiendo los papeles.
En ese lugar de proximidad y de rivalidad, el nacimiento de Tâm, hija del propietario y su obrera, de dos enemigos, tenía sin embargo algo de corriente, de cotidiano.